Este relato de mi padre lo encontramos entre sus pertenencias después de su fallecimiento.
Nací el 2 de diciembre del año 1904, hijo de Federico Hatzenbühler y Clemencia Hatzenbühler, nacida Verhulst, en Malo-les-Bains, un conocido balneario cerca de Dunkerque. La ciudad estaba fortificada y en buena parte rodeada de altos terraplenes. Malo-les-Bains está situado a un poco más de 3 kilómetros de Dunkerque y aunque parezca mentira, en aquellos tiempos existía una barrera aduanera y más de una vez mi madre, al regresar en tranvia a casa, habrá pasado un buen susto al traer comestibles de la ciudad por ser algo más barato.
De vez en cuando con cañones de grueso calibre se hacían tiros sobre blancos en el mar. En el año 1910 entré en el colegio Jean Bart. Este famoso marino vivió en los tiempos de Luis XIV y capturó numerosos barcos ingleses para quienes Jean Bart era un pirata. La plaza principal de Dunkerque se llamaba plaza Jean Bart y en el medio de la misma estaba el monumento al héroe. A pocos metros de la plaza había una torre alta y a cada hora un carrillón tocaba una linda melodía en honor a Jean Bart; lástima que me olvidé de las letras pero todavía me acuerdo bien de la melodía.
En el año 1914 una mañana y a hora temprana, mi padre me llevó a la salida del puerto. Allí vi al presidente Poincaré en una pequeña embarcación. Afuera, en la rada, se veían varios acorazados y en uno de ellos se embarcó el presidente. Se dirigía a San Petersburgo para entrevistarse con el zar, seguramente para ponerse de acuerdo referente a una futura guerra, la cual estalló en el mes de agosto.
Mis padres, debido a tener diferentes nacionalidades y confesiones se casaron en Dover, Inglaterra. Mi padre, comerciante, viajaba a menudo a Escocia para comprar avena y cebada, cereales que exportaban a Rusia. Mi padre tenía un excelente empleo con la firma Gisel-Gauthier en Dunkerque y de no haber estallado la guerra es casi seguro que nos habríamos mudado a Inglaterra ya que la firma tenía la intención de abrir una sucursal en Londres. Da la casualidad que al estallar la guerra mi padre se encontraba en Inglaterra y resolvió quedarse allí ya que los franceses nunca habían olvidado su derrota del año [ ] y sabía que iba a recibir mejor trato en Inglaterra. Como [ ]
En Malo-les Bains vivíamos en una confortable casa de dos pisos que había edificado mi tío ya que mi padre no quería tener una propiedad en Francia.
Dos semanas después de haber estallado la guerra, [mi tío, Elias Top,] nos dieron permiso para salir del país. La cosa es que llevando solamente unas valijas, tomamos el tren a Calais con la intención de seguir viaje a Dover; lamentablemente no nos permitieron embarcarnos, de manera que seguimos viaje a Boulogne-sur-Mer. Allí, gracias a un alto empleado de la prefectura, conocido de mi padre y de la firma para quién trabajaba, nos dió el tan ansiado permiso. Salimos a la tarde, la mar como un espejo, rumbo a Folkestone. Nos cruzamos con varios barcos repletos con soldados escoceses con sus características polleras. Desembarcamos en Folkestone sin problemas, siguiendo viaje en tren a Londres. Como mi padre no estaba en la estación, salimos a recorrer el Strand, una de las principales calles de Londres, para ver si tal vez encontraríamos a mi padre. Eso era como buscar una aguja en un pajar, de manera que regresamos al hotel. Poco tiempo después llegó mi padre. En dos semanas había adelgazado de una manera impresionante. Unos días más tarde nos mudamos a Hampstead, un lindo barrio del norte de la capital, alojándonos en un hotel en Pond Street.
Mi padre seguía trabajando, ahora por su cuenta, en la oficina del sr. Keats en la City, y antes de salir siempre nos dejaba tareas en inglés. Debe haber realizado muy buenos negocios ya que no tuvimos que pedir ayuda a nadie durante los años que duró la guerra.
Vivíamos muy cerca de Hampstead Heath, un parque natural enorme. Desde una loma alta, Parliament Hill, se veía toda la ciudad, incluso a lo lejos Cristal Palace. Parliament Hill debe su nombre a un hecho histórico. Allí se habían encontrado unos conspiradores el 5 de noviembre del año 1605. Un tal Guy Fawkes (su verdadero nombre era Guido Fawkes) pensaba hacer volar el Parlamento el día de su apertura, colocando 36 barriles de pólvora en los sótanos del edificio. El atentado fue descubierto a último momento y Guy Fawkes apresado. Bajo tortura reveló el nombre de los conspiradores y condenado a muerte. Aun hoy día, antes de la apertura del Parlamento se revisan los sótanos. El 5 de noviembre los chicos queman un muñeco de Guy Fawkes y hacen fogatas en todo el país.
Poco después de nuestra llegada la cumbre fue cercada y allí colocaron cañones anti-aéreos. No muy lejos unos poderosos reflectores buscaban de noche aviones enemigos. Al principio los alemanes enviaron zeppelines, un blanco relativamente fácil, y más tarde escuadrillas de aviones, y más de una vez tuvimos que refugiarnos en la estación de subterráneo. Claro está que el daño ocasionado no fue ni parecido a lo que pasó durante la segunda guerra mundial.
Como no hablábamos inglés, mi padre había escrito una carta en la cual decía que él, alemán, buscaba alquilar un departamento para él y su familia. En más de una casa ni contestaron, cerrando la puerta ni bien leían que el interesado era alemán. Por fin conseguimos alquilar un departamento amueblado en la casa de la sra. Elwood, en Sherlock Street 19. El sr. Elwood se había enrolado y más de una vez hemos pasado momentos difíciles cuando pasaban semanas sin recibir noticias del dueño de casa. Nos hicimos tan amigos que el matrimonio Elwood, años más tarde fue a visitar a mis padres en Rotterdam. De vez en cuando, a cualquier hora de la noche venía un policía, para ver si mi padre se encontraba en casa y no dedicándose al espionaje!
A principios del año 1915 ingresé al William Ellis Endowed School. Claro está que me costó seguir los cursos, pero al terminar el año ya hablaba bien. Me acuerdo que para navidad me regalaron un lindo libro: una edición francesa de "La Isla del Tesoro" y que mi maestro, el sr. Clark, había firmado. Un año más tarde murió en el frente.
En el año 1915 el vapor "Lusitania" fue hundido por un submarino alemán. La embajada alemana en Washington había avisado a los armadores que en el caso de llevar material bélico corría peligro de ser hundido. Por supuesto los aliados negaron rotundamente tal cosa. Muchos años después leí en el "Buenos Aires Herald" que efectivamente llevaba material bélico. El barco fue hundido cerca de la costa de Irlanda. En las cercanías se hallaba un acorazado inglés pero no se acercó, temiendo que podían hundirlo también. A raiz del hundimiento del "Lusitania" todos los alemanes y austríacos residentes en Inglaterra fueron internados, primeramente en Standford y poco después en la isla Man, una pequeña isla situada entre Inglaterra e Irlanda. Mi padre tenía el número 12405.
Mi padre en el campo de prisioneros, último a la derecha
El año siguiente mi madre fue a visitarlo. En la isla le informaron que podía ir a vivir en la isla y renovar el correspondiente permiso cada seis meses, de manera que nos mudamos a la isla Man. Nos embarcamos en Liverpool, llegando horas más tarde después de un cruce bastante movido a Douglas, capital de la isla. No tuvimos dificultad en encontrar adonde alquilar algunas piezas. En la misma casa vivía también la sra. Rommel con su hijo Freddy, una señora inglesa casada con un alemán. Seguí mis estudios en una escuela mixta. Cada dos semanas, después de sacar un permiso en la comisaría, podíamos pasar dos horas con mi padre. El campamento se encontraba al otro lado de la isla, cerca de Peel. El viaje duraba menos de una hora en el trencito de trocha angosta. Teníamos que caminar media hora larga para llegar a Knockaloe, así se llamaba el lugar. En invierno muchas veces nos tocaba recorrer el camino barroso a menudo, o con lluvia y viento helado. En verano, en cambio, muchas veces nos bajábamos en St. John, la única población entre las dos ciudades, caminando luego hasta Knockaloe, distante unos cinco kilómetros.
Entre los 20000 internados mi padre aprovechó la oportunidad para aprender castellano y ruso, y él por su parte, hacía disertaciones filosóficas. Algunos se pasaban el día jugando a los naipes, otros trabajaban en una cantera, cuidaban su huerta, algunos se volvieron locos y unos cuantos fallecieron. Como se trataba de un campamento para civiles nadie estaba obligado a trabajar. El campamento era grandísimo, cercado con alambre de puas y dividido en secciones. La alimentación era sana pero no demasiado abundante. Me olvidé de mencionar que también había canchas de tenis y un teatro. Los hombres que desempeñaban un rol femenino lo hacían tan bien que corrian rumores que habían mujeres en el campamento.
En el campo de prisioneros. Sentado, segundo desde la izquierda
La isla Man tiene aproximadamente 45 km de largo y 20 km de ancho. Es muy pintoresca y ondulada. El cerro más alto tendría unos 700 metros sobre el nivel del mar. En los valles la vegetación es exhuberante con arroyos cristalinos y muchas flores silvestres; en la parte alta no hay un árbol. Cada año se corre una de las carreras más famosas de motociclismo, el TT, por "Tourist Trophy". Durante la guerra no se corrió. La isla Man es muy conocida como sitio de veraneo y diariamente, en tiempos de paz, llegaban entre 2000 a 3000 turistas, la mayoría procedentes de la zona industrial como ser Manchester, Sheffield y Liverpool. Si bien me acuerdo, en sus tiempos, uno de los barcos que hacían la travesía era el más veloz del mundo. Otro embistió un submarino alemán y lo hundió.
Con buen tiempo, desde Snaefell se puede ver Escocia, Inglaterra, Gales, y desde el otro lado de la isla, Irlanda. Los habitantes primitivos eran celtas y en distintas épocas fueron dominados por reyes irlandeses, escandinavos, ingleses y escoceses. Una peculariadad de la isla: gatos sin cola.
Como la entrada al puerto de Douglas no era muy ancha, con tiempo muy malo los barcos no entraban al puerto, haciendolo en Castletown, un pequeño pueblo ubicado a orillas de una bahia abierta hacia el sur. Pegado al puerto de Douglas hay una hermosa bahía en forma de arco de unos tres kilómetros de largo y a lo largo de la rambla habían levantado un paredón de piedras labradas y escaleras para bajar a la amplia playa. Con marea alta, el mar llegaba hasta el mismo paredón. Con tiempo malo y viento fuerte del este las olas pegaban con tanta fuerza sobre el paredón que el agua mojaba más de la mitad de la amplia avenida, la cual tenía una pensión u hostería, una a la par de la otra.
Tarjeta postal de Peel Castle, Isla de Man
El 11 de noviembre del año 1918 a las 11 de la mañana fue firmado el armisticio. Lo supimos cuando comenzaron a repicar las campanas de las iglesias. No tendría más [ ] ir a buscar el parte diario, algo que me tocaba hacer ya que hablaba francés. La mayoría de las veces no había grandes novedades ya que durante meses las tropas estaban atrincheradas. Jamás llegaron a pisar tierra alemana las tropas del frente occidental. Los rusos en cambio, poco después de estallar la guerra ocuparon una parte de la Prusia oriental pero fueron rechazados por el mariscal Hindenburg en la batalla de Tannenberg adonde capturaron 100000 rusos.
En el mes de febrero los "enemigos" fueron repatriados y nosotros al mes siguiente. A la vez nos advirtieron que en Alemania escaseaba la comida, algo que no creimos, teniendo en cuenta los paquetes que recibieron los internados por intermedio de la Cruz Roja; también nos aconsejaron llevar lo menos posible. Nos despedimos de nuestros amigos en Douglas, llegando sin novedad a Liverpool y desde esta ciudad en tren a Londres. Pasamos la noche en la casa de una familia particular, si bien me acuerdo, los dueños de casa eran quakeros. El día siguiente vi por última vez el intenso tráfico [ ] cuyas calles estaban cubiertas por una leve capa de nieve.
Como nos encerraron en el coche del ferrocarril, parece que creían que alguien pensaba escapar. Llegamos pocas horas más tarde a Harwich. Todos tuvieron que llevar su equipaje al barco sin ayuda de nadie. Nos cruzamos con un contingente de soldados ingleses que venían de Colonia quienes nos dijeron unas palabrotas que mamá por suerte no conocía. En el barco, otra revisación de pasaportes. Unas señoras que nos acompañaban como supervisoras cambiaban dinero, haciendo un negocio redondo ya que pagaban una bagatela por cada libra esterlina. Por suerte disponíamos de muy pocas libras. Nos ubicaron en una cabina y luego nos fue posible movernos en el barco. Vi que a proa viajaban prisioneros de guerra, habían sido internados cerca de Douglas. Da la casualidad que años más tarde conocí en el km. 15 del camino a Llao Llao al señor Dunlop, quien había sido comandante del campamento de prioneros de guerra en Douglas. Desde la claraboya de nuestra cabina vi numerosos torpederos y submarinos, de acuerdo con lo estipulado en el armisticio habían sido entregados por los alemanes. Salimos al atardecer, pero debido al peligro de minas flotantes antes de llegar al mar abierto pararon las máquinas y anclamos. No fue fácil dormir con un soldado con la bayoneta calada caminando arriba y abajo, en otra parte una bomba o algo por el estilo trabajando, y para colmo un faro alumbraba nuestra cabina cada x segundos.
A la mañana siguiente, y a lo lejos, alcancé a ver la costa inglesa. Para el desayuno, pescado. Con solo verlo tenía suficiente. Subí inmediatamente a cubierta. De repente y no muy lejos vimos una mina flotante. Los soldados tiraron sobre la misma pero no pudieron hacerla explotar debido al fuerte oleaje.
Como no me sentía muy bien y mi hermana tampoco, nos acostamos como muchas otras personas con cara muy pálida. Muy poco tiempo después, mirando por la claraboya vi la costa holandesa y bien pronto pasamos frente al Hoek von Holland adonde subió un práctico. El recorrido hasta Rotterdam fue para mi muy interesante. Como nos encontrábamos anclados en el medio del rio bien pronto aparecieron pequeñas embarcaciones cuyos dueños ofrecían cigarillos y chocolate. Apareció un oficial inglés amenazándolos inutilmente ya que uno de los vendedores le dijo que no se olvidara que se encontraba en territorio holandés. Como ya era tarde desembarcamos a la mañana siguiente. Cuando nos entregaron nuestras valijas nos dimos cuenta que algunas habían sido abiertas, a mi me falta un pantalón y saco qque no había estrenado todavía. En un galpón grande nos entregaron víveres y nuevos documentos para poder seguir viaje. Salimos en un tren impecable y en el mimso viajaban también una gran cantidad de prisioneros de guerra. En cada parada las señoras de la Cruz Roja nos convidaban con chocolate caliente, panchos y masitas. Cruzamos la frontera al anochecer y en la estación de Wesel nos recibió una banda de música tocando canciones populares alemanas, entre ellas "muss ich denn, muss ich denn...". Seguimos viaje a la mañana siguiente después de haber dormido en una casa particular. El viaje hasta Manheim fue muy lento; llegamos recién a las 00:30 a destino. Con un coche tirado por un caballo llegamos a la Rheinstrasse 4, la casa de una tía adonde se encontraba mi padre. Por fin la familia reunida nuevamente.
Durante la guerra, tanto en Alemania, Inglaterra, Francia y otros paises los víveres estaban racionados. En la isla Man, en cambio, lo único racionado era el azúcar, medio kilo por persona semanalmente así que no exagerar que en cuanto a comida estábamos mimados. Qué contraste con Alemania adonde había que mirar el diario cada (dia) para ver qué comestibles se repartían. Muy, muy poca carne, pan hecho con harina integral y qué se yo qué más (nos costaba comerlo), leche descremada, miel artificial y así por el estilo. Vivimos durante un tiempo en el departamento de mi tío Emilio, padre de Annelis Ullmann. Tenía una peluquería y también vendía cigarrillos, cigarros como se acostumbraba en aquel entonces. Cuantas veces habré salido con mi padre, llevando una pequeña valija y comprando un atado aquí y allá con el fin de tener cigarrillos mi tío, los cuales no dejaban ganancia ninguna. A pesar de ser prohibido tener animales en la casa, mi tío tenía algunos conejos y a mi me tocaba conseguir pasto para ellos.
No sé qué es lo que pasó, pero la cosa es que de un día para otro nos mudamos al departamento de la tía Mari, madre de mi prima Lore. Vivía en la misma casa en el sexto piso. Como la comida era escasa, mi padre como muchas otras personas había solicitado a las autoridades un terrenito para tener una huerta. Estaba situada al otro lado de la ciudad, más allá del "Wasserturm". Como había que regarla, en vez de ir caminando me ponía los patines (y) cruzaba la ciudad con la regadera debajo del brazo.
Mi padre, comerciante, se había establecido por su cuenta pero en aquel momento no era facil hacer negocios. Le acompañé a la oficina, ubicada en L 13-3 durante varios meses. Me acuerdo que en invierno llevaba en una mochila panes de turbia para calentar el ambiente. Mi padre mantenía relaciones comerciales con una firma en Rotterdam y aceptó un empleo que le habían ofrecido, y poco tiempo después mi madre y mi hermana también se trasladaron a aquel pais.
A principios del año siguiente viajé a Dessau e ingresé en la escuela comercial. La ciudad de Dessau, situada a orillas del río Mulde, el cual desemboca en el río Elba, tenía unos 60000 habitantes. En las afueras se encontraba la fábrica de aviones Junkers, la primera que fabricó aviones en aluminio, entre ellos los conocidos JU 52. Asistí los tres últimos años al Friedrich Oberrealschule adonde hice mi bachillerato. En la sala ceremonial había una gran placa recordatoria con el nombre de los ex alumnos que habían caido en la guerra. Uno de ellos era un tal Boelke, un aviador casi tan conocido (como) Immelmann y Richthofen, el Barón Rojo. El sr. Boelke, cónsul honorario alemán en Bariloche, era un sobrino del aviador.
En mi colegio se dictaban once materias todos los días hábiles. Tenía que caminar 25 cuadras, ida y vuelta, y los días jueves unas cuantas cuadras más para llegar al campo de deportes. Cuánto me alegré cuando por fin me compraron una bicicleta marca Dürrkopp. Aprovechando unas vacaciones recorrí con un buen amigo, Hans Schneider, el trayecto Dessau-Nürenberg en bicicleta. Llegamos bastante cansados ya que tuvimos que cruzar la cadena montañosa del Thüringer Wald con numerosas subidas y bajadas, de manera que regresamos en tren.
Con el mismo amigo viajé a Dresden, hermosa ciudad sobre el río Elba. Llegamos hasta la sächsische Schweiz (Suiza sajona). Río arriba subimos a la fortaleza Köningsstein, una impresonante fortaleza situada a unos 150 metros sobre el río. En la roca viva habían hecho un pozo para abastecerse de agua. Durante la segunda guerra mundial los alemanes alojaron al general Giraud en este castillo. Era una persona mayor y medía 1,80 metros. realizó toda una proeza: se fugó y después de un viaje aventuroso llegó a Francia. Años más tarde mi amigo se estableció con un consultorio bioquímico en el sur de Brasil. Le invité a venir a casa para pasar unas vacaciones pero nunca supe algo más de él. Era el único ex-compañero con quién me carteaba. Otros dos compañeros habían venido de Persia, hoy día Irán. Al principio, como no hablaban ni una palabra de alemán hacía de intérprete ya que ambos hablaban francés. Uno era hijo de un general, el otro no tenía una familia tan pudiente y no sabemos porqué, se suicidó.
Como mis padres vivían en Holanda, pasaba las fiestas navideñas con ellos. Igual que en el centro de Alemania, los inviernos en Holanda eran muy rigurosos. En Dessau he visto el río Elba totalmente congelado pero la superficie no era lisa sino con enormes bloques de hielo amomntonados debido a la correntada.
Cuando mi padre tomaba sus bien merecidas vacaciones en verano solíamos encontrarnos en Mannheim antes de seguir viaje al sur. Así estuvimos una vez unas semanas en el Odenwald en los alrededores de Heidelberg, otras veces en el Schwarzwald y también a orillas del lago de Konstanz (Bodensee). Estando allí aprovechamos para ir a Zurich, Luzern, llegando hasta Altdorf, una pequeña ciudad donde hay un monumento al legendario Guillermo Tell.
Después de terminar mis estudios y pasar un tiempo en la casa de mi tía María viajé a Ottenheim, un pequeño pueblo en el Rheinpfalz (Palatinado). En este pueblito nació mi padre. Me alojé en la casa del tío Jacob, en realidad era hermano de mi abuelo, para conocer la vida en el campo, ni remotamente parecida a la vida de un chacarero en la Argentina. Vivían en el pueblo y la mayoría de las casas tenían un galpón grande adonde guardaban el heno o trigo cosechado y un establo para las vacas. Los caballos eran más bien un artículo de lujo y muy pocos tenían caballos. Las parcelas de campo no eran muy grandes, de manera que a mi parecer se pasaban la mitad del tiempo de un campito a otro. Las mujeres, aparte de los quehaceres de la casa ordeñaban las vacas, hacían manteca o queso, carpían los cultivos (tabaco o remolacha) o rastrillaban el pasto que los hombres habían cortado con la guadaña. La vaca reemplazaba al caballo y tiraba el arado de una reja, y siendo necesario venía otra persona atrás para romper los cascotes. las vacas, verano e invierno, en el establo. De vez en cuando los chacareros llevaban la bosta al campo para abonar sus tierras en un carro de cuatro ruedas y tirado por dos vacas siempre vistosamente acomodada con un techito en forma de dos aguas, totalmente innecesario. Cada mañana pasaba el "Gänsehirt" (pastor de gansos) con cincuenta o más gansos, yendo a la pradera con su tropilla. Una docena de gansos se unía a la caravana, los gansos de mi tío. Cuando regresaba al atardecer, cada ganso sabía cuál era su "casa" y eso que había muy poca distancia entre una casa y otra.
Tengo entendido que el comprador de hacienda - el de mi tío era judío - también se dedicaba a arreglar casamientos, y según me contaron más de un joven, aconsejado por sus padres, se casaba con una joven no tanto por amor sino porque algún día iba a heredar varias parcelas de tierra!. No me quedé mucho tiempo en Ottersheim.
Gracias a una revista especializada en la cual había publicado un aviso, viajé a Saalfeld, ciudad ubicada en las montañas de Thüringer Wald y trabajé varios meses en un establecimiento antes de venir a la Argentina, que pertenecía al sr. Gottfried Gottschalk. Tenía varios invernáculos grandes con calefacción y allí cultivaba flores y verdura fuera de temporada. la venta se efectuaba en el mercado local. Era un tipo "vivo" ya que durante la tremenda inflación, inmediatamente invertía su dinero. Me acuerdo que tenía dos pianos, siete máquinas de coser, un hermoso enrejado frente a su propiedad, etc., etc. Compartía mi linda pieza con un aprendiz, Alfonso, muy buen muchacho. Un día domingo acompañé a mi patrón para ver otros establecimientos en los alrededores y me quedé asombrado al ver en qué tristes aposentos vivían los empleados. Saalfeld es otra de las históricas ciudades que he conocido. Hay enormes bosques de coníferas en los alrededores y el invierno es duro y nevador. Meses más tarde recibí una carta de mi padre pidiéndome viajar lo más pronto a Buenos Aires después de vender los muebles que tenían en su departamento en Rotterdam.
La firma para la cual trabajaba mi padre tenía una sucursal en Buenos Aires. Como las cosas no andaban muy bien, el director le preguntó si no estaría dispuesto a ir a la Argentina por seis meses y tratar de ordenar las cosas. Después de consultar con mi madre aceptó el ofrecimiento. Pasaron los meses, seis, siete y como mi padre no regresaba, mi madre hizo sus maletas y viajó con mi hermana en el barco "Flandria" a Buenos Aires. la cosa es que mi padre se quedó en la Argentina.
Viajé a Rotterdam y alquilé una pieza por una semana; algo que me llamó la atención: la pieza no tenía ventana, menos mal que no sufro de claustrofobia!. Vinieron varios interesados para comprar el moblaje, todos ellos judíos, y parece que se habían puesto de acuerdo ya que los tres que vinieron ofrecieron 600 gulden, un precio absurdo para dos pisos amueblados con muy buen gusto. Saludé al director de la firma y también a él le parecía ínfima la suma ofrecida; después de pensarlo un momento me ofreció el doble, 1200 gulden; demás decir que acepté la oferta. Luego viajé a Mannheim para despedirme de mis parientes.
Recibí una carta larga de mi padre en la cual me daba consejos referentes a mi próximo viaje como ser: pedir una cabina del lado de Africa por ser más fresca durante la noche, etc., etc. Saqué mi pasaje en la agencia de la Hamburg-Süd pidiendo claro está una cabina del lado de Africa. Dos días más tarde viajé a Hamburgo. Aproveché para ir al Chilehaus y saludar al Dr. Behrens, director general de la firma. Sonrió levemente el sr. Behrens cuando le dije muy ufano que viajaba en tercera clase en el "Cap Polonio". Algo que me llamó la atención en este edificio: un ascensor paternoster.
Un lanchón - era el 23 de junio - nos llevó a medio día hasta el barco, anclado en el medio del río Elba frente a la conocida Michelkirche. Mi cabina tenía cuatro cuchetas en el medio del barco, es decir entre America y Africa!. Salimos después del almuerzo. Como había unas cuantas cartas sobre el piano las revisé y encontré un telegrama de mi padre deseándome feliz viaje. A la tardecita llegamos al mar abierto y hacia el norte alcancé a ver la isla de Helgoland. Había ido a proa y como el mar estaba bastante agitado, la misma subía y bajaba unos 80 centímetros. Al subir vi a unos cuantos polacos tirados en el piso y chupando limones, tal vez para no vomitar. Por las dudas me acosté sin cenar.
A la mañana siguiente nos encontrábamos frente a Boulogne-sur-Mer con un mar tranquilo. Un lanchón trajo unos cuantos pasajeros. Suerte que el golfo de Vizcaya se portó muy bien [ ] a Vigo y luego a la Coruña. Allí vinieron muchos vendedores ofreciendo naranjas por "eine Mark". Al día siguiente entramos en la rada del puerto de Lisboa. Luego comenzó la travesía del Atlántico. Pasamos cerca de las islas Canarias y durante muchas horas se podía ver el majestuoso pico de la montaña que domina la isla. También pasamos cerca de las islas de Cabo Verde, no muy verdes por cierto. Apenas estaba aclarando cuando llegamos a Rio. Delante nuestro navegaba un barco de la Royal mail, el "Andes". A pesar de encontrarnos en pleno invierno hacía calor. Más tarde supe que se trataba de una ola de calor excepcional. Como había visto el Pan de Azucar, después de bajar del barco se me ocurrió caminar hasta allí. A decir la verdad, el Pan de Azucar estaba mucho más lejos de lo que creía, sin embargo llegué. Por supuesto subí con el cable carril (en dos etapas) hasta la cumbre. Una vista maravillosa. El "Cap Polonio" parecía un juguete. Regresé al centro en tranvía, todos abiertos. En la ciudad se veían personas con tez blanca, otros morochos y otros renegridos. Otra cosa que me llamó la atención: los labios rojos de las mujeres. En Europa todavía no se había implementado esta moda.
Seguimos viaje a las 16:00 llegando a la mañana siguiente con tiempo lluvioso a Santos. En el puerto un intenso olor a café. Dos días más tarde llegamos a Montevideo y a la mañana siguiente a las 07:00 con tiempo frío a Buenos Aires. En la dársena norte estaban esperandome mis padres y mi hermana. Era el 12 de julio del año 1926.
Fin del relato!
Notas:
Además de las fotografías adjuntas al relato, encontramos cuatro tarjetas de navidad enviadas desde el campamento de prisioneros Knockaloe entre los años 1915 y 1918.