9 de Noviembre 2020
Lunes 9 de noviembre. Como el almuerzo del día de la llegada al hotel Salinas del Almirón estaba incluido, para no perderlo pusimos el despertador para las cinco de la mañana por lo que ese día vimos un hermoso amanecer. Con los preparativos ya hechos el día anterior solo quedaba desayunar y cerrar la casa asi que a las siete estábamos ya en marcha. En el viaje anterior a las termas de Almirón por error habíamos hecho el tramo final por un complicado camino vecinal de ripio en lugar de tomar la ruta por Young, cosa que no hicimos esta vez, pero nos encontramos con la sorpresa de que la ruta 90 que unía Paysandú con Guichón estaba en plena reconstrucción al estar muy deteriorado el pavimento. Así fue que los últimos 14 kilómetros fueron bastante traqueteados y polvorientos. A raiz de la pandemia, para el almuerzo y la cena se habían establecido dos turnos, y llegamos con buen margen para el segundo turno de almuerzo, de la dos de la tarde. La modalidad era "buffet asistido", o sea que nos separaba un vidrio del buffet y el personal del hotel llenaba los platos siguiendo nuestras instrucciones. Después del almuerzo no demoramos en ponernos las batas e ir a la pileta cubierta, que tenía una agradable temperatura de unos 35 grados. Habíamos visto que antes de la cena iba a haber una charla sobre la historia de Guichón y las propuestas turísticas de la zona en la sala de conferencias, y para allá fuimos. Pese al anuncio, eramos solo tres participantes, y asistimos a una excelente presentación de un entusiasta y ameno historiador que nos proporcionó interesante información. Después del abundante y variado desayuno buffet, el martes comenzamos por buscar dos bicicletas de las muchas que estaban disponibles y tomamos un camino vecinal que a poca distancia cruzaba las vías de un trazado de 200 km recientemente renovado que unía Paysandu con Paso de los Toros. Teníamos entendido que aun no circulaban trenes de modo que dejamos las bicicletas e hicimos una buena caminata por las vías antes de regresar al hotel a sumergirnos nuevamente en las piletas. Dos años antes habíamos hecho nuestra primera visita a las termas y conocíamos la zona, pero con nueva información proporcionada por el historiador decidimos tratar de encontrar las ruinas de la Tapera de Melchora, una casa donde había vivido unos años Artigas con su segunda esposa Melchora Cuenca. Desde el hotel hicimos seis kilómetros hasta la ciudad de Guichón, y tomamos la ruta pavimentada hacia el norte hasta el puente sobre el río Queguay. Por allí pasaba la linea de diligencias que unía Montevideo con ciudades del sur del Brasil, y a fines del siglo 19 se había construido un puente de piedra que aun estaba en perfecto estado. Claro que por las características del rio, durante las crecidas quedaba totalmente cubierto, lo mismo que el puente nuevo inaugurado hacia pocos años. Cruzando este último puente terminaba el pavimento y unos pocos kilómetros más adelante reconocimos el cerro de la Tapera donde estaban las ruinas de la casa. Hubo que dejar el auto y cruzar el alambrado para caminar alrededor de un kilómetro por la falda del cerrito, lo que generó alarma entre las vacas y corderos que optaron por salir corriendo. Así llegamos a las ruinas, que consistían en lo que quedaban de las paredes de piedra de la casa y de un amplio cerco rectangular también de piedra que rodeaba el predio. Era emocionante revivir ese tramo de historia en un entorno paisajístico de extrema belleza. Nos había informado el historiador que muy cerca del puente sobre el Queguay habitaba una mujer que tenía una farmacia natural y fue facil encontrar su casa, pero desafortunadamente no había nadie en ese momento. Regresamos a Guichón y de allí seguimos hasta Piñera, una pequeña localidad que llevaba el nombre de su fundador, quien había conocido a Piria en su regreso de Europa y había entablado amistad con él. Para venir a visitarlo, Piria había mandado construir una casa, que no pudimos identificar en el humilde pueblo. Eso sí, la escuela frente a la plaza se veía muy cuidada. Ya se acercaba la hora de la puesta de sol y decidimos regresar al hotel alcanzando a darnos un baño termal antes de la cena. El miércoles no nos movimos del hotel pero hicimos uso de muchas de sus facilidades, incluyendo una sesión en el gimnasio, práctica de ping-pong, baños termales desde luego, y siendo un día soleado aprovechamos también las reposeras que rodeaban la pileta exterior. Al día siguiente nos tocaba el regreso, y aun tuvimos tiempo para un último baño termal después del desayuno. Nuestros planes incluían una visita a las Grutas del Palacio, cerca ya de la ciudad de Trinidad, que no habíamos podido ver en el viaje anterior por estar cerradas. Al llegar allí nos encontramos con un cartel que informaba que estaban abiertas, pero el portón estaba sólidamente cerrado con cadena y candado. Logramos ubicar una persona para informarnos y nos dijo que a causa de la pandemia abría solo de viernes a domingo. Evidentemente no teníamos suerte con estas grutas. Así llegamos de regreso bastante temprano, muy satisfechos con el paseo.