15 de Noviembre 2019
Nos propusimos salir temprano el viernes por la mañana y antes de las nueve estábamos en marcha hacia el oeste. A minutos de salir y pasando el balneario Las Flores sentí un fuerte impacto sobre el lado derecho del auto que me dejó desconcertado hasta que Alicia dijo que nos había chocado un perro que había aparecido de la nada para cruzar la ruta. Paramos un poco más adelante y comprobamos que el único daño era un pequeño doblez en la parte baja del guardabarros delantero que hacía que la puerta rozara un poco, cosa que nuestro chapista seguramente iba a poder resolver fácilmente. Asi seguimos viaje por la ruta interbalnearia tomando la rambla de Montevideo para empalmar con la ruta 1. El hotel que habíamos reservado se llamaba Posada de Britópolis y se encontraba en la localidad del mismo nombre, un balneario al que se llegaba saliendo de la ruta justo antes de Colonia Valdense y haciendo 12 km, por suerte asfaltados, hasta dar con la costa del Río de la Plata. Nos dieron nuestra habitación y después de acomodarnos salimos a hacer una larga caminata por la extensa playa aprovechando la tarde soleada. En Colonia Valdense se celebraba la Fiesta Valdense No. 27 y para allá fuimos más tarde con el auto. Nos encontramos con un pueblo muy bonito de casas bajas y amplios jardines bien cuidados, la mayoría con hermosos rosales en flor. Este pueblo había sido fundado a mediados del siglo 19 por un grupo de 11 inmigrantes piamonteses en busca de una vida mejor. En la avenida principal habían armado muchas carpas que ofrecían mercadería diversa sin ninguna conexión con la celebración, y en la plaza habían montado un escenario para las actuaciones que comenzarían a la noche. Los puestos de venta de comida estaban aun preparando todo, y preguntando donde se podía comer nos mandaron a la ruta donde dimos con el restaurante American Bar que por suerte estaba abierto. Resuelto esto volvimos a pie a la zona de la fiesta y fuimos al gimnasio del club Esparta a curiosear entre los diversos puestos, los autos antiguos y hasta una avioneta ultra liviana con ala delta. Ya había caído la noche y decidimos regresar a nuestra posada. El cielo estaba estrellado pero esa noche se largó a llover y el sábado amaneció gris. El desayuno de la posada era bastante variado y como el domingo íbamos a partir muy temprano prometieron dejarnos a la noche el desayuno de ese día. Nuestro plan del sábado era ir a ver la tan mentada Nueva Helvecia, ubicada frente a Colonia Valdense del lado opuesto de la ruta 1. Prometía mucho pues a la entrada había un arco al mejor estilo suizo, pero allí terminaron las similitudes al dar con una ciudad idéntica a tantas otras del interior del Uruguay. Curiosamente era la torre de agua de la OSE la que se había construido de una manera peculiar con un toque arquitectónico europeo. En una esquina de la plaza encontramos el restaurante Don Juan con una cálida ambientación interior y que incluía algunos platos suizos en su menú. La atención fue muy buena y el propietario se sintió muy halagado cuando Alicia le ponderó las pinturas de su autoría que tapizaban las paredes. Nos indicó cómo llegar al establecimiento de venta de productos regionales "Los Fundadores" donde nos abastecimos de unos cuantos quesos y dulces antes de partir de Nueva Helvecia. Estando cerca la ciudad de Juan Lacaze, sobre el rio de la Plata, decidimos ir a conocerla y estacionamos cerca del modernizado puerto de embarcaciones menores con parque adyacente muy cuidado para pasear un poco. En plan de explorar tomamos después un pintoresco camino vecinal para llegar al paraje Boca del Rosario, en las cercanías de la desembocadura de ese río. Era nuestro segundo y último día en la zona antes de partir hacia las termas y en el camino de regreso al hotel hicimos una parada en la fiesta de Colonia Valdense ya que Alicia tenía que retirar un prometido pan sin gluten de una de las expositoras. En el hotel cumplieron con lo prometido y a la noche nos dejaron un abundante desayuno para el día siguiente. Partimos el domingo a las seis de la mañana con un muy lindo día y casi sin tráfico, tomando el camino a San José y de allí la ruta 3 hacia el norte. Una deficiencia de las rutas uruguayas era la escasez de áreas de descanso, y recién después de haber hecho 200 km y pasado el pueblo de Andresito encontramos un lugar a orillas del lago de la segunda represa del río Negro donde pudimos hacer nuestro desayuno. Todavía faltaban más de 300 km para llegar a destino y continuamos viaje pasando por el centro de Young, rodeando Paysandu y Salto. Las termas de Arapey se encontraban a orillas del río Arapey Grande y para llegar allí tuvimos que desviarnos de la ruta 3 y hacer 19 kilómetros de un camino que alguna vez había sido deficientemente pavimentado de modo que hubo que hacerlo con mucha precaución. Pagamos una modesta tarifa de entrada al complejo de las termas y a las dos de la tarde llegamos al hotel que habíamos reservado y que tenía el pomposo nombre de Arapey Oasis Termal. Ocupaba una manzana completa, con 40 bungalows que rodeaban en su totalidad el parque interior con las piletas y otras facilidades incluido un muy lindo restaurante. En lugar de números, los bungalows se identificaban con flores y a nosotros nos tocó el "Margaritas". Estaba muy bien equipado y diseñado de modo que la puerta trasera daba a una galería y al bello parque. El restaurante estaba aun abierto y comenzamos la estadía almorzando allí antes de hacer uso de las piletas. El agua estaba a unos 37 grados y era totalmente cristalina. Nos contaron que era potable y que era la misma agua que se utilizaba en el hotel. Pasamos allí dos días magníficos con mucho sol y calor, y frecuentes baños. Las comidas las hicimos siempre en el restaurante del hotel y lo que ofrecían de desayuno era muy completo. En tiempos remotos pasaba el ferrocarril y el segundo día sacamos dos bicicletas de las que prestaban para ir hasta el antiguo puente de hierro sobre el rio Arapey Grande. También fuimos a ver los dos hoteles de gran categoría que había en el complejo, en cercanías de un aeródromo de césped. Encontramos una cantidad de aviones mono hélice estacionados frente a uno de los hoteles que resultaron estar allí por haber un encuentro de pilotos. El río Arapey estaba muy encajonado entre barrancos y no era accesible, pero frente a el había un parque muy lindo además de las piscinas municipales, precisamente en el lugar donde estaba la perforación de 1600 metros hecha hacia casi 80 años en busca de petróleo. Como emprendimos el regreso el martes, día en que las Grutas del Palacio estaban cerradas, decidimos hacer una reserva para pernoctar en Trinidad y visitarlas el día miércoles. Agradeciendo el aire acondicionado del auto enfrentamos un día de 32 grados y cielo despejado para hacer el trayecto y llegar a media tarde a Trinidad. Habíamos reservado una habitación en el alojamiento "Runahome", que resultó ser una casa bastante venida a menos con una habitación en el primer piso, caliente como un horno y sin aire condicionado. Nos sorprendió también que no daban toallas pero por suerte llevábamos las nuestras. Estuvimos a punto de irnos ya que los 50 dólares nos parecían absurdos, pero otros alojamientos en Trinidad costaban el doble. A la noche caminamos las catorce cuadras que nos separaban del centro, donde encontramos el "Café 33", un buen restaurante para cenar. Pese a todo y con ayuda de un ventilador dormimos muy bien, y como el día miércoles prometía ser nuevamente muy caluroso cancelamos la visita a las grutas y volvimos directamente a Piriápolis después de expresar nuestra insatisfacción a la propietaria de la casa.