9 de Noviembre 2024
Esta aventura comenzó a las cuatro de la mañana, cuando en plena oscuridad dejamos la casa y partimos con el auto hacia Montevideo para dejarlo en un estacionamiento próximo al aeropuerto. Allí transferimos el equipaje a otro vehículo con el que nos acercaron a la terminal, donde ya nos estaban esperando Cecilia y Roberto.
La terraza del hotel
Menú del primer día
Lima
A las siete y media de la mañana despegó el avión de Latam hacia Lima, un vuelo de tres horas de duración que fue muy sereno. Nos estaba esperando un taxi que Cecilia había reservado con antelación y así nos incorporamos al infernal tráfico para trasladarnos al hotel. La impresión inicial de la ciudad no era muy buena pero fue mejorando a medida que nos acercábamos al barrio de Miraflores, donde nos ibamos a alojar por tres noches en el hotel Boulevard. El hotel nos causó muy buena impresión, y contaba con espaciosas habitaciones, aun cuando la amplia ventana daba a la ruidosa avenida José Pardo. En el piso superior había también una pileta descubierta, que por falta de tiempo no llegamos a utilizar.
A la vuelta del hotel dimos con varios restaurantes para elegir. Nos decidimos por uno en el que el atento mozo nos ayudó a descifrar el menú y elegir algunos platos clásicos de la renombrada cocina peruana.
Queríamos aprovechar al máximo la estadía, de modo que después de una corta siesta partimos en taxi hacia la plaza mayor, en el centro histórico de la ciudad. Esta plaza la encontramos vallada, a causa de la cumbre APEC que reunía líderes del Pacífico, incluidos los presidentes de China y de Estados Unidos. Era posible rodear la plaza pero no ingresar en ella, de lo que se ocupaba un contingente no menor de agentes de policía. Por fortuna estaba abierta la imponente catedral, fundada por el mismísimo Francisco Pizarro, aunque su aspecto inicial no tuviera ninguna semejanza con el actual edificio. Como era costumbre durante la conquista, se edificó sobre un adoratorio inca, soportó nada menos que nueve grandes terremotos que provocaron diversos daños. Junto a otros visitantes, nos anotamos en una visita guiada, que estaba incluida en la entrada. La noche cayó rápidamente y tuvimos oportunidad de ver la iluminación del centro histórico caminando en medio del gentío que se movía por el lugar. Dimos finalmente con un taxi para regresar a las cercanías del hotel y cenar en el simpático restaurante retro Liverpool.
La plaza mayor de día y de noche
Entre otras cosas, descubrimos que los choferes de taxi eran verdaderos politólogos, bastaba con hacerles una sola pregunta para que se despacharan con una ininterrumpida descripción de los problemas del pais, con especial énfasis en la influencia negativa de la migración venezolana. Esta comunidad parecía dedicarse exclusivamente a los secuestros y a la extorsión, según nuestros locuaces conductores.
El hotel no incluía desayuno buffet, pero sí ofrecía un desayuno básico de cortesía que incluía huevo, pan, manteca y dulce, café o té y jugo, y se servía en el comedor del séptimo piso, adyacente a la pileta. Cecilia había contratado un tour turísitico para el segundo día, que nos pasó a buscar después del desayuno. Así nos subimos a un minibus y nos unimos a otros turistas que recogimos en otros hoteles también. Nos llevaron al casco histórico, esta vez para recorrer la basílica y el convento de San Francisco incluidas las catacumbas donde se enterraban los muertos y el osario al que se trasladaban los restos óseos después de un cierto tiempo para dar lugar a nuevos cuerpos. Un sector del convento no era accesible al publico por ser ambito privado de los franciscanos, no obstante lo cual la visita fue bien larga. Los edificios habían sufrido también en mayor o menor grado las consecuencias de sucesivos terremotos pero no quedaba ninguna evidencia ya que siempre habían sido reconstruidos. Como parte del tour, nos detuvimos frente a un notable sitio arqueológico en el distrito de Miraflores, llamado Huaca Pucllana, que correspondía a la antigua cultura Lima, entre 400 y 700 años después de Cristo. Las excavaciones habían puesto en evidencia que no era una simple cima en la ciudad sino un conjunto de construcciones hechas por esa cultura, que solo vimos desde afuera sin entrar al predio.
La ciudad de Lima contaba en toda su extensión costera con una elevada barranca, y frente al océano se había construido una larga rambla con diferentes accesos vehiculares y peatonales a la ciudad. Después de una pasada por el hotel decidimos caminar hasta el llamado Parque de los Enamorados, un bonito y muy concurrido lugar en lo alto de la barranca con fantástica vista sobre el océano Pacifico y con su conocida escultura. Después de una corta espera conseguimos luego una mesa para disfrutar de un excelente almuerzo en el restaurante Tanta del centro comercial Larcomar, sobre la costa. Luego tomamos un taxi que nos llevó hasta el sector de playas, también muy concurrido. Las olas se prestaban muy bien para hacer surf, una actividad muy popular, y vimos también que existía la posibilidad de probar alas delta en companía de un instructor, aprovechando el viento y las corrientes ascendentes. Desde luego desistimos de esa experiencia.
Roberto había estado en Lima con anterioridad y cuando caía la tarde propuso ir a conocer el cercano y muy conocido barrio Barranco. Después de una siesta en el hotel, salir a caminar, desafiar las escalinatas para llegar a pie a lo alto de la barranca, tomamos nuevamente un taxi que nos depositó en la plaza central del Barranco, una verdadera perla bohemia de la ciudad. Con las últimas luces del día y las primeras luces nocturnas tenía un encanto muy particular, con muchas reminiscencias coloniales. Cruzamos el famoso puente de los suspiros, visitamos algunas galerías de arte y dimos finalmente con el restaurante La Posada del Mirador, con vista al mar. Después de cenar allí recorrimos aún una parte del barrio y desde la plaza partimos en taxi de regreso al hotel.
Imágenes del barrio Barranco de Lima
Nuestro plan para el día siguiente era visitar el Museo del Oro por la mañana. El ascensor con el que pretendíamos subir a desayunar se trabó en el camino, causando gran revuelo entre el personal del hotel, aunque lograron ponerlo en marcha en pocos minutos y liberarnos del encierro. De allí en adelante nos remitimos siempre a las escaleras. El museo del Oro se encontraba a cierta distancia del hotel y para llegar allí tuvimos que tomar taxi, conducido por el inevitable politólogo. Este museo era una iniciativa privada del acaudalado empresario y diplomático Miguel Mujica Gallo, ya fallecido, quien había decidido que era mejor exhibir su extensa colección al público que tenerla guardada en su propiedad. La entrada al museo incluía un guia, quien nos llevó por las varias salas que contenían más de ocho mil piezas de orfebrería, textiles, cerámicos y hasta momias y fardos funerarios, testigos de las culturas peruanas precolombinas. El museo tenía también un sector destinado a una vasta colección de armas, armaduras, uniformes y otros objetos destinados a la guerra, muy interesantes para los interesados en el tema pero para mi solamente testimonio de la diabólica capacidad humana de crear instrumentos de sufrimiento y destrucción.
Ya era hora de almorzar y al regreso le indicamos al taxista que queríamos bajarnos en el famoso restaurante La Panchita de nuestro barrio, con una excelente cocina además de una atención de primera. Antes de regresar al hotel pasamos por el cercano parque Kennedy, un oasis verde en la ciudad. Una particularidad del parque era la cantidad de gatos de todo tipo y color que lo colonizaban y que pululaban entre los transeuntes.
En el parque del Museo del Oro
Hogar para gatos en el parque Kennedy
Era imposible visitar todos los puntos de interés de Lima en solo tres días, pero no queríamos dejar de ver el Parque de la Reserva al anochecer puesto que en él se encontraba el Circuito Mágico del Agua. Era un complejo de trece fuentes de agua iluminadas con cambiantes colores de luz. Una de ellas formaba una pantalla de agua a modo de telón donde se proyectaba una gigantesca secuencia de imágenes resumiendo la historia del Perú hasta el presente.
Esa noche completamos la experiencia culinaria regresando al restobar retro Liverpool, al que habíamos ido el primer día en Lima, y con la música de fondo de los Beatles y otros brindamos por la exitosa estadía en esta ciudad. Al día siguiente, 12 de noviembre, teníamos previsto continuar el viaje volando a Cusco, donde ibamos a tener el primer contacto con el temido mal de altura.
Cusco y Aguas Calientes
Habíamos contratado un taxi para el traslado del hotel al aeropuerto a media mañana, calculando al menos una hora de viaje en el intenso tráfico limeño. Al tanto de nuestro siguiente destino, el locuaz conductor nos dió sus consejos sobre cómo encarar el problema de la altura, en algunos casos contradiciendo otras recomendaciones recibidas con anterioridad. Por de pronto nos dijo que de ninguna manera teníamos que descansar a la llegada, había que moverse, sin exagerar, para acostumbrar el cuerpo y adaptarse mejor. Las cápsulas de polvo de coca que habíamos comprado el día anterior en la farmacia eran solo para tomar como último remedio. No obstante, descarté su consejo y tomé una antes de la partida de Lima. Llegamos al caótico aeropuerto con buen margen para tomar el vuelo de Jetsmart, en el que la pícara companía había asignado asientos separados a Alicia y a mi, confiando en que pagaríamos para sentarnos juntos. Por un vuelo de una hora no pensábamos darles el gusto y no lo hicimos. Así pasamos del nivel del mar a los 3400 metros de altura de Cusco que se hicieron notar al instante de abrir la puerta del avión. La falta de oxígeno nos dejó inmediatamente mareados y con cierta flojera de piernas. A la llegada nos esperaba una combi de la agencia que habíamos contratado para esta parte del viaje y en cuyas manos nos pondriamos los ocho días siguientes. Del aeropuerto nos llevaron hasta el hotel, pasando por los poco atractivos suburbios de la ciudad, pero llegando al casco antiguo entramos en contacto con la arquitectura colonial de esta urbe que había sido antes de la conquista capital del imperio Inca y que era ahora patrimonio de la humanidad. Nuestro alojamiento era la Casona Plaza Hotel, muy bien ubicado a escasa distancia de la Plaza de Armas, y el único inconveniente era que el vehículo no podía entrar por la estrecha calle de modo que hubo que acarrear el equipaje un par de cientos de metros en pendiente. Como en todos los hoteles, había hojas de coca disponibles para mascar o hacer infusiones, o, porque no, colocar en el agua del mate. Ni bien terminamos de acomodarnos partimos caminando a la plaza de armas buscando un restaurante para almorzar donde pedimos una excelente sopa de quinoa. Ese día lo teníamos libre, con la sugerencia de descansar un poco y salir a familiarizarnos con el centro histórico, cosa que hicimos más tarde. Dimos entre otros lugares céntricos con un muy interesante museo del chocolate, y al anochecer nos acercamos al centro Qosqo de Arte Nativo donde asistimos a una muy buena presentación de canciones y danzas típicas andinas. Regresando lentamente por la leve pendiente al hotel entramos a cenar a un restaurante y por primera vez comenzó a llover, algo a lo que nos teníamos que acostumbrar pues había comenzado la temporada de precipitaciones. Las capas de lluvia fueron a partir de entonces parte obligada de nuestros pertrechos.
Imágenes de Cusco
Danzas tradicionales
Al día siguiente por la mañana nos citaron en la plaza Regocijo o Kusipata (del quechua: Cusi = alegría, pata = espacio), donde nos esperaba un guía para recorrer el centro historico y conocer varios puntos de interés, testigos de la rica historia pre y post colombina. En una esquina de la plaza del Regocijo se encontraba la casa que había sido del inca Garcilaso de la Vega, historiador, escritor y militar nacido en Cusco. Las protestas programadas en Lima se habían propagado a todo el pais, y en nuestro recorrido nos topamos varias veces con diversas demostraciones, totalmente pacíficas. Para la tarde estaba previsto hacer el llamado City Tour Arqueológico y volvieron a citarnos en las escalinatas de la catedral. Imposible describir toda la riqueza histórica que albergaba la Catedral, construida sobre la base del palacio del Inca Vircocha. Un detalle interesante era que allí se encontraba el llamado Señor de los Temblores, una esfigie negra simbolizando a Jesús clavado en la cruz. En el año 1650 se produjo un desvastador terremoto y como continuaban las réplicas, la población decidió sacar en procesión a la esfigie con lo que las réplicas se aplacaron. Continuamos luego a pie hasta el cercano Coricancha (En quechua, Quri Kancha, Recinto de Oro), que fue el templo de adoración más importante en el imperio incáico y una maravilla de ingeniería, y del que solo quedaban restos.
En este viaje pudimos apreciar claramente las consecuencias del sincretismo religioso, en las que las creencias religiosas precolombinas se fusionaron con las tradiciones religiosas españolas creando una rica combinación aún presente en la población. Un ejemplo de ello era el culto simultáneo a Jesús y a la Pachamama.
Sacsayhuamán
Tambomachay
A partir de ese punto la gira continuaba motorizada pues partimos ascendiendo la ladera de una de las montañas que rodeaban la ciudad hasta llegar a la inmensa fortaleza y santuario de Sacsayhuamán, con muros hechos con piedras colosales perfectamente encastradas entre si. Aún era un misterio cómo habían logrado montar semejantes muros. El guía nos dió un rato para caminar por el lugar y tomar fotos antes de partir al siguiente destino, que era el sitio arqueológico Tambomachay, dedicado por los incas al culto del agua. Era una complicada construcción en piedra que canalizaba el agua de un arroyo en un ingenioso laberinto de corrientes de agua. Ya en camino de regreso a Cusco nos detuvimos en un establecimiento de cría de alpacas donde tuvimos oportunidad de alimentar a estos dóciles animales, antes de entrar a la tienda donde vendían textiles en base a su pelambre. Allí aprendimos que el término "baby alpaca" no significaba que las prendas fueran fabricadas a partir de la esquila de crías de alpaca sino a partir de la primera esquila de los adultos. Ya en Cusco, fuimos directamente a la plaza de Armas donde la oferta de comidas en restaurantes de calidad era muy grande. Al día siguiente tocaba recorrer el Valle Sagrado de los Incas, lo que significaba madrugar y ser de los primeros en desayunar.
Aún bajo los efectos de la altura tomé en el desayuno un ibuprofeno, también recomendado para estas situaciones, y esperamos la llegada del guía para ir a nuestra combi e iniciar la aventura del día. Por un pintoresco camino entre montañas descendimos finalmente al valle sagrado, después de haberlo observado desde un mirador en la altura, con primera parada en el pequeño pueblo de Pisac (en quechua: Pisaqaq = perdiz), a orillas del caudaloso río Urubamba, sagrado para los Incas y afluente importante del río Amazonas. Apenas pasando el pueblo y subiendo por un sinuoso camino llegamos al parque arqueológico de Pisac, con la ciudadela inca, su centro religioso y las inmensas terrazas construidas para cultivo. La ciudadela se encontraba en la cima de la montaña y mientras Alicia subía hasta allí preferí esperarla al pie. De regreso en Pisac nos detuvimos en un establecimiento donde se producía orfebrería, principalmente de plata, para continuar luego por el amplio valle hasta el pueblo de Urubamba donde nos esperaba un almuerzo buffet en el gigantesco restaurante Don Angel Inka Casona. Unos kilómetros más adelante y siempre con la companía del rio Urubamba llegamos al pintoresco pueblo de Ollantaytambo con su magnífico centro arqueológico. Desde esta localidad ya no había más ruta a Aguas Calientes. El tren entre Cusco y Aguas Calientes paraba allí y varios integrantes de nuestra excursión se bajaron para seguir a Aguas Calientes, mientras que nosotros regresamos a Cusco con una última parada en Chinchero, otro centro arqueológico inca. Llegamos a nuestro hotel bastante agotados después de esta excursión, y apenas logramos descansar un rato antes de que apareciera nuestro guía del día siguiente para explicar en lo que consistía la aventura y darnos las instrucciones correspondientes.
En Ollantaytambo
El valle sagrado de los Incas
Las terrazas de Pisac
En Pisac
El plan era regresar a Ollantaytambo con el minibus para continuar con el tren desde allí hacia Aguas Calientes. En el kilómetro 104 dejaríamos el tren para hacer el recorrido final a pie por el camino del Inca hasta Machu Pichu. Eran unos 15 kilómetros de caminata y si bien el guía consideró que estabamos en condiciones de hacerla yo puse en duda mi participación teniendo en cuenta que continuaba con síntomas de agotamiento y falta de aire. Alicia habia pescado un resfrío y también dudaba. De todos modos hicimos el check-out del hotel a las cinco y media de la mañana, depositando nuestro equipaje y partiendo con sendas mochilas y magras viandas de desayuno. Ya decididos a no hacer la caminata, Cecilia y Roberto se bajaron con el guía cuando el tren se detuvo en el kilómetro 104 mientras que nosotros seguíamos viaje. El guía habia llevado el almuerzo para todos y nosotros nos quedamos con nuestras raciones además de los bastones completando el recorrido del tren hasta Aguas Calientes donde llegamos con lluvia. Este pintoresco pueblo, a orillas del rio Urubamba y encajonado entre los cerros , era la base desde donde partían las excursiones a Machu Pichu, y contaba con innumerables hoteles y restaurantes. Conocíamos la ubicación del hotel Hatun Inti Classic, donde teníamos reservas, y colocándonos las capas de lluvia caminamos el corto trecho cruzando un puente peatonal sobre el caudaloso rio Aguas Calientes, que se unía allí al Urubamba. Aun no era el mediodía y esperamos un rato en la recepción hasta que nos entregaron nuestra habitación. Teniendo la vianda prevista para la excursión dimos cuenta de ella y después de una buena siesta salimos a caminar por el pueblo. Ya anocheciendo llegamos hasta las cercanas termas y Alicia sintió la tentación de entrar pero desistió al enterarse de que había mucha gente. Llegó la noche y aún sin señales de Cecilia y Roberto comenzamos a preocuparnos por ellos, pero aparecieron finalmente y durante la cena que compartimos nos relataron el tremendo esfuerzo que había significado la caminata, que llevó mucho más tiempo de lo previsto, al punto que estuvieron a punto de perder el último ómnibus que bajaba de Machu Pichu. Tampoco favoreció mucho el tiempo, con lluvias intermintentes, y no me arrepentí de la decisión tomada.
A la mañana siguiente subimos a desayunar al último piso del hotel, con una vista magnífica del montañoso entorno selvático . El joven mozo nos hizo un relato pormenorizado de los 200 años de historia del imperio incaico mientras desayunábamos y luego nos encontramos con el guía que nos acompañó al punto desde donde salían los ómnibus hacia Machu Pichu. Había muchísima gente que también pensaba subir, pero estaba bastante bien organizado y controlado. Finalmente partimos y comenzamos a ascender los 400 metros por un impresionante camino en zigzag que trepaba la empinada ladera cubierta de vegetación tropical. La entrada al complejo arqueológico estaba también muy organizada, ya que había diferentes senderos para recorrer el predio y nosotros teníamos reservas para hacer uno de ellos. Tuvimos la suerte de que aún siendo el período de lluvias fuera un hermoso día soleado. También tuvimos la suerte de contar con un guía excepcional para conocer este monumental testigo del imperio Inca. Durante el regreso a Aguas Calientes tuvimos varios cruces complicados con ómnibus que subían pero todo terminó felizmente y antes de tomar el tren para regresar a Cusco almorzamos en un restaurante con el guía, ya que estaba incluido en la excursión. El simpático tren mantenía una velocidad bastante lenta pues era en constante subida y para acortar el tiempo de viaje nos bajamos en Poroy bajo una intensa lluvia después de 100 km de recorrido. En Poroy nos esperaba un minibus que nos llevó hasta el mismo hotel en Cusco. Era la última excursión planeada con origen en Cusco pues al día siguiente continuábamos hacia Puno, a orillas del lago Titicaca, por la Ruta del Sol.
De Cusco a Puno
Hubo que madrugar nuevamente para el traslado desde el hotel a una terminal donde nos esperaba un ómnibus turístico para llevarnos a Puno, a poco menos de 400 kilómetros de Cusco además de agregar 400 metros más de altura. Al ser un viaje turístico tenía previstas varias paradas en el camino, comenzando por un alto en la pequeña localidad de Andahuaylillas, donde tuvimos oportunidad de visitar la iglesia de San Pedro, conocida como la Capilla Sixtina de América Latina. Pese a su modesta apariencia exterior, esta iglesia construida a partir del año 1610 escondía en su interior una maravilla artística con el techo de madera totalmente pintado, lienzos y cuadros, además de dos órganos también pintados y considerados los más antiguos de America Latina. Unos kilómetros más adelante hicimos la segunda parada en Raqchi donde vimos los imponentes restos del templo incaico dedicado al dios Viracocha, y adyacente al mismo el imponente compejo de almacenes circulares con muros de piedra donde se guardaba el excedente de la producción de grano, pescado seco y otros alimentos. Había más de cien de ellos, y uno había sido reconstruido para los visitantes completando el muro y el techo. Por allí pasaba el camino del Inca, que en su momento había abarcado desde Colombia hasta Tucumán, con miles de kilómetros de recorrido. Había llegado la hora de almorzar y lo hicimos en un restaurante al estilo buffet, en una región dedicada a la cría del cuis, plato muy popular en la gastronomía peruana. De hecho habíamos probado esta sabrosa carne en otra oportunidad pero no pidiéndolo entero sino ya troceado para no tenerle tanta lástima. La cuarta parada fue en el abra La Raya, a 4335 metros de altura, que separaba el valle de Cuzco hacia el norte del altiplano hacia el sur. Estábamos rodeados de imponentes picos nevados, y desde luego estaban presentes las infaltables vendedoras presentando su mercadería a los turistas. La última parada antes de Puno fue en el sitio arqueológico de Pucará donde además fabricaban los famosos toritos, que se vendían de a pares, representando unión, seguridad y progreso. Antes de llegar a Puno atravesamos la ciudad de Juliaca, a primera vista sin mayores atractivos pero muy pujante desde el punto de vista comercial. Además pasaba por allí la ruta que conectaba a Bolivia al Océano Pacifico en base a tratados con Peru. Tenía un importante aeropuerto internacional y desde allí se continuaba por autopista hasta la cercana ciudad de Puno, que era nuestro destino.
Puno y lago Titicaca
Ni bien entramos a la terminal de ómnibus cayó un diluvio acompañado de granizo pero fue muy corto, y con el minibus que nos estaba esperando nos llevaron hasta nuestro alojamiento que era el centrico hotel Conde de Lemos, a una cuadra de la plaza de Armas. Ya había anochecido, y ni bien terminamos de acomodarnos salimos a cenar en uno de los restaurantes de la plaza.
El principal objetivo del viaje a Puno era conocer el lago Titicaca y las poblaciones que lo habitaban. Al día siguiente de la llegada nos pasaron a buscar bien temprano para trasladarnos al puerto, donde había cantidad de lanchas turísticas. Junto con otros participantes subimos a una de ellas y partimos en dirección a las cercanas islas flotantes donde habitaban los Uros, un pueblo ancestral que se había establecido allí hace unos 2500 años manteniendo su cultura. Las islas estaban hechas de totora, que abundaba en esa zona del lago y cuyas raices flotaban en el lago. Nos bajamos en una de ellas y tuvimos la oportunidad de observar sus viviendas y sus hábitos. El "presidente" de esa isla nos explicó en detalle sus costumbres. También había posibilidad de comprar productos artesanales, que era parte de sus medios de subsistencia. Dado que la superficie de la isla consistía de totora trenzada, se complicaba un poco el balance al caminar.
La excursión continuaba luego con la misma lancha hacia la isla Taquile a 45 kilómetros de Puno, un trayecto de alrededor de hora y media. Un detalle preocupante era el descenso del nivel del lago, y el primer tramo, aun entre totoras, hubo que pasar con mucha lentitud a causa de la poca profundidad. Nuestro guía nos informó que almorzaríamos en un restaurante ubicado a cierta altura, al que se llegaba siguiendo una senda que resultó mucho más empinada que lo informado. Era una día radiante de sol y lentamente fuimos ganando altura en medio de un hermoso paisaje. La cultura local era preincaica y los habitantes de la isla se incorporaron posteriormente al imperio incaico para terminar capitulando ante los españoles. La vestimenta ancenstral de los pueblos originarios había sido prohibida por los conquistadores y por lo tanto ellos también usaban las mismas prendas que los demás pueblos del Perú. Nos sirvieron un menú único de sopa y trucha pescada en el lago, todo muy sabroso, y luego hubo un espectáculo de danza tradicional a la gorra antes de tener que bajar al muelle y emprender el regreso a Punto. Durante el trayecto cambiaron rápidamente las condiciones del tiempo y llegando a destino comenzó a lloviznar.
Nuestros compañeros de viaje Cecilia y Roberto habían decidido cancelar el regreso por Bolivia y por lo tanto retornaban al día siguiente a Montevideo desde el aeropuerto de Juliaca. Viendo que la conflictiva situación de Bolivia había entrado en una tregua, y como estaba solucionado el problema de volar de La Paz a Montevideo para lo que teníamos adquiridos los billetes, decidimos ajustarnos al plan y antes de regresar al hotel fuimos a la terminal de ómnibus a comprar pasajes. No conseguimos asientos para viajar en forma directa, y la opción fue reservar plazas en un ómnibus hasta la ciudad de Copacabana, cambiando allí a otro a La Paz. Al taxista que nos llevó de regreso al hotel lo contratamos para que nos pasara a buscar al día siguiente a las seis de la mañana.