22 de Julio 2022
Ante la situación caótica en algunos aeropuertos partí de casa para llegar tres horas antes a Copenhagen y como solo llevaba valija de cabina y la tarjeta de embarco ya impresa demoré muy poco en pasar todos los trámites y llegar a un rincón tranquilo donde esperar la salida. El vuelo partió con cierto retraso, pero yo tenía todo el tiempo del mundo a mi disposición pues el ómnibus a Gijón recién salía del aeropuerto de Madrid a las once de la noche. En el aeropuerto de Barajas encontré un restaurante para comer algo antes de salir a buscar el lugar de donde partía el bus. Resultó ser a la entrada de la terminal 4, la misma a la que había arribado, y me encontré con un calor abrasador ya que el termómetro había llegado a los 38 grados. Sabiendo ya de donde saldría hacia Gijón regresé al fresco interior de la terminal para continuar con la espera de tres horas que aun tenía. Poca gente abordó el ómnibus en el aeropuerto pero luego se llenó en la terminal de Atocha en Madrid. Estos buses tenían pantallas individuales frente a los asientos y me entretuve con un par de películas antes de que me rindiera el sueño. Era riguroso el uso de mascarillas y cinturón de seguridad. Algunas paradas hubo en la ruta, de las que recordaba a León y Oviedo. Hubo dos cambios de choferes en el trayecto nocturno y el del último tramo nos hizo bailar de un lado para el otro en las innumerables curvas y contra curvas del cruce de la cordillera cantábrica. un poco antes de las seis de la mañana, con toda puntualidad y cuando aún no había amanecido llegamos a la terminal de Gijón. Teniendo tan poco equipaje me decidí por hacer a pie el recorrido de alrededor de un kilómetro hasta la casa de Brenda y Pedro por la desierta ciudad. Estaba en comunicación con Alicia, quien había llegado la noche anterior, para que me abriera la puerta de calle lo más silenciosamente posible ya que los dueños de casa no eran de mucho madrugar. Yo me día una ducha y también nos quedamos en la cama hasta media mañana, recuperando un poco el sueño perdido durante el viaje.
En Santiago de Compostela Íbamos a quedarnos solo ese día en Gijón pues estaba previsto partir el domingo para Galicia, y después del tardío desayuno salimos Alicia y yo a caminar por la extensa rambla costanera y la pintoresca ciudad vieja. El intenso calor parecía atraer mucho turismo al norte, donde las temperaturas no eran tan extremas, pues notamos que había muchísima gente en Gijón. Nuestro itinerario a la costa de Galicia del domingo pasaba por la ciudad de Santiago de Compostela, a unos 350 kilómetros de Gijón, donde nos íbamos a encontrar con mi tocayo Federico, ex pareja de la hija de Brenda. El estaba haciendo un paseo de dos meses por el sur de Europa pasando también por Galicia. A las diez y media de la mañana partimos de Gijón con el mínimo equipaje indispensable para los cuatro días de estadía en Galicia y una vez que llegamos a Santiago encontró Pedro un estacionamiento cercano al centro para dejar el auto e ir a almorzar a la taberna "O Bochinche" que nos habían recomendado, donde nos encontramos con Federico también. No podíamos dejar de ver la imponente catedral de Santiago de Compostela y el pintoresco espectáculo de los peregrinos de toda edad y color que llegaban a la plaza. Aun nos faltaban hacer 70 kilómetros hasta la casa alquilada en O Pindo y teníamos que continuar viaje de modo que no daba para hacer hacer la cola y entrar a la catedral. Pedro tomó por un camino un poco más largo que nos llevó hasta la costa al sur de O Pindo y que luego serpenteó por numerosos pueblos costeros hasta nuestro destino. El lugar que había alquilado Brenda era el piso superior independiente de una casa muy bien equipada, con cuatro dormitorios y frente a la playa. En el otro extremo de la extensa bahía se divisaba el muy conocido faro de Finisterre y detrás del pueblo teníamos la imponente mole del cerro Pindo cuyo pico más alto medía 620 metros. Como empedernido hombre de montaña, Pedro le echó un ojo para escalarlo. El objetivo principal de la estadía era disfrutar de la playa y el tiempo nos favoreció ya que tuvimos mucho sol, aunque el agua del Atlántico era bastante fría. En el pequeño pueblo había algunos restaurantes y el mismo día de la llegada cenamos muy bien en el que nos habían recomendado.
Lunes 24. Ese día lo dedicamos a la playa, intercalando con el almuerzo en el mismo restaurante del día anterior. Pedro nos reclutó a todos, excepto Brenda, para subir el día martes a la cumbre del Pindo. Con un día hermoso a las nueve de la mañana salimos los cuatro equipados con los imprescindibles bastones que tenía Pedro y tomamos el sendero que partía al costado de la capilla penetrando en un boscoso cañadón que a medida que íbamos subiendo se convirtió en una ladera pedregosa con menor vegetación y más rocas que entorpecían la subida. Con algunos descansos intermedios cubrimos los tres kilómetros de la picada y llegamos a la cima, desde donde la vista era realmente imponente. Dada la topografía de la montaña fue igualmente dificultosa la baja que la subida pero salvo algunos patinazos y rasguños regresamos sanos y salvos a la casa, donde nos esperaba Brenda con comida. Hacia el atardecer fuimos a visitar el popular faro de Finisterre, haciendo el recorrido de 25 kilómetros que rodeaba la bahía. En días soleados como ese era costumbre que hubiera cantidad de gente sentada alrededor del edificio del faro esperando disfrutar de la puesta del sol sobre el Atlántico. Nosotros habíamos reservado lugar para cenar en un restaurante de una población cercana ya en camino de regreso a la casa. Nos quedaba un día más de estadía en O Pinto y Alicia y yo partimos de caminata después del desayuno para visitar la cercana cascada de Èzaro, a unos 3 kilómetros del pueblo. No tenía ninguna dificultad pues era uno de los pocos saltos de agua que caían al mar, y había una pasarela muy bien construida que llegaba al pie de la cascada de cuarenta metros de altura. Por la tarde hubo playa nuevamente y a la noche fuimos a otro pueblo a cenar, ofreciendo como siempre muy buena gastronomía del mar. El día 28 amaneció gris, con nubes bajas cubriendo la ladera de la montaña. Desayunamos temprano y juntamos nuestros bártulos para partir de regreso a Gijón. El plan era subir hasta la costa del mar Cantábrico para pasar por un par de lugares interesantes, y terminamos almorzando en una cantina de la ciudad de Cedeira, al norte de La Coruña. Habíamos pasado antes por algunos lugares que estaban todos llenos dada la cantidad de turistas que pululaban por la zona. La última parada San Andrés de Teixido, una pequeña aldea en los magníficos acantilados de la costa donde estaba el santuario del mismo nombre y que también era un sitio de peregrinación desde el siglo XII. A las nueve y media de la noche y aun con luz diurna, llegamos de regreso a Gijón. Federico se iba a quedar hasta el domingo, alojándose también en el departamento de Pedro y Brenda, antes de continuar su gira por España. La sequía seguía azotando al país, sin pronósticos de lluvia, y el viernes por la tarde fuimos Alicia y yo a la playa de la ciudad donde Alicia se metió en el agua también. Luego hicimos una larga caminata por la popular rambla. A propuesta de Pedro hicimos un nuevo paseo de montaña, yendo el sábado a almorzar a un restaurante especializado en platos con arroz que se llamaba El Sotiellu cerca de la aldea de La Piñera. Allí nos reunimos con la hermana y con una de las hijas de Pedro. Ellas vivían en la casa del pueblo de Valles que habían heredado de los padres de Pedro y su hermana, una localidad cercana a la cantina. Después de un buen almuerzo continuamos unos kilómetros hasta las cercanías del pueblo de Carreña. En un mirador se había inaugurado el año anterior una escultura en homenaje a los montañeses entre los cuales se encontraba Pedro también. La escultura en piedra representaba un diario de montaña y por un orificio en forma de cerradura se podía observar a la distancia el pico Urriellu, o sea el Naranjo de Bulnes que era una de las cimas de los picos de Europa, de 2500 metros de altura. Todos los domingos se hacía una feria en las cercanías del estadio de futbol de Gijón y fuimos Alicia y yo hasta allí a pie. La feria era enorme, con todo tipo de puestos y había muchísima gente. Encontramos uno que vendía quesos y fiambres y compramos dos clases de quesos típicos de Asturias. Otro lugar que no podíamos dejar de visitar eran las ruinas de los baños romanos, en la ciudad vieja. Esos baños databan del siglo I y parte de las ruinas estaban bien conservadas. Fuimos el mismo domingo por la tarde aprovechando a la vez que ese día la entrada era gratuita. Regresando a la casa pasamos también por la feria artesanal de la rambla.
Lunes 31. Pedro había propuesto una nueva escalada, esta vez a un cerro llamado Pico del Oso pero el clima del lunes no parecía propicio al haber nubes bajas. La alternativa era visitar el jardín botánico, al que se podía ir caminando por un sendero de unos cinco kilómetros que arrancaba a algunas cuadras del departamento. Alicia y yo cargamos agua y salimos para allá después del desayuno. Se suponía que en el jardín botánico había un restaurante pero lamentablemente estaba cerrado, de modo que al llegar comenzamos de inmediato con el recorrido de los diversos senderos. Contaba con una enorme variedad de árboles y plantas con muy interesantes carteles explicativos y en particular un antiquísimo bosque natural de robles centenarios. La caminata por el botánico nos cansó lo suficiente como para tomar un ómnibus de regreso al centro. El día continuaba gris pero sin lluvia. A la noche fuimos a pie con Pedro y Brenda a cenar al restaurante El Globo de la ciudad viaje donde nuevamente disfrutamos de excelentes platos con productos de mar, además de la particular cidra asturiana. Mientras que Alicia prefirió ir a la playa con Brenda, Pedro y yo decidimos hacer el martes la excursión de montaña ya que el pronóstico meteorológico era favorable. Tomamos la ruta que conducía a León y a la altura de Mieres desviamos a la izquierda entrando a la carretera al puerto (paso) de San Isidro, sinuoso y magnífico camino de montaña donde a juzgar por los carteles se producían frecuentes aludes en invierno. Dejamos el auto en un estacionamiento de la minúscula aldea de El Fielato, a unos 1300 metros de altura, donde comenzaba el sendero. La pendiente de la primera parte del recorrido era relativamente suave, con praderas donde pastaban vacas y caballos y con el continuo campanilleo de sus cencerros. Hasta apareció un muchacho joven con su bicicleta, aunque él iba a recorrer otro sendero más apto para su medio de locomoción. Poco a poco fue aumentando la pendiente y la dificultad por lo que el ritmo de ascenso fue mucho menor pero finalmente alcanzamos la cumbre de 2020 metros, desde la cual teníamos una imponente vista del paisaje que nos rodeaba. Después de descansar un rato y hacer una merienda iniciamos el igualmente dificultoso descenso hasta el auto. La travesía total de unos 10 kilómetros nos llevó ocho horas, que seguramente hubieran sido mucho menos si Pedro hubiera ido solo. Con el auto hicimos el corto trayecto hasta la cúspide del paso de San Isidro, donde se encontraba el pequeño pueblo de La Raya con muchas cabañas y un hotel pues era un centro de esquí, y en el bar del hotel tomamos sendas cervezas. Alicia y Brenda disfrutaron de una linda tarde de playa y a la noche comimos un buen guiso de conejo preparado por la dueña de casa. Aun nos quedaba un dia más en Gijón y aprovechamos para hacer compras y dar una última vuelta por la rambla. Teníamos que preparar nuestro equipaje ya que nuestro ómnibus a Madrid partía a las 06.45 del día siguiente. Esa noche no dormimos mucho pues nos levantamos poco después de las cuatro de la mañana a desayunar algo antes de partir en taxi a la terminal. El ómnibus partió puntualmente y recién amaneció cuando estábamos atravesando ya la cordillera cantábrica. Luego cambió totalmente el paisaje al entrar a la llanura y con poco atraso llegamos a la terminal T4 del aeropuerto pasado el mediodía. Nuestro vuelo con Ryanair partía de la terminal T1 y fuimos hasta allí con el ómnibus del aeropuerto previo un buen almuerzo en la T4. Aun teníamos una espera de tres horas antes de salir para Copenhagen donde llegamos con las últimas luces del día en medio de un fuerte temporal eléctrico acompañado de viento y lluvia. El piloto hizo no obstante un buen aterrizaje y como no le colocaron manga de desembarco al avión salimos a enfrentar la lluvia y el viento en la corta caminata hasta la terminal. Cerca de las diez de la noche llegamos a nuestro departamento.