Febrero 2010 a marzo 2010
Desembarqué del Ek-Star en Gdansk el 27 de febrero y estuve dos semanas en casa antes de hacer una nueva visita a Mery. Este viaje a España fue consecuencia de conversaciones anteriores que habíamos tenido Mery y yo sobre la posibilidad de encontrarnos allá y hacer juntos una escapada a algún lugar interesante. Además había traido de mi reciente viaje a Argentina una cantidad de envíos para Mery, entre otros de la tía Ellen y había decidido que se los iba a llevar personalmente. Me había quedado grabado Segovia como un lugar atractivo para visitar y de allí que organicé el viaje a esa localidad, a la que era facil de acceder desde Madrid.
Salí de casa el martes16 de marzo antes del mediodía con un lindo día de sol en compañía de Johanna, quien me ayudó con el transporte de mis dos valijas. Fuimos primero a comer un almuerzo liviano al centro antes de ir a la estación a tomar el tren para el aeropuerto. En la estación nos despedimos y mientras Johanna iba a seguir repartiendo solicitudes de trabajo para el verano yo partí hacia Copenhagen. En el aeropuerto hice el check-in en forma rápida ya que había poca gente ese día, y me dispuse a esperar las dos horas que faltaban para la salida del avión, prevista para poco después de las tres de la tarde.. Mi vuelo era con Spanair y salió a horario. Fue un vuelo muy confortable y con cielo despejado a partir del sur de Alemania, por lo que pude apreciar en todo su esplendor tanto parte de los Alpes a la distancia como los Pirineos, ambos aun bien cubiertos de nieve. Llegué a Madrid también en el horario previsto y después de retirar mi valija nos encontramos finalmente Mery y yo. Ella había llegado con su valija una media hora antes. Tuvimos que caminar una corta distancia de la terminal 2 a la terminal 1 en el mismo edificio del aeropuerto hasta llegar a la oficina de Europcar a hacer los trámites para retirar el auto que había alquilado. Completado el papelerio de rigor lo fuimos a buscar al estacionamiento que estaba en las cercanías, y después de programar el GPS que había llevado conmigo partimos para Segovia. Había mucho tráfico en las rutas de salida de Madrid e incluso un par de accidentes en la autopista, pero luego disminuyó y llegamos sin tropiezos a Segovia poco después de las nueve de la noche. Demoramos un poco en encontrar el hotel al haber calles cortadas, pero finalmente dimos con él con la ayuda del navegador y del instinto ya que el frente no daba a la calle y había que entrar al estacionamiento por un agosto pasadizo al lado del edificio. Así fue que nos instalamos antes de volver a salir a buscar un restaurante para cenar.
El hotel estaba muy bien ubicado geograficamente, a poca distancia de la ciudad vieja amurallada y con una vista magnífica del castillo del Alcazar que incluso podia apreciarse en todo su esplendor desde el balcón de la habitación que nos asignaron. El hotel en si era una maravilla también, antiguo y muy bien arreglado, casi un museo. Tenía ocho habitaciones solamente, todas decoradas con mucho gusto y en forma diferente. Aparentemente el propietario estaba interesado en coleccionar objetos antiguos y se podían ver en donde se pusiera la mirada. Con las indicaciones precisas de Ricardo, el chico que estaba en la recepción, nos dirijimos a la ciudad vieja para cenar. Después de pasar por una cantidad de calles muy angostas dejamos el auto estacionado cerca de la plaza mayor y encontramos un restaurante en las cercanías donde comimos muy bien aunque por mi parte tuve que saltear el vino al tener que conducir. La moza que nos atendió era muy locuaz por lo que nos enteramos de una cantidad de detalles históricos del lugar. En España estaba aun permitido fumar en los restaurantes, de modo que no había manera de escapar al olor a cigarrillo. Ya cansados después del trajín del día decidimos regresar al hotel. Yo le dí a Mery todos los envíos de la Argentina y le mostré también las fotos que había sacado de su casa. Comentando los detalles dije tal vez algo que le pareció negativo pues se puso de mal humor, cosa que por suerte se le pasó al rato.
Comenzamos el día 17 con un buen desayuno en el hotel, ya que estaba incluido en la tarifa acordada. El hotel no tenía restaurante propio pero habían reservado un espacio del salón de entrada para colocar tres mesas donde servían el desayuno en invierno. En verano existía la opción de sentarse en la terraza al frente del hotel o en el jardín contiguo. Era nuevamente Ricardo el que atendía con mucho esmero, y además preparaba un café excelente, del que siempre pediamos dos tazas. En general ibamos a terminar de desayunar a las once, que era teóricamente la hora límite, durante toda nuestra estadía. Con un día lindo de sol nos preparamos para salir a explorar la ciudad vieja, dejando el auto en el hotel. Recorrimos toda la ciudad amurallada, comenzando con el parque que rodeaba al castillo del Alcazar, para continuar luego hacia el centro y llegar finalmente hasta el famoso acueducto romano, una obra imponente. Había mucha gente en la calle y no pocos turistas, especialmente en los lugares más pintorescos y famosos. Después de pasear un rato y sacar fotos hicimos la caminata inversa hacia el hotel, con la idea de descansar un rato y volver a salir nuevamente con el auto hacia la Granja de San Ildefonso. Al pasarme inadvertidamente de largo en una rotonda que conducía a la entrada a La Granja decidimos continuar 17 km más por la misma ruta hasta el Puerto (paso) de Navaserrada, que era un centro de esquí en la montaña.
Comenzamos a subir lentamente por un camino muy pintoresco en el bosque, con curvas muy cerradas, hasta llegar al centro de esquí después de haber trepado unos 1000 metros. Por la cantidad de autos estacionados era evidente que había bastante gente practicando esquí, aunque a la hora que llegamos ya estaban por cerrar. Allí arriba,a casi 2000 metros de altura se sentía el frío ya que también soplaba fuerte viento, de modo que solo curioseamos un poco antes de volver al calor del auto y emprender el regreso a la llanura. Al ser recién media tarde decidimos aprovechar el tiempo que quedaba e ir a visitar el pueblo de Pedraza, una pequeña localidad medieval que nos habían recomendado, a unos 40 km de Segovia. Sin tener que entrar a Segovia y disfrutando de un lindo paisaje campestre llegamos a destino. El pueblo estaba construido estratégicamente sobre una colina y en gran parte estaba amurallado, con una sola entrada. Pasando por las habituales calles muy angostas, en general sin veredas, llegamos a un enorme estacionamiento desierto al pie de un fuerte parcialmente en ruinas y allí dejamos el auto. Recorrimos el pequeño pueblo a pie y lo encontramos encantador, dando la impresion de estar detenido en el tiempo.
Nos llamaron también la atención los enormes nidos de cigueñas que había en algunos techos. Había muy poca gente ese día y muchos de los negocios parecían estar cerrados. Saqué algunas fotos con el sol poniente antes de regresar al auto. Ya a punto de oscurecer regresamos a Segovia a buscar un restaurante para cenar. No habíamos comido nada desde el desayuno de modo que estábamos famélicos, y dejando el auto nuevamente cerca de la plaza mayor encontramos un restaurante en el centro de la ciudad vieja que no era tan atractivo como el de la noche anterior pero donde volvimos a comer muy bien. A la hora que regresamos al hotel era ya noche cerrada, y desde nuestro balcón se podia apreciar en todo su esplendor la silueta iluminada del castillo del Alcazar. Era imposible resistir a la tentación de fotografiarlo de esa manera, y no cabía duda que teníamos una habitación con una ubicación y una vista privilegiada.
Según nos había comentado Ricardo, solo tres de las habitaciones de las ocho estaban ocupadas hasta el momento, aunque esperaba que el hotel se llenaría hacia el fin de semana. Cuando bajamos a desayunar a la mañana del jueves eramos como de costumbre los únicos comensales a esa hora. Ese día era nuestra intención visitar la ciudad de Avila, que quedaba a unos 60 km de distancia. Decidimos tomar caminos laterales, evitando la autopista, con la idea de poder apreciar más el paisaje. Avila tenía también una muralla rodeando la ciudad vieja, que se podia apreciar con toda claridad al ir acercándonos por la ruta ya que la muralla tenía a intervalos regulares torres más elevadas. Entramos con el auto por una de las puertas de la muralla con la esperanza de encontrar un estacionamiento, pero después de dar algunas vueltas por sus calles angostas, todas las cuales eran de mano única, vimos que era imposible por lo que salimos nuevamente para dejarlo en un estacionamiento cubierto a poca distancia afuera del muro. Luego partimos a pie a explorar la ciudad vieja, muy parecida a Segovia con su edificación antigua y sus calles angostas. La piedra utilizada en Avila tenía en general un tono gris, a diferencia de Segovia donde predominaba el color crema. Era posible subir a la muralla y recorrerla de a trechos, de modo que compramos entradas y subimos a caminar por el tope. Desde allí se podia apreciar bien la ciudad. Cuando terminamos de recorrer el primer trecho comenzó a gotear por lo que decidimos aprovechar para hacer una pausa y buscar algún lugar donde pudieramos comer algo. En el centro de la ciudad había una concentración de restaurantes que competían para atraer turistas a comer, a los cuales les escapamos. Encontramos finalmente un bar tranquilo donde pudimos sentarnos a comer en paz y descansar un rato. En el interín se despejó y continuamos recorriendo los otros sectores de la muralla y parte de la ciudad vieja. Ese día caminamos mucho y sacamos cantidad de fotos antes de regresar al estacionamiento para emprender el retorno a Segovia por el mismo camino. Ya cerca de Segovia me equivoqué en el recorrido pero de esa manera fuimos a parar de casualidad al shopping de Eroski donde dimos unas vueltas. Luego regresamos al hotel desde donde llamé a Karin y a Viktoria, antes de volver a salir a buscar un restaurante. Charlando con Teresa, la chica de la recepción, nos informó que había un restaurante a un par de cuadras del hotel por lo que optamos por el y allí comimos abundante pescado muy sabroso. Además pude tomar una copa de vino al haber ido a pie hasta ese lugar. Cuando terminamos de cenar le regalaron a Mery un souvenir de Segovia que representaba el acueducto romano.
El viernes 19 amaneció lloviendo, tal como estaba previsto, y después del desayuno aprovechamos entonces para ir a visitar el palacio del Alcazar, ya que estábamos interesados en verlo por dentro también. Hicimos la corta distancia con el auto para no mojarnos, y mientras yo buscaba un lugar para dejarlo en el estacionamiento Mery compró entradas que incluían una visita guiada. De ese modo recibimos bastante información sobre la historia del castillo. Si bien era imponente visto desde afuera no era nada comparado con lo que era el interior de los salones que permitían visitar. Los cielorasos eran una maravilla, con distintos motivos en cada salón. Desde las salas que visitamos se podia ver también con toda claridad nuestro hotel al pie de la colina donde se encontraba el castillo. La guia hizo un buen trabajo, concisa y clara en sus explicaciones, y luego de completar la ronda subimos por nuestra cuenta a la torre por una escalera caracol bien empinada de más de 150 escalones. Desde lo alto de la torre había una vista magnífica de la ciudad vieja de Segovia. También bajamos al sótano y a la sala del museo antes de dejar el castillo y regresar al hotel a descansar. Hacia la tarde dejó de llover y cuando salimos nuevamente para ir a la ciudad vieja a cenar nos encontramos con una multitud de gente por ser feriado, además de ser el día del padre en España. Costó encontrar estacionamiento pero finalmente dejamos el auto en uno subterráneo en las cercanías del acueducto romano. Mery entró a un locutorio a hacer algunas llamadas telefónicas mientras que yo esperaba en la calle observando la multitud de gente que iba y venía. Caminando hacia la plaza mayor en busca de un restaurante pudimos ver la catedral iluminada. AL rato encontramos un restaurante donde pedimos por una vez el cochinillo tan famoso de la zona y también el ponche segoviano como postre. Fue una cena muy buena y completa. Bastante cansados después de tanto ajetreo fuimos a buscar el auto y regresamos a nuestro hotel.
El sábado comenzó también bastante nublado y gris. Al no haber visitado el castillo de La Granja el miércoles, decidimos volver allí y esta vez si entramos al Castillo Real. No había ya lugar disponible para visitas guiadas por lo que compramos entradas comunes y comenzamos a caminar por nuestra cuenta. Al rato nos encontramos con un grupo que iba con guia por lo que nos unimos a el y escuchamos las explicaciones mientras recorríamos los salones privados utilizados por los reyes y también algunos salones públicos. En su tiempo había sido sede de la corte, de modo que el castillo era muy extenso para poder acomodar a los monarcas, su séquito y los funcionarios del gobierno. Dentro del castillo no permitían tomar fotografías. Visitamos incluso la capilla anexa, y luego salimos a los jardines y recorrimos una pequeña parte de los mismos hasta que comenzó a lloviznar por lo que regresamos al auto.
También le habían quedado ganas a Mery de volver a visitar el pueblo de la Pedraza y desde La Granja partimos para allá. El contraste con el miércoles era marcado, aquel espacio para estacionar que habíamos visto vacío estaba ahora totalmente lleno, aunque igual encontramos un lugar para dejar el coche. Recorriendo nuevamente el pueblo que ahora estaba lleno de gente llegamos a la carcel, que era parte de la muralla sobre la puerta de entrada al pueblo. Como muchos otros visitantes sacamos entradas para la visita guiada. Fue espeluznante escuchar los relatos del trato que se daba a los presos en la época medioeval. También hacía mucho frío allí adentro de modo que a la salida fuimos a un bar a tomar un café para calentarnos y comer algo también antes de regresar a Segovia. Esa tarde me decidí por reservar un hotel cercano al aeropuerto de Barajas para la noche del domingo ya que mi vuelo de regreso a Suecia salía recién el lunes a la mañana. Volvimos a cenar en el restaurante San Marcos, vecino al hotel, y esta vez probamos la lasaña que también era un plato muy bien preparado y sabroso. A Mery le volvieron a obsequiar el mismo souvenir de la vez anterior. Al regresar al hotel nos despedimos de Teresa, la simpática recepcionista de la tarde, pues no la veriamos más al día siguiente antes de partir.
Así llegó el domingo, ultimo dia de nuestra estadía en Segovia. El hotel nos había parecido tan confortable y acogedor que le tomamos una cantidad de fotografías. Después del desayuno terminamos de preparar nuestras valijas y al mediodía nos despedimos de Ricardo, que siempre nos atendía tan bien en el desayuno y en cuanta oportunidad le pedíamos información. Cargamos todo en el auto y antes de dejar Segovia fuimos a visitar la iglesia de Santa María del Corral con su monasterio adjunto, que estaba cerca del hotel. Había amanecido con buen tiempo y agradable temperatura, por lo que también paseamos un rato por el parque contiguo al monasterio. Después de eso cargamos nafta y dejamos la ciudad definitivamente. Al quedar de paso, dejamos la autopista para entrar a visitar el pueblo de Escorial con su monasterio y también el monumental Valle de los Caidos con su cruz gigante. Luego continuamos a Madrid donde llegamos alrededor de las cuatro de la tarde y dejamos todas las valijas en el hotel Best Western de Barajas que había reservado. Faltaba solamente devolver el auto en el aeropuerto, antes de tomar el subte para pasear un poco por el centro de Madrid. Teníamos mucho apetito por lo que comenzamos buscando un restaurante que tuviera pizza. Finalmente volvimos al restaurante donde ya habíamos comido un par de veces en septiembre del año anterior, a cenar pizza con cerveza, todo lo cual estuvo excelente. Al momento de pagar fue cuando descubrí que me faltaba la billetera, seguramente sustraida durante el trayecto del aeropuerto al centro. También podía haberla perdido en algún momento, pero estaba convencido de que me la habían robado. Después del shock inicial fuimos a una comisaría a hacer la denuncia, primero en forma telefónica, para después poder ir a retirarla en forma impresa. En la comisaria donde fuimos había mucha gente en la misma situación mía, algunos sin pasaporte, otros sin bolsos y otros sin billeteras. La espera parecía ser larga, y como era ya tarde decidimos volver al hotel en Barajas a buscar la valija de Mery para que pudiera regresar a su casa. Yo ya había llamado a Viktoria desde la comisaría para pedirle que me anulara las dos tarjetas de crédito. Durante el posterior trayecto de regreso en subte al centro vi que ya no iba a alcanzar a retirar la denuncia y volver a mi hotel antes de que se cortara el subte, por lo que nos despedimos en la estación Moncloa y retorné a Barajas sin la denuncia. Llegué cerca de la una de la mañana al hotel y allí confirmé por internet que había una comisaria en la terminal 1 del aeropuerto que estaba abierta toda la noche. En el hotel aceptaron mis explicaciones y me permitieron partir con la promesa de que abonaría la habitación desde Suecia. Así fue que después de unas pocas horas de sueño me dirigí a las seis de la mañana del lunes 22 al aeropuerto con el minibus del hotel y retire la copia de la denuncia escrita, firmada y sellada. A las ocho de la mañana salía mi vuelo a Suecia via Barcelona, y a las tres de la tarde del lunes estaba de regreso en casa. Con un poco de dinero que me había prestado Mery pude pagar el pasaje de tren del aeropuerto a casa. Los procedimientos de renovación de tarjetas ya estaban en marcha y el miércoles me llegaron por correo. También tuve la suerte de que el seguro de la casa me cubriera practicamente todo el dinero contante que había en mi billetera por lo que la pérdida fue minima. El registro de conducir era un trámite un poco más largo pero también por correo de modo que eso quedó también en marcha.