Relatos de mi tía Ellen
"La casa de mi tío Walter era un rancho de adobe, con techo chato, sobre el río Neuquén del lado de Cipolletti. A él le tocaba hacer plantaciones, lo mismo que a nosotros. El llegó un poco antes que nosotros, debe haber llegado en 1924 porque mamá y papá se casaron a fines del año 1923 y Walter fue el que firmó como testigo del casamiento. Pero después Walter vino a la Argentina pasando por Bolivia y Perú con ex compañeros que no se si los perdió o siguieron juntos. Nuestra casa la hizo papá mientrs nosotros estábamos en Alemania. No la habían terminado pero habían hecho mucho. Había otro ranchito más chiquitito, y mamá cocinaba para todos los solterones a la redonda, que eran varios. Eran todos jóvenes que no sabían qué hacer, había terminado la guerra y habían quedado en pampa y la vía. Entonces vinieron a la Argentina. Trabajaban de luz a luz en las chacras y mamá les daba el almuerzo y la cena, con lo cual tenía plata para comprar comida para la chacra y los árboles, ya que no era tan facil. Todos estos jóvenes no eran dueños de chacras, eran empleados de alguien que las había comprado.
Mamá estaba muy entusiasmada; era una mujer muy feliz, cantaba de la mañana a la noche. Teníamos tocadiscos a cuerda y había un papagayo en la chacra que cantaba todas las arias en alemán, era increible. El perro Lux se había acostumbrado a todo. Era un perro bastante feo pero era buenísimo. Tenía la costumbre de tirarse a la sombra pero estaba muy atento a todo lo que pasaba, y cuando escuchaba que llegaba el carro con el que repartían la comida salía despacito para acercarse. Alguien de la familia le ordenaba volver y hacía caso. El loro había aprendido el comando y cuando escuchaba el ruido del caballo con el carro empezaba a gritar y el perro volvía agachado. Son cosas que a uno le quedan en la memoria.
Había una casita vieja pero papá había hecho una nueva que era todo un chalet, que papá nunca llegó a blanquear. Era de adobe y tenía muy buen piso y ventanas. Con los restos de esa casa hicieron su casa los nuevos dueños de la chacra. Me dió una gran emoción cuando lo ví.
Cuando vinimos de Alemania yo tenía cuatro o cinco años, y mamá se enfermó mucho en Buenos Aires a nuestra llegada. No se la fecha exacta pero se que estuvo muy mal, tuvo una hemorragia en la calle y la llevaron al hospital alemán. Ella nunca aprendió a hablar castellano excepto algunas palabras solamente y estuvo internada seis meses en el hospital al detectarse una tuberculosis en el bajo vientre. De joven había tenido tuberculosis pulmonar, cuando tenía 16 o 17 años y se había curado. Mamá era una mujer muy muy alegre, muy vivaz y jovial; todo el mundo la quería, y cantaba de la mañana a la noche. Todos los hombres que venían a comer entraban con sus alpargatas y cuando estaba todo mojado dejaban costras de barro. Como el piso era de ladrillos, cuando ellos se iban quedaba todo. Mi mamá lo rasqueteaba y lo sacaba. Estando en Alemania vi a una señora haciendo algo con un aparato raro y cuando le pregunté qué hacía me dijo que estaba lustrando el piso. Yo le dije que mi mamá lo hacía de una manera muy distinta, agarraba la pala y tiraba el barro afuera. Debe haber pensado que se vivía muy mal. Pero eso fue hasta que se hizo la otra casa donde teníamos piso de madera y todo pituco. Esas cosas me quedan grabadas. Además los ladrillos, de tanto caminar, se ahuecaron en el medio. A veces yo estaba sentada y veía que se movían los ladrillos, entonces le pregunté una vez a mamá porqué se movían. Resulta que había lauchas debajo de los ladrillos y al traer el gato y levantar ladrillos de golpe los podía atrapar.
Era una vida muy primitiva pero sin embargo la pasamos genial. Mamá tenía muy linda voz para leer en voz alta y a mi papá le gustaba que ella leyera libros en voz alta. Mamá leía a la luz del farol de kerosene o de las velas y papá tejía. Le tejió un chal o un saco color bordó con beige, rayado, que tengo muy presente. Mi hermana y yo juntábamos los diarios y revistas que se conseguían, para prender la luz y la cocina, porque cuidábamos hasta los fósforos. Era muy reducido el presupuesto.
Cuando estuvimos en Buenos Aires y mamá se tuvo que internar yo quedé con Gretchen, la niñera, que trabajaba en un hotel cercano al hotel Justen.
Mientras yo estaba en Alemania Ursula quedó en la chacra, carneando, cargando manzanas, con los chanchos. Ella estaba con papá y mamá, y le gustaba de alma. A mi no me gustaba para nada. A los chanchitos les rasqueteaba el lomo con un rastrillo, pero en el fondo no me gustaban. Ursula estaba felíz allí, era su ambiente. Ella viajó a Alemania con mamá en el año 1934. Nosotras pertenecíamos a las juventudes hitlerianas porque era obligación. Ursula llevaba el estandarte cuando el grupo de chicas salía de excursión. Yo nunca lo hice porque no me gustó. Usula tenía mucha fuerza, era una chica muy desarrollada, con esqueleto grande. Ella regresó con mi mamá a Alemania para ir a la escuela, porque había que ir prácticamente hasta Cinco Saltos, al no haber en esa época escuelas en la zona. Había escuelas pero no recuerdo donde, porque el comentario era que había que hacer dos o tres kilómetros a caballo, y papá y mamá no querían que nosotros como chiquilinas camináramos. Había cada elemento, de Ursula se habían abusado una vez. Cuando hicieron la casa, el que era el carpintero se había propasado. No se que pasó, pero lo se porque la ví mal y le pregunté qué le pasaba. El hijo del carpintero era un borrego y quién sabe lo que le hizo. Ursula tendría siete años o algo así. Demás decir que papá echó al carpintero y al hijo. Me quedó grabada la frase del carpintero diciendo que no podía meterse al hijo en el bolsillo, pero lo que había hecho no lo supe.
Ursula se quedó en Alemania hasta los catorce años. Volvió sola a la Argentina pero con una agencia de viajes, todo muy bien hecho. Nosotros nos despedimos de Ursula en Berlín, donde ella tomó un tren a Amsterdam y luego en barco de Rotterdam. Hubo muchas peleas ya que papá no quería que ella viajara sola. Ella no quería quedarse; salía para la escuela, daba la vuelta a la manzana y estaba de vuelta. Cuando yo llegaba de la escuela, a veces temprano, la encontraba en casa. Llegaban cartas de la escuela. Yo sé que Ursula no quiso quedarse bajo ningún concepto. No le gustaba nada de lo que se hacía alli; usar zapatos, el asfalto, las amistades. Hacía bastante deporte, íbamos a nadar cerca de casa al río que cruza Berlín, tenía patines de ruedas. Pero no le era suficiente, ella necesitaba algo más concreto. Además mamá salía a las seis de la mañana y volvía a la tarde agotadísima porque encima tenía que viajar en tren, y no había puntos de referencia. Yo jugaba todo el día; tenía muñecas, mientras que Ursula leía. Ella leía mucho pero eran novelas tipo Corin Tellado; Agatha Christie también aunque más que nada novelas rosadas típicas de la juventud. Casi no había radio porque la compramos mucho más tarde. Vivíamos dos vidas separadas. Mamá cocinaba a la noche y dejaba alguna comida preparada. Según lo que era, ella tenía que calentarla y mamá hacía también muchos postres Royal que nos repartíamos por mitades. Cuando yo llegaba ella ya había comido más de la mitad, pero yo me las arreglaba. Llegó un momento en que mamá se dió cuenta. Por ejemplo había hervido papas y entonces Ursula tenía que cortarlas y ponerlas a calentar con manteca. Cuando yo llegaba ya no había. Yo quería comer algo y muchas veces comí la papa fría con un poco de sal. No me molestaba, pero mamá pescó la onda.
Nosotros vivíamos en el este de Berlín, en la anteúltima estación de la linea de tren que iba de este a oeste y toda esa zona quedó luego para los rusos. Ursula no quiso quedarse, no estuvo ni cuatro años. Hacía amigos entre la juventud que vivía cerca nuestro. Nos cambiamos dentro de Berlín y fuimos a vivir cerca del Tiergarten. El mismo tipo de tren hace un aro que une las partes de afuera y va también a Tempelhofen, el famoso aeropuerto de Berlín que quedó en la zona de los americanos. Eso fue una salvación para todos los que vivían allí encerrados adentro del muro. Eso fue terrible. En esa época todo me pasaba como en una película. Parecía interesante y nada más. Ahora lo razono, porque yo tenía una compañera del colegio que vivía en la zona este tal como vivíamos nosotros, aunque nosotros nos cambiamos al centro, y cuando vine para acá era la única con la que tenía correspondencia. Ella se había casado y tenía una hija a la que le puso mi nombre y me dijo que estaba pensando si quedarse de un lado o ir al otro lado porque el problema es que tenía familia en ambos lados. Nunca más pude saber qué pasó. Cuando llegué a la Argentina le mandaba unos cupones que se compraban en el correo metidos en las cartas para que pudiera comprar las estampillas. Se canjeaba en el correo por una estampilla y era como una ayuda para Alemania. Yo sali de Alemania sin un centavo; el dinero alemán no tenía valor ninguno.
Había diecisiete meses de diferencia entre Ursula y yo. Ursula nació en noviembre y yo nací a los dos años en abril. Yo era un fideo, flaquita. No conozco los pormenores, pero iban y venían cartas. No existía el teléfono, que entró mucho más tarde en las chacras. Desde Alemania solo se podían mandar telegramas que iban a la casilla de correo. Mamá estaba enferma pero no daban con la tecla. Era algo de la vesícula. Estuvo internada en un sanatorio y todas las mañanas venía una laucha a comer las migas. Ya eran amigos.
Mio tío había sido comandante en algún pueblo, y había traido su perro de la Argentina. En el año 39 murió mi mamá cuando yo tenía 14 años. Quedé sola. Regresé de mis vacaciones y el 15 de agosto se enfermó mi mamá. Estuvo quince días sin buena atención y cuando al final conseguimos quién la atendiera, la internaron de urgencia y no salió nunca más del hospital.
Walter estaba en la infantería y cuando terminó la guerra quedó prisionero. Cuando salió me fue a visitar en el pueblo donde habían vivido mis abuelos. Mi abuelo había sido médico rural. Yo estaba trabajando con los ingleses y justo le estaba mostrando algo a uno de mis jefes, que era un borreguito como todos los otros menor que yo que tenía 21 años cuando se abrió el portón de un galpón donde había que clasificar todas las herramientas y entró uno que al mirarlo resultó ser mi tio Walter. Cuando lo ví parecía un cadaver, toda la ropa le colgaba porque lo había pasado muy mal. El había sido herido en el talón, estando en Rusia. Revisando una casa alguien le pegó un tiro en el talón que le perforó el hueso. Se repuso bien pero pero a partir de allí lo mandaron al oeste y quedó en Francia o en Bélgica. Era un buen tipo, muy respetado y apreciado por sus soldados. Lo querían porque dentro de lo que es ser militar él nunca fue "milico" con esa actitud de mandón. El tenía una cierta idea de lo que es responsabilidad y cumplimiento del deber. El tenía doce años cuando fue a la academia militar, así que no conocía otra cosa. En la chacra sí trabajó. Nunca más supe nada de él porque yo ya me vine a la Argentina.
Mi primer trabajo fue de niñera casi dos años, después trabajé un año en una farmacia y luego fuí al pueblo donde vivían mis abuelos aunque no creo que haya nacido allí. Está sobre el Ruhr. Yo trabajaba en Breslau, que ahora está en Polonia, con una familia que tenía tres chicos. Tenía diecises años.
Estaba trabajando en Wuperthal en una farmacia y un día se abrió la puerta y entró una joven con una enorme caja. Me dijo que venía de una fábrica y traía vendas en la caja, por eso era liviana. Cando dijo su nombre y le ví la cara me dí cuenta que era Emi, una chica que vivía enfrente de mi abuela. Durante el año que viví allí estábamos todo el día juntas, jugando. Al lado de la casa había un lote con un gran vivero hermosísimo del que me enamoré. Todos los días le preguntaba a la Oma si podía ir al vivero, y siempre lo hacía con Emi. La había perdido y mi abuela se había muerto, mi mamá había muerto hacia rato, había muchos cambios. Cuando nos pusimos a hablar mi jefa me miró media enojada. Emi me dijo que fuera a su casa y me explicó cómo llegar en tren. La fuí a visitar y fuimos a la casa de las hijas del jardinero. De allí en más cada sábado iba a la casa de ellos y me quedaba a dormir o volvía a ir el domingo, porque quedaba muy cerca. Había un tren conmutador. estaba tan cansada de vivir en esa ciudad sola que le dije que me hubiera gustado ir a vivir allí. Ella me dijo que consiguiera un trabajo, y una de sus amigas me sugirió ir a ver un doctor aunque yo no quería ser asistente de médico. Pero el doctor tenía una fábrica y parece que necesitaba una secretaria. Yo nunca había trabajado de secretaria pero fuí y me presenté. Si no trabajaba no tenía derecho ni a cupones de comida ni a vivienda. Eso era muy estricto. Me fuí entonces de Wupertal y comencé a trabajar de secretaria. Le dije al doctor que yo no sabía hacer nada, y me preguntó si yo sabía hablar francés, que no sabía, y si sabía inglés. Me preguintó cómo se decía en inglés que estaba lloviendo adoquines y le contesté que se decía "it's raining cats and dogs". Fue suficiente para él y me dijo que podía comenzar el lunes siguiente. Yo tenía que hacer el resumen semanal que había que entregar a la administración porque esa era una fábrica que hacía trabajos en acero y que se había dedicado en una época a hacer ruedas de ferrocarril y todo lo que tenía que ver con eso. Era una fábrica pequeña sobre el Ruhr. Yo estaba todo el día sentada y él me dijo que agarrara un papel y lo pusiera en la máquina cuando se abría la puerta. Si no yo estaba tejiendo. Así tenía mi casa y comida.
Cuando yo estaba todavía en la farmacia en Wuperthal iban de casa en casa y de negocio en negocio a controlar. Donde había una chica entraban los militares en todo su atuendo y preguntaban por el nombre y apellido, si era vivienda permanente. Estaban haciendo limpieza, y había mucha gente que estaba desplazada. Había un militar que venía siempre. El primer día era todo en inglés. Uno se llamaba Alan y el otro mr. Williams. Ambos eran americanos porque en Wuperthal entraron los americanos el 15 de abril y unos días más tarde terminó la guerra. Se los veía llegar, como si fuera por el camino del cerro Otto. Yo tenia mucho miedo porque nos habían llenado tanto la cabeza, pero pensaba que pasara lo que pasara a mi no me iba a suceder nada. Una mañana fuí a la farmacia y comenzó el desfile. Mi jefa no tuvo mejor idea que decirme que fuera a cierto lugar a conseguir algo, ya que las farmacias intercambiaban muchas veces. Respiré hondo y crucé la plaza, de una farmacia a la otra. Pasaban los camiones enormes con soldados de uniforme y se los veía tan bien, no eran todos negros pero entre las piernas y manos que colgaban afuera había alguna mano negra. Yo caminaba toda dura. Me ofrecían golosinas y yo no atinaba a nada. Nos daban chocolatines y muchas otras cosas con maní. Potecitos de vidrio tapados con lengua de cordero en escabeche, cosas que en mi vida había visto. Me preguntaba si podían ser ellos los que mataban a todos. Ya mi primera impresión fue genial. No podía pensar qiue fueran malos. Los chicos estaban fascinados. Eran muy correctos. Los primeros que llegaron era la tropa de ataque pero después aparecieron esos dos que venían constantemente, siempre con las mismas preguntas. En realidad los conocí de otra forma. Yo tenía una amiga en Wuperthal que había sido novia de mi primo, con la que quedé en encontrarme para visitar a la tía. Yo llegué primero, y siendo verano me senté allí tranquila en un banco con vista a todos los montes. Pasó un jeep con estos dos sujetos y al rato volvieron por lo que pensé que estaban buscando algo. Se arrimaron con las mismas preguntas de siempre y también queriendo saber qué hacía allí. Les dije que estaba esperando una amiga y en eso llegó Inge, que así se llamaba. Querían a toda costa charlar un rato. Uno de ellos hablaba perfectamente el alemán con un leve acento y después descubrí que era austríaco. El había nacido en Viena, hijo de judíos, que tuvieron que emigrar. El otro no, era yanqui puro. Se llamaba Allan. De repente dijo uno de ellos que estábamos fuera de hora. Yo no usaba reloj, y en esa época sabía que USA significaba en alemán "armada recolectora de relojes", porque en donde preguntaban por la hora pedían el reloj. Tenían la locura con los relojes. Cuando nos dijeron que estábamos fuera de hora quedé sorprendida, pero era cierto; entre charla y charla se habían hecho más de las nueve de la noche, la hora en que comenzaba el toque de queda. Nos cargaron en el jeep con mi amiga Inge temblando. Le dije en voz baja que no se hiciera problemas. Nos llevaron en el jeep al centro de Wuperthal, donde había un gran edificio que había sido algo oficial, un complejo bastante grande, con mucho alambrado y militares armados. Pasamos y repentinamente estábamos afuera nuevamente. Nos llevaron a la casa al tener nuestros papeles con la dirección. Finalmente nos hicimos amigos con ellos. Nos veíamos a menudo, charlando y caminando, realmente muy correctos. Uno de ellos, el mr. Williams, resultó ser el jefe de la inteligencia, era la CIA, y yo ni idea. Creo que estuvieron quince días en Wuperthal y cambió la tropa cuando llegaron los ingleses. Una diferencia del día a la noche, en la ropa y en la actitud. Eran dos mundos distintos. No se podía comparar a los ingleses con los norteamericanos. Quedamos bajo la ocupación inglesa, y después de eso yo quise ir al lugar donde vivían mis abuelos. Mi amiga Emi me dijo que fuera, y allí trabajé con esta gente. Todas las semanas tenía que entregar los papeles en la comandancia. El comandante, que se llamaba Douglas Stone, había trabajado en Berlín en el Dresdener Bank y era un germanófilo al que le encantaba hablar en alemán. Preguntó qué era lo que faltaba en el pueblo y le dije que nos faltaban papas, que no se conseguían. El papá de Emi tenía un negocio donde vendían vidrios y pintura, y así fue como hicimos trueque en el campo, vidrios y pintura por papas. Era un tipo macanudo y teníamos una relación fenomenal. Todos hablaban con todos, hacíamos campeonatos de ping-pong, ingleses y alemanes juntos. Era un ambiente muy distendido, porque la guerra ya había pasado. Todos tenían familia además de haber perdido familiares.
Un buen día apareció una persona donde yo estaba trabajando. Cuando uno se cambiaba de lugar había que ir a la policía e informar del cambio. Era todo muy correcto. esta persona traía una carta de mr. Williams para mí. Al abrir la carta había una cantidad de documentos y una cartita. La cartita decía que me ofrecían trabajo en un campamento que se llamaba UNHRA, cerca de Munich, para personas desplazadas. hacían una cantidad de trabajo para ocuparse de gente que había quedado sin hogar y mandados a otros paises, al no haber comida ni lugar. Todos los que venían del Báltico y muchos de la zona de Jugoslavia y Croacia, además de aquellos que ya no tenían pais por haber dejado de existir. Era muy dificil, con hambre y penurias de toda clase. Me ofreció la posibilidad de ir a trabajar allá, pero mientras tanto podía trabajar con ellos como recepcionista. Mr. Williams estuvo unos pocos días y luego lo trasladaron a otro lado. Llegó un tal Spiller, y era muy buena gente la que estaba allí, no eran militares, eran normales por así llamarlo. Hacíamos paseos los fines de semana, yendo a ciertos lugares de la montaña. Recuerdo que había un balneario, bungalows, y el que quería subía a la montaña. Era muy lindo, con cierto aire de Bariloche.
Estando trabajando con los americanos llegó un aviso en la teletipo en que decía que no podían emplear a nadie que fuera alemán. Teníamos de todo allí adentro y había muchos judíos. Yo no tenía autorización para entrar pero cuando había mensajes en el teletipo estiraba el cuello para ver los mensajes. Yo preferí retirarme porque con la UNHRA no había pasado nada y después de cuatro meses con la CIA regresé a Wengen, donde mi puesto estaba ocupado.
Entré en una fábrica alemana ocupada por ingleses adonde tenía que viajar todos los días en tren al estar roto el puente. Trabajé en ese lugar, donde apareció mi tío. Los ingleses se retiraron y a mi me echaron porque tuve úlcera y me internaron. En el hospital recibí el aviso de que había quedado cesante. Me quitaron la vivienda pero fuí a la casa de una familia, donde yo estaba muy enredada con el hijo que me gustaba muchísimo. Incluso nos comprometimos, aunque cuando papá le mandó el pasaje en el avión nunca lo aprovechó. Yo ya había estado un tiempo acá cuando papá pagó el pasaje, y nunca pude entender porqué no vino. Tengo aún sus cartas. Era dificil salir de Alemania pero se podía cruzando los Alpes a Suiza. Teniendo el pasaje era posible. Yo tenía 23 años cuando vine. Había muchas excusas de su parte, había una carrera de motos a la que quería ir con su hermano, luego se había resfriado, y yo corté la relación. Además yo ya me había aclimatado. Estaba trabajando en la librería Meyer, porque en la chacra me quedé solo tres meses.
Con papá estuve apenas un mes porque llegué a fines de junio, y a papá lo ví recién al mes siguiente ya que estaba con su camión transportando materiales y no podía llegar por la nieve. El trabajaba con la misma compañía donde estaba empleado Andrés y a él lo conoció en la oficina ya que hacía las boletas. Papá apareció en la chacra a fines de agosto y a fines de octubre ya estaba acá. Papá me trajo aquí porque Ursula le decía a papá que yo era un estorbo, yo lavaba los vidrios, la ropa y los pisos, lo que nunca se había hecho. Los vecinos Schiesser vinieron y comentaron que parecía que había viento fresco. Ursula no me dirigía la palabra, y cuando llegó papá estaba muy enojada. Papá me llevaba a pasear por todos lados queriendo mostrar su hija. Jorge venía a conversar conmigo y yo le decía que se sacara las medias más a menudo, no por el barro de la chacra sino por los agujeros que tenían. Yo no las podía surcir cuando estaban rotas. Cuando llegué Federico tenía ya un año y medio.
Yo veo hoy la relación de Jorge con Ursula como un comercio. Mi padre era comerciante. Apenas después de ocho o diez dias en la chacra mi papá me miró de arriba abajo y me dijo que era muy bonita, que conmigo podía ganar mucho dinero. Eso había que tragarlo, era muy dificil pensar que mi papá quería prostituirme. Con Ursula había otra relación. De lo que yo saco en limpio, ya que no lo he vivido sino que escuché una y otra cosa, Jorge tenía un negocio floreciente en Cipolletti, que iba muy bien, y como papá tenía en sus ojos el signo pesos eso le atraía al gustarle vivir bien. Trabajaba mucho y tenía buenas visiones pero cuando llegaba el momento de poner el hombro le gustaba más que lo hicieran otros. Daba consejos y lo tuve confirmado en el libro de la vieja Gernchner, todo lo que había hecho mi padre. Cuando murió fue Andrés al entierro ya que yo no pude ir, y cuando Elsa lo recibió le preguntó si había traido dinero. Nunca había plata, tenía cuentas en todos los bancos de Neuquén.
El abuelo de Buenos Aires hacía todas las compras de material que se usaba en los galpones para embalar las frutas porque en esa época no había tantos galpones y entonces cada chacarero tenía su marca. Todo ese material lo abastecía el abuelo desde Buenos Aires. El negocio era del abuelo y Jorge lo trabajaba. Le decía lo que necesitaba y llevaba muy bien sus cuentas.
La pareja de Jorge y Ursula era muy despareja en todo sentido, si bien los dos estaban enamorados y luego llegó la hija y el hijo. Se casaron en Buenos Aires lo que yo no sabía porque cuando estaba en Wengen con los ingleses y el germanófilo Douglas Stone yo decía que venía de la Argentina, recalcándolo, que era alemana pero que mi familia vivía en Argentina aunque no tenía noticias. Durante cinco años no tuve ninguna noticia. No había correspondencia ya que no existía la posibilidad. Le escribí una carta a mi padre tipo telegrama, diciendo que estaba bien y preguntando cómo estaban ellos. Douglas la mandó a Londres y de allí fue a Buenos Aires y a Cinco Saltos. Demoró como un mes y medio antes de tener respuesta y cuando llegó la carta no estaba Stone, él se había ido de licencia a Inglaterra y el capitán que estaba allí dijo que había una carta que había llegado de la Argentina. El no me la quería dar, pero finalmente la abrí, y en la carta me preguntaba papá si quería volver. Qué pregunta, era obvio que quería volver, era mi hogar, nueve años había estado allí. Allí empezamos, y durante dos años estuvimos haciendo papeles para poder salir. En la carta decía mi papá que Ursula estaba casada, que tenía una nena y que había otro bebé en viaje.
Don Feliz pensaba que era mucho mejor que el dinero del negocio se invirtiera en la chacra. No se cómo lo convenció a don Jorge, pero él se hizo socio de la chacra o algo así. El abuelo era el dueño del negocio pero don Jorge lo debe haver convencido que sería mejor invertir en la chacra porque mi papá tenía mucha habilidad para hacer negocios en el aire, ganando millones de la nada. Cuando llegué yo el negocio ya estaba cerrado. Todos vivían en la chacra, aunque los hijos nacieron ambos en Buenos Aires. Yo estuve tres meses en la chacra pero eran puntos intocables. Ursula no quería hablar, ya que nunca fuimos verdaderas hermanas.
Vine a Bariloche porque un día estábamos en la chacra y mi papá me dijo que preparara la valija para salir al día siguiente a Bariloche. Yo ya sabía que Bariloche era un lugar de porquería, donde había una mujer que era una bruja a la que mi papá le regalaba todo lo que tenía a ella y sus hijas. Un anillo muy lindo que tenía mi niñera Grethen se lo había dado papá a Marianne después de que ella muriera. Era Ursula la que me contaba todo eso. Pintó todo muy mal; habían vivido juntos bastante tiempo, papá le daba toda clase de preferencias a mí y a Marianne, no a ella.
Además de eso estaba yo mareada cuando llegué a Buenos Aires. Llegué a la noche con el avión como a la una de la mañana y miré a toda la gente sin reconocer a nadie. Todos se habían ido y solo quedaba el personal del aeropuerto de Morón. Estaba sentada en un sillón de mimbre cuando llamaron "Miss Schatz". Tenía una valija con 24 kilos, con cuadros, floreros, álbumes de fotos. El empleado de aduana me miró y con la tiza hizo la marca, ni abrió la valija. El joven que estaba a cargo de lo que era la agencia de SAS me preguntó adonde iba a ir, a lo que contesté que no tenía idea. Le dije en inglés que me costaba ya que no era tan fluido, que esperaba a mi familia. Todo era nuevo, raro y dificil, hasta el olor en el aire era distinto. Propuso entonces llevarme al centro. Me senté adelante en el taxi para no marearme. Era el 26 de julio, con mucho frío, y los que iban atrás recibían todo el viento cuando yo iba con la cabeza afuera para tomar aire porque estaba mal. Para mi fue grave el cambio, sola, sin nada, sin un peso en la mano. Me dejaron en el hotel Continental en la Diagonal Norte, en una habitación hermosa. Me acosté, y a las cuatro de la mañana me desperté con el ruido que venía de la calle. Para colmo yo estaba acostumbrada a los hoteles en Alemania donde uno dejaba los zapatos fuera de la puerta para que los lustraran. Cuando me levanté a la mañana vi que mis zapatos no estaban. Era mi único par de zapatos, no tenía otros. No tenía nada, ni ropa. Salí afuera y traté de hacer entender en inglés a las mucamas que yo quería mis zapatos. Había una que entendió algo y me trajeron los zapatos. Bajé a la calle y en la vereda de enfrente estaban las oficinas de SAS. Cuando entré había un señor que se llamaba Gross al que me presenté. No lo vi en el momento pero al presentarme y decir que era alemana y que había llegado la noche anterior con el vuelo tal, y que esperaba alguien de la familia que me recibiera, viendo que era alemán le dije que podíamos seguir hablando en ese idioma. Estaba abatatada pero intenté concentrarme. Todos los papeles para el viaje los habíamos hecho a través de una agencia que se llamaba Eros. Entonces dijo que a los Eros los conocía. llamó a Eros y ellos le dijeron que la señorita Schatz estaba en Alemania, a lo que él contestó que la señorita Schatz estaba sentada a su lado. Entonces dijeron que no me moviera y un joven alemán me vino a buscar. El señor Gross me dió diez pesos para que pudiera comer algo. Así como me los dió se los dí de vuelta porque yo venía con un bolso, una especie de portafolio, que en Bélgica habían llenado de bananas, mandarinas y naranjas que yo no había comido en el viaje, recién las comí en Buenos Aires.
El hotel estaba incluido en los arreglos de Eros y me llevaron al hotel Viena al tener órdenes de mi papá de alojarme en ese hotel. Salí a buscar la librería Goethe con las indicaciones que me habían dado. Mientras estaba eligiendo libros se acercó un señor y me habló en alemán. Se presentó como suizo y me preguntó si le permitía acompañarme de vuelta al hotel. Llegamos al hotel y nos despedimos. En el hotel me preguntó el dueño cómo estaba mi mamá. Quedó sorprendido cuando le dije que mi mamá había muerto y me preguntó cuándo. Le dije que había sido en el año 1939, lo que le parecía imposible. Después de confirmar que yo era la hija de don Felix Schatz, de que yo era la hija menor y que mi hermana mayor se llamaba Ursula me dijo que eramos tres hermanas y que mi mamá había estado allí, a lo que le dije que parecía haber una confusión. Me fuí a la habitación y comencé a pensar cómo era que tenía una mamá y dos hermanas. Sabía que había en la chacra una mujer que hacía la limpieza y ayudaba, que tenía dos hijas, pero yo no sabía que era un matrimonio. A todo esto me avisaron que me estaba buscando un señor mayor que me imaginé sería mi padre. Me preguntaba si lo reconocería. Cuando salí afuera me saludó un señor presentandose con el nombre de Hatzenbühler. Era el padre de Jorge que había venido al hotel Viena porque habían avisado por telegrama a Cinco Saltos de mi llegada y a su vez mandaron un mensaje al abuelo Federico Hatzenbühler. Vino a verme y me dió la impresión de ser una persona excelente, muy correcto, hasta creo que con polainas. Me dijo que al día siguiente a las siete de la mañana pasaría a buscarme para llevarme al tren, dado que ya tenía el pasaje.
Me levanté bien temprano, pero hasta que me trajeron el desayuno apenas había terminado la mitad cuando apareció el sr. Hatzenbühler diciendo que el taxi estaba esperando. Al ver que no había terminado el desayuno despidió el taxi sin dejar de refunfuñar sobre lo dificil que sería volver a conseguir un taxi. El pagó y me llevó al tren. Volvió a comprar mandarinas y cuando salimos a la calle apareció un taxi enseguida. Me explicó cómo sería el viaje en tren y así partí sola en el camarote de cuatro camas. Creo que en Azul entró una mujer gorda con el pelo muy teñido y un tapado de piel. Se levantó la pollera y se sacó la faja con una expresión de alivio. Yo nunca había visto algo así. Comenzó a hablarme pero le expliqué que yo solo hablaba inglés. No hablaba inglés pero algo entendía. Cuando pasaron a vender las tarjetas para el comedor, por gestos le dí a entender al camarero que quería comer y él me dijo que me vendría a buscar. Para el segundo turno me acompañó al comedor, me senté a una mesa y apareció uno que me comenzó a hablar. Finalmente entendió que yo no hablaba castellano. No se si me habían dado plata, pero pagué mi comida aunque todos querían invitarme. Había algunos que hablaban inglés, otros francés, y se hacía una mezcla. Yo estaba muy cansada pero todos se divertían con una chica extranjera que se podía atender. Ya en Bahía Blanca me metí en la cama y estaba dormitando cuando me tocaron para pedirme el pasaje. La mujer que estaba en mi camarote subió a la cucheta de arriba. A la mañana se levantó, puso un poco de agua en la pileta, se lavó y salió para el comedor. Me fuí rápido atrás de ella y le dije al mozo que quería lo mismo. Me trajeron el desayuno y así llegamos a Cipolletti.
Delante de la puerta del tren estaba mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos. Di un alarido que hizo que todos pensaron que me había accidentado. Me llevaron a Lizaso, la carnicería y fiambrería cercana a la estación. Tenían una camioneta y en ella cargaron un mondongo entero. Cuando ví ese mondongo entero así como venía me dije que estaba en la Argentina, pero me costó. Cuando llegamos a la chacra engancharon el mondongo y lo subieron alto, a salvo de los perros gran danés.
Así comenzó la parte argentina, que me costó mucho. Si hubiera podido hubiera vuelto allí mismo porque había un abandono total. Estábamos sentados a la noche en los sillones con el fueguito encendido porque hacía frío, con el farol de kerosene, el petromax que hacía ruido, y mientras estaba leyendo sentí un ruido. Buscando el origen vi que había entrado un sapo que comenzó a saltar. Con el asco que me daban me subí a la silla. Al irme a dormir a mi habitación con el farol a kerosene sin ruido sentí nuevamente ruidos y decubrí que había vinchucas que caían del techo. Ursula las pinchaba simplemente con una aguja larga. En la habitación donde yo había dormido con mi madre al no convivir más con su marido entraban los perros. La bañadera no se podía usar. Para comer pan había que ir a comrparlo a Cipolletti o Neuquén y era un viaje de 18 kilómetros, lo mismo para conseguir agua dulce. Lo del agua dulce lo entendía al ser salitrosa la que salía de la bomba y la de la acequia no se podía tomar. Le decía a Ursula que podíamos hacer pan pero ella prefería comprarlo. Así era la vida; salíamos todos los días en el auto a Cinco Saltos, Cipolletti, Neuquén, a Plottier a visitar a los Fonterosa donde los domingos llegábamos justo a la hora de servir los ravioles. Pocas veces estuve, pero no me gustaba esa vida. Ibamos mucho a lo de los Grossenbacher, donde me gustaba ir aunque no entendía nada. La señora Grossenbacher me ofrecía comida pero yo la rechazaba porque si bien Ursula me llevó al médico demoré en sacarme esa anorexia que tenía. Me ofrecían de todo pero no podía comer.
Cuando llegamos a Bariloche mi papá me entregó en la casa de su ex mujer. La Oma Leni me dijo que todos le decían sra. Schatz. Yo me presenté y pidiendo disculpas le dije que yo había tenido una madre y no podía decirle madre a ella. Ella me dijo que la llamara Leni. Estaba separada y el marido había trabajado en Buenos Aires cargando medias reses en un frigorífico. Tenía un hijo que se llamaba Theo que había ido a la guerra y de quién nunca más habían tenido noticias. Hicieron muchos intentos pero no lograron seguirle la huella. Oma Leni fue a Alemania y Annie también pero nunca consiguieron saber nada.
Leni estaba con una familia en Buenos aires y se encontró con mi papá en una reunión. Al poco tiempo decidió ir a vivir a la chacra con él. Sus dos hijas la siguieron. En el Valle era la señora Schatz. Cuando Peter quiso casarse le dijo a su padre con quien era y él creia que era una hija de Schatz. Mi padre era muy querido. Otra de las cosas que me caía mal era todo lo que Ursula me había contado. La bruja me recibió en el portón y ese día había nevado terriblemente. El vuelo había sido una coctelera y yo no sabía ni cómo me llamaba. El taxista me ayudó a bajarme porque mi papá ya se había ido. No podía ni mantenerme en pié. Entré al taxi y me acosté. En el portón me recibió la mujer, quien ya estaba avisada, me tomó del brazo y me sentó al lado de la estufa económica, y me dijo que me quedara quieta mientras me hacía una sopa. Hizo una sopa de pan, cortándolo en daditos y dorándolo en manteca. Le puso una pizca de sal, le dió un hervor y me lo sirvió. Yo me sentí como otra persona. Mas tarde fuimos a la casa de Annie en la plaza Belgrano y fue una linda reunión con Annie y Peter, a los que ya había conocido cuando de regreso de Buenos Aires habían pasado por la chacra a conocerme. Nos decíamos hermanitas con Annie, que eramos todas del mismo papito.
Papá me pagaba la pensión y yo estaba en la casa de la Oma Leni. Ella se había separado hacía rato porque no aguantaba más. Por la forma en que me había recibido pensé que era una buena bruja. Tenía flores en el jardín, la casa impecable, todo muy prolijo y ordenado, y una armonía entre todos. Felix estuvo dos o tres días y se fué. Estando con ellos me ofrecí a hacer algo. Llegué en octubre y en noviembre ya estaba tejiendo gorros para el negocio de Annie y Peter. Me dieron el modelo y yo lo hice como lo querían. Busqué trabajo y con Marianne nos ofrecimos en un hotel, el hotel Bella Vista que era un lindo hotel con dueños suizos. Necesitaban dos mucamas que supieran hablar alemán y que fueran prolijas y ordenadas. Las dos compramos tres vestidos de mucama con delantales ya que teníamos el mismo físico. De ese modo tendríamos siempre un uniforme limpio. La señora Sauter, propietaria del hotel, no aparecía el día en que ibamos a comenzar y Marianne ya quería irse. Estuvimos una hora y me salió la alemanada de modo que nos fuimos. A poco de llegar a la casa vino la señora Sauter a buscarnos pidiendo disculpas pero nos negamos a trabajar en esas condiciones. Marianne buscó trabajo en el negocio de Peter y yo además de tejer para ellos trabajé como instrumentadora con un dentista antes de entrar a trabajar en la librería Meyer."
Fin del relato.
Nota: En una nueva visita a los tíos a principios de octubre del año 2013, me entregaron un escrito preparado por la tía complementando el relato anterior y proveyendo datos adicionales. En noviembre del 2019 hice un viaje a Bariloche y en un encuentro con mi prima Eleonor me mostró una carta del abuelo Felix a la tia Ellen escrita en alemán a principios de junio de 1947, de la que hice una traducción lo más exacta posible. En esa carta hay una referencia a mi inminente nacimiento.