10 de Marzo 2018
Pusimos el reloj para las seis de la mañana del sábado 10, y entre una y otra cosa estuvimos listos para partir a las nueve, cuando el sol ya había subido lo suficiente como para no molestar en el manejo. Habíamos cargado nuestra conservadora con botellitas de hielo y vituallas como para hacer un picnic y paramos en la entrada al balneario La Pedrera, ya cerca de Chui, donde encontramos un lugar sombreado con mesas y bancos. No alcanzamos a deshacernos de todo el queso, fiambre y fruta, por lo que nos quedó la duda de si nos iban a secuestrar estos productos en la frontera. Cruzando el rio Chui entramos al Brasil y llegando al control fronterizo lo vimos desierto y con la barrera levantada por lo que pasamos sin detenernos, entrando probablemente en forma totalmente ilegal al Brasil. Veríamos si era asi cuando regresáramos al Uruguay. Recordamos el espanto de Tamara cuando nos contaron aquella vez que habian entrado tambien en forma ilegal. Con muy poco tráfico seguimos hacia Rio Grande y le pasé el volante a Alicia que manejó por cerca de una hora por una ruta muy monótona. El alojamiento que habíamos reservado estaba en el balneario Cassino, en las afueras de Rio Grande, por lo que no hubo necesidad de entrar a la ciudad. Ya en el balneario tuvimos que hacer unas cuantas cuadras por pésimas calles de tierra hasta llegar a la Pousada do Mar donde nos dieron un modesto departamento con dos dormitorios, cocina-living y baño. Tenía tambien una heladera vieja y ruidosa pero funcionaba bien. Descargamos el auto y luego fuimos caminando hasta la gigantesca playa, que estaba muy cerca. Una particularidad que nos llamó la atención fue que los autos estacionaban en la misma playa , de punta al mar, y había cientos de ellos con gente haciendo su picnic junto al vehículo. La arena era muy firme, y como había bastante oleaje el agua estaba turbia. Caminamos una buena distancia por la orilla y Alicia se dió un baño antes de regresar a la posada. Para cenar decidimos ir al centro con el auto, probando de ir hacia allá por la playa como lo hacían los demás vehículos. El balneario era más grande de lo que nos habíamos imaginado y en el arbolado bulevard del centro nos encontramos con mucha gente, puestos artesanales y musicantes. Buscando donde poder comer dimos con un bar y bistró muy acogedor donde comimos una exquisita tabla de carnes con papas fritas a un precio muy módico. Desde la casa habíamos hecho ese día un trayecto de 490 km, con un día de mucho calor y aire acondicionado constante en el auto, pero fue una etapa muy tranquila y descansada.
La posada no ofrecía desayuno de modo que recurrimos a nuestras provisiones antes de partir hacia Gramado. Con buenas carreteras rodeamos la inmensa laguna de los Patos por el oeste, ya que nos habían informado que la ruta costera no estaba en buen estado. En el extremo sur de la laguna estaba la ciudad de Pelotas, que se veía bastante grande a la distancia, y seguramente había algun modo de rodearla pero siguiendo el gps hicimos un corto trecho por suburbios bastante pobres de la ciudad antes de tomar la autopista hacia Porto Alegre. Los peajes brasileros eran bastante salados y demasiado frecuentes para nuestro gusto pero no había alternativa. Alicia condujo también un buen trecho, y poco después del mediodía buscamos donde parar y hacer una merienda. Dimos finalmente con un cruce de caminos donde salimos de la carretera principal y encontramos una sombra para escapar del fuerte sol y calor donde sacamos nuestras provisiones. La ciudad de Porto Alegre, con su millón y medio de habitantes nos impresionó mucho por su tamaño y a pesar de tener una buena red de autopistas para rodearla, parecía no terminar nunca al estar ya unida a poblaciones de sus alrededores. Una de ellas era Nueva Hamburgo, que a pesar de su nombre era un conglomerado de torres modernas sin ningún toque europeo. Finalmente dejamos atrás ese caos cuando ya comenzaba a ser más sinuoso y montañoso el camino. Los conductores se caracterizaban por conducir muy rápido, aun en esas rutas, lo que era un poco molesto para nosotros que queriamos disfrutar del hermoso paisaje. Siguiendo fielmente las indicaciones del gps tomamos un camino de tierra al que llamaban la ruta romántica. Nos pareció raro que no hubiera una ruta mejor, y por unos diez kilómetros nos volvimos a sentir en los caminos de tierra sureños, aunque el paisaje era muy bonito. Luego dimos con una buena carretera asfaltada que seguramente era el camino normal y llegamos a la espectacular ciudad de Gramado, una especie de Bavaria concentrada. El terreno era muy accidentado y las calles bastantes sinuosas, y tuvimos que tomar una buena subida para llegar a la Pousada do Lago, un excelente hotel rodeado de bosque en un barrio residencial muy tranquilo. Nos recibieron muy bien y nos dieron una linda habitación, muy limpia y con todas las comodidades. Alicia había hecho una reserva por tres noches, pero resultó que iban a recibir un grupo e iban a necesitar todas las habitaciones la tercer noche por lo que nos ofrecieron otro hotel, según ellos mejor aun que este, para ese dia. Ya a punto de anocher bajamos al centro con el auto y recorrimos la avenida central, impactante por la hermosura de los edificios de estilo bávaro, y con todos los adornos de pascua desplegados por doquier. Ya de noche y con la iluminación se veía todo aun más bonito. Comenzamos a recorrer restaurantes, la mayoría de los cuales tenía como menú principal el fondue y ofrecían incluso la variante "secuencia de fondue" que incluía el de queso, el de carne y el de chocolate. Abundaban también las chocolaterías, al mejor estilo barilochense. A la caza de precios razonables tuvimos que convencernos que comer en cualquier restaurante en Gramado era escandalosamente caro, sin excepción, y finalmente optamos por uno donde pedimos un brasero con diversas carnes que estaba muy bien hecho. El trayecto del día había sido de 410 kilómetros.
Lunes 12 de marzo. El hotel incluía un desayuno muy completo en un comedor con linda vista al bosque donde solo había otra pareja. Nos atendió la simpática y muy efusiva propietaria, y nos entendimos muy bien con ella. La posada estaba muy cerca del lago Negro, que en realidad era una pequeña laguna creada artificialmente, y hacia allá fuimos caminando. Estaba rodeada de un bosque muy tupido y se podía rodear la laguna por un sendero muy prolijo. En la laguna había botes a pedal con forma de cisnes, pero desistimos de esa aventura. Bajamos en cambio al centro donde encontramos la parada de un bus turístico muy pintoresco con el que hicimos un tour de la ciudad. Pasó sin parar por un mirador que nos pareció interesante para observar el paisaje y cuando terminó el tour fuimos caminando hasta allí. Había una vista espectacular hacia el valle y los cerros cercanos. Luego visitamos el memorial casa italiana, que era una casa museo exhibiendo artículos de los inmigrantes italianos venidos a Gramado hacia fines del 1800 poco después de los alemanes. Regresamos luego a pie a la posada y fuimos a cenar al restaurante Edelweiss detrás del lago Negro, donde eramos los únicos comensales y tanto la atención como la comida fueron excepcionales. Volvimos a la posada ya en plena noche y con las calles totalmente desiertas pero sin sentir la más minima inseguridad. La ciudad de Canela se encontraba a menos de 7 kilómetros de distancia y quisimos conocerla por lo que partimos para allá después del desayuno del martes. A diferencia de Gramado, no tenía tantas pretensiones edilísticas, aunque en el centro había una imponente catedral de piedra que visitamos. Luego caminamos hasta un parque cercano que fue una decepción por lo descuidado, en vivo contraste con los parques de Gramado. De regreso en el centro almorzamos muy bien en un pequeño restaurante con precios mucho más accesibles y conseguí también un par de zapatillas de cuero de una fábrica conocida de la zona, a buen precio. La guia turística mencionaba como atracción el parque del Caracol y su cascada, no muy lejos de la ciudad, y fuimos con el auto a conocerlo. Había que pagar entrada y estacionar para recorrer el parque a pie. La cascada del Caracol, con sus 146 metros de caida libre a un profundo cañadón se podía ver desde un mirador con ascensor, y después tomamos una picada por la que caminamos hasta llegar al rio en el punto en que había algunos saltos antes de precipitarse al vacio. Predominaban gigantescas araucarias mezcladas con todo tipo de densa vegetación tropical. Sobre la ladera opuesta del cañadón vimos que había un funicular y como aun teníamos tiempo fuimos hasta allí con el auto. Pagando la consiguiente entrada estacionamos el auto y tomamos un funicular muy moderno que primero hacia una corta subida con parada para bajarse, luego un recorrido hacia abajo a otra estación y finalmente subida de regreso al punto de partida. En el punto superior paseamos por un sendero de unos 200 metros donde había cantidad de carteles explicativos sobre la flora y fauna, además de modelos de animales de la zona muy bien logrados. En el punto inferior tomamos más fotos de la cascada mientras los empleados esperaban pacientemente pues ya había terminado el horario de visitas. De regreso en Gramado juntamos nuestro equipaje, nos despedimos de los amables dueños y fuimos al hotel Sky, pasando de la altura al altillo ya que nos dieron una pequeña habitación en el tercer piso con una ventana minúscula. Era aceptable de todos modos para pasar una noche, y como despedida de Gramado caminamos al centro a comer una cena liviana en el simpático bar Olivas de la calle principal. El desayuno del hotel Sky era extraordinariamente abundante e incluia cantidad de tortas varias que pasamos por alto. Le prestamos más atención a las frutas que nos gustaban, mango, papaya, y ananá. Había llegado el momento de continuar viaje a Florianópolis, con un día nublado. Durante muchos kilómetros continuamos manteniendo la misma altura, hasta llegar a Aratinga donde se hacia un brusco y sinuoso descenso por un cañadón en medio de densa selva, y con los brasileños manejando acelerador a fondo. Poco antes de llegar a la costa el gps nos llevó por un camino secundario, a veces de tierra, que seguramente era el más corto pero no el mejor. Sin embargo fue pintoresco pasar por pequeños poblados y grandes plantaciones de bananeros. Luego empalmamos con la autopista costera en la que Alicia lidió un trecho con el abundante tráfico de camiones. Tanto el centro de Florianópolis como nuestro alojamiento estaban en la isla de Santa Catarina, a la que se accedía cruzando un moderno puente contiguo a otro mucho más antiguo en refacción. Entrando a la enorme ciudad de Florianópolis nos encontramos con un importante embotellamiento y a paso de tortuga avanzamos por la isla hasta llegar a un barrio más tranquilo y entrar a la calle del alojamiento, perpendicular a la costa que corría allí de norte a sur. La "Casa da Lua" era la última de la calle y nos encontramos con un hermoso chalet detrás de un paredón y una entrada de auto con reja motorizada. Nadie contestó al timbre, pero al rato apareció la propietaria viniendo por la calle, muy preocupada ya que nos había tratado de contactar sin exito para saber a qué hora llegaríamos. La señora resultó ser argentina, (venida desde Usuhaia!) y casada con un australiano. Tenían tres departamentos muy confortables para alquilar, y uno de ellos estaba ocupado por una pareja brasilera. El jardín estaba muy cuidado y hasta había unos monitos saltando de rama en rama además de un bananero con bananas maduras que nos convidaron. Desde la casa se podía ir caminando hasta la playa, siguiendo una picada de 500 metros según ellos, que más tarde comprobamos era más bien un kilómetro. Aun había luz y decidimos ir a conocer la playa para lo cual había que cruzar un bosque, luego un bañado con puente de tablas, unas cuantas lagunas pequeñas y finalmente varios médanos. Por prudencia dimos la vuelta a medio camino pues estaba nublado y se venía la noche, temiendo que nos pudieramos perder al haber diversas picadas que se entrecruzaban. Frente a la entrada a la calle de la posada había un restaurante de sushi bastante modesto pero con excelente comida y esa fue nuestra cena. Antes de regresar a la posada entramos en un supermercado y nos hicimos de provisiones para el desayuno. Desde Gramado habíamos hecho ese día un recorrido de 440 km.
Con una linda mañana de sol, nos levantamos el jueves a desayunar de nuestras provisiones sentados en el patio de la casa antes de salir de excursión a la playa. Tomamos el mismo sendero del día anterior y después de pasar las dunas dimos con una playa espléndida y casi desierta, con olas respetables. Alicia se dió su baño y luego caminamos por la playa hasta el extremo norte donde había un restaurante y también mucha más gente al haber acceso para autos. Nosotros emprendimos el camino de regreso también por la playa y después de un nuevo remojón cruzamos las dunas hacia la posada. Después de la experiencia del día anterior con el pesado tráfico de Florianópolis decidimos ir a conocer el centro en ómnibus, el cual tenía parada a metros del restaurante de sushi. Con él llegamos a la terminal, que estaba en la parte vieja de la ciudad, y dimos unas pocas vueltas por allí antes de elegir uno de los innumerables restaurantes del patio de comidas en que se había convertido el viejo mercado del puerto. El ruido era infernal, ya que además de estar todos los restaurantes pegados el uno al otro había un grupo tocando música y cantando. Ya era bastante tarde y la ciudad estaba quedando desierta al cerrar todos los comercios por lo que decidimos tomar el ómnibus de regreso a la posada. Conversando con el amable australiano, que parecía dedicar la mayor parte de su tiempo a cuidar el jardín, nos recomendó el paseo por una picada que bordeaba la laguna de Conceicao por el lado oeste de la misma, y siempre en la isla de Santa Catarina. Con el auto fuimos hasta el final del pueblo Canto de Aracás donde lo dejamos en un estacionamiento y donde comenzaba el sendero llamado "Da Costa da Lagoa", de casi ocho kilómetros de longitud por la bellísima selva. La picada era de mediana dificultad, con trechos rocosos y empinados al bordear un elevado morro, y acercandose por momentos también a la laguna. Encontramos viviendas muy esparcidas y también ruinas de la época en que la zona había sido colonizada por azoreños. A lo largo de la costa había muchos muelles ya que la única forma de llegar era o bien caminando o bien en lancha. Casi en el extremo norte de la laguna terminaba esta histórica picada en un pequeño y pintoresco poblado donde había varios restaurantes. Ya famélicos, elegimos uno muy modesto donde nos sirvieron una rica comida muy abundante y económica. El sendero continuaba muchos kilómetros más hacia otros pueblos pero no era nuestra intención continuar. Pegado al restaurante había un arroyo que doscientos metros aguas arriba formaba una cascada y subimos por la picada a verla. Apenas avanzamos un trecho dimos con un fulano sentado tomando mate y vendiendo artesanías, y resultó ser no solo uruguayo sino también de 33, el pueblo de Alicia. Tenía un asombroso parecido al Chule en todo, aunque de aspecto más civilizado y además calzado. Había ido a dar allí buscando paz y tranquilidad después de la agitada vida en Montevideo y a nuestro regreso de la modesta cascada nos mostró su mascota, un minúsculo monito que había salvado de la agresión de una familia de monos de la zona. Al rato de charlar estuvimos rodeados de monos saltando entre los arbóles y observando su mascota. Nos despedimos de el y bajamos a uno de los muelles del pueblo esperando la lancha colectivo que apareció a los pocos minutos y nos llevó de regreso al punto de partida de la caminata. Para cenar buscamos el restaurante y panadería "sem gluten" cercano al restaurante de shushi pero lo encontramos cerrado. Había una linda pizzería también y alli comimos sendas ensaladas para volver luego a la posada.
El sábado por la mañana volvimos a desayunar en la veranda de la casa antes de partir a nuestro siguiente destino. Quisimos salir temprano para evitar el peor tráfico, pero aun asi ya nos encontramos con muchos vehículos en la calle. El tránsito era bastante disciplinado en Brasil pero siempre había algún imprudente, y además se conducía con mucha velocidad. Decidimos tomar una salida que nos llevaba por el lado norte de la ciudad de Florianópolis, muy moderna y con una hermosa costanera. Era corta distancia a Bombinhas pero pasando por zonas urbanizadas que frenaban la marcha y recién al mediodía estábamos entrando hacia la ciudad. Debíamos pasar primero por el pueblo de Porto Belo, y luego tomar una subida por un morro en cuya cumbre hubo que detenerse para pagar una tasa turística de 27 reales (unos 12 dólares) antes de proseguir. La tasa era válida para entrar y salir por 24 horas. La primer playa se llamaba Bombas y a un par de cuadras de ella encontramos la Posada de las Gaivotas que habíamos reservado por tres noches. Faltando aun tres horas para poder acceder a la habitación dejamos el auto a la entrada y salimos a caminar por la costa llegando a la playa siguiente que estaba en el centro de Bombinhas. En un modesto restaurante almorzamos muy económicamente y luego hicimos el check-in. No era lo que esperábamos pues nos dieron una habitación minúscula con una ventana pequeña en planta baja hacia el patio interno. En realidad todas las habitaciones daban a ese patio por lo que resultaban muy ruidosas. No me pareció bien que festejáramos el cumpleaños de Alicia en ese lugar y me puse a buscar otros alojamientos por internet, encontrando la Pousada de Arboredo que me pareció mucho mejor. Después de un descanso fuimos para allá con el auto, pasando el centro de Bombinhas y llegando a la playa Cuatro Islas. La posada estaba en un lugar espectacular en la altura, con vista al mar desde todas las habitaciones, y después de ver la que nos ofrecían hicimos inmediatamente una reserva para los dos días siguientes. Dejando el auto nuevamente en Las Gaivotas fuimos caminando a la calle principal a comer una cena liviana. El detalle más sorprendente para nosotros fue observar que había una amplia mayoría de argentinos veraneando en el lugar. Se escuchaba más castellano que portugués en la calle. El trayecto del día desde Florianópolis fue de 90 kilómetros.
El desayuno en Las Gaivotas fue bastante paupérrimo y nos alegramos más aun de dejar el lugar. Juntamos nuestras cosas y antes de las once avisamos que no estábamos conformes y nos íbamos. Por suerte no tuvimos que pagar por los dos días restantes. Al no poder entar aun a la posada de Arboredo dejamos el auto estacionado y bajamos a la magnífica playa donde Alicia se bañó de inmediato. Luego hicimos la caminata de toda la playa por la orilla del mar y en un puesto compramos sendos cocos verdes bien fríos que perforaban en el momento para poder tomar el agua con una pajita. Así llegó la hora de hacer el check-in y tomar posesión de la ámplia habitación muy bien equipada, con una gran puerta corrediza de vidrio al balcón con vista al mar. Teniendo aun tiempo por la tarde fuimos con el auto hasta la playa de Mar de Dentro estacionando el auto en el extremo sur. Desde allí partía la empinada picada de un kilómetro de longitud hasta el mirador del morro "do Macacos", a unos 150 metros de altura, desde donde había una vista espectacular de 360 grados a los alrededores. El sol se estaba poniendo ya entre las nubes y pudimos sacar muy buenas fotos antes de emprender el descenso. La posada contaba también con un buen restaurante donde decidimos cenar para no tener que bajar al pueblo, y siendo una noche cálida nos sentamos a comer en la terraza.
Lunes 19 de marzo y cumpleaños de Alicia. Recibió cantidad de mensajes en su teléfono y se pudo comunicar con Magela, en ese momento de paseo por Nueva York, y con Marcos en Estocolmo. El desayuno de la posada era muy abundante y completo, en el mismo salón donde habíamos cenado la noche anterior. La posada prestaba también sillas playeras y sombrillas pero preferimos llevar nuestras sillas a la playa, por ser más livianas. Tomamos una sombrilla y bajamos por la escalinata de la posada llevando también la bomba de succión de arena que habíamos comprado el día anterior. Con ella hicimos facilmente un agujero profundo para enterrar el palo de la sombrilla, lo que vino bien porque más tarde comenzó a levantarse bastante viento. A cada rato pasaban ofreciendo menues de un par de restaurantes cercanos y pedimos a uno de ellos sendos jugos de fruta y choclos que nos trajeron prontamente, mesita incluida. Nuevamente caminamos la playa de punta a punta y como ya soplaba muy fuerte regresamos a la posada. Nuestra intención era bajar caminando al centro de Bombinhas a cenar y aunque el viento era ya huracanado estábamos protegidos por el morro. Encontramos un restaurante bien ubicado a orillas de la playa que de ese lado estaba muy tranquila y que aun estaba desierto. Como la mayoría de los locales de comidas, ofrecían una cantidad de platos para compartir y elegimos un salmón con guarniciones varias que estuvo excelente. El tiempo continuó desmejorando y comenzó una tormenta eléctica con leve lluvia por lo que mucho no nos mojamos en el camino de regreso a la posada. Habíamos dejado ropa para lavar en la recepción de la posada y tal como lo habían prometido la recibimos a la mañana del martes. Nuevamente desayunamos opiparamente y luego juntamos nuestras cosas para partir antes de las once de la mañana hacia Blumenau. El plan de pasar a visitar a una prima de Alicia en Camboriu quedó descartado pues ella estaba en Uruguay, y fue un alivio porque solo vimos esa enorme ciudad desde la autopista sin tener que meternos en el centro. Unos 35 kilómetros antes de Blumenau dejamos la autopista y tomamos el camino hacia el interior por el llamado "valle europeo". En la ciudad de Gaspar paramos a cargar nafta y comimos por pocos reales un buen almuerzo en una fonda contigua a la gasolinera. Para llegar a la posada de Galdino que había reservado Alicia había que pasar el centro de Blumenau y continuar unos cuatro kilómetros y medio por una semi avenida muy transitada que corría al pie de un morro, doblando luego a la izquierda por calles de barrio que subían el morro. Vimos una calle recta empinadísima que finalmente resultó ser la nuestra, y el autito tuvo que apelar a todas sus fuerzas para subirla. Por suerte era calle con adoquines de cemento en buen estado, y cuando llegamos a la posada no encontramos a nadie. Alicia llamó por teléfono y resultó que tenían una segunda posada dos cuadras más abajo donde nos estaban esperando. La construcción era nueva y muy sólida, pero sin ningún atractivo. Nos dieron una habitación gigantesca muy esteril con lugar para seis personas, limpia y con baño impecable, aunque este se encontraba en el fondo de la habitación, donde estaban las ventanas. Hubiera sido mejor que el baño estuviera en la entrada, para aprovechar mejor la hermosa vista desde la altura en que estábamos. Nunca había visto una habitación con tantos enchufes, contabilizando catorce de ellos. Después de acomodarnos fuimos a la recepción donde estaba el mismísimo Galdino quien nos hizo un discurso larguísimo indicando los lugares de interés en Blumenau, y terminó llenando nuestro mapa de garabatos. El cielo estaba nublado y a la hora de salir a buscar un lugar para cenar en los alrededores se largó a llover. No había más remedio que bajar hasta la avenida pues en el morro no había nada. Galdino nos había indicado un restaurante que tenía pollo asado, y entre la lluvia y el tráfico infernal nos costó un poco encontrarlo. Resultó que el pollo asado solo era parte del menú los sábados y domingos, pero había un buffet al peso muy económico y aceptable. Según la reserva, la posada ofrecía un desayuno "fabuloso" de modo que fuimos a desayunar el miercoles con muchas espectativas que quedaron frustradas ya que era aceptable pero bastante magro. Desde el comedor, que tenía enormes ventanales (además de los infaltables innumerables enchufes a media altura en las paredes) había una vista hermosa hacia los selváticos cerros que nos rodeaban. Lo que se veía de la ciudad no era nada llamativo en esa zona. Sabíamos que la firma de confección de ropa Hering tenía su origen en Blumenau y que había un outlet, y esa fue nuestra primer parada en el paseo por la ciudad. Blumenau tenía alrededor de 400.000 habitantes, y las distancias a recorrer eran grandes. Hasta el outlet tuvimos que hacer varios kilómetros pero valió la pena pues Alicia encontró varias prendas de buena calidad y a muy buen precio. Estábamos cerca de la llamada Villa Germánica, muy promocionada ya que allí se celebraba el oktoberfest solo superado por el de Munich (según ellos) y continuamos hacia allí. Esta Villa se encontraba dentro de la ciudad y era un area que no alcanzaba a ser una manzana donde habían recreado una imitación de un pueblo alemán antiguo, con restaurantes típicos de donde salía música alemana, tiendas de recuerdos, algunas chocolaterías y todo atiborrado de adornos de pascua. El atractivo más grande era desde luego el oktoberfest, y contiguo a este aquelarre alemán había un enorme estadio donde se celebraba ese acontecimiento. Sacamos muchas fotos mientras recorríamos la villa, y con la recomendación de Galdino en la memoria nos sentamos a almorzar en el restaurante Alemao Batata donde tenían el excelente plato del día a compartir y a medio precio. Dejando atrás esta miniatura alemana fuimos al centro histórico de la ciudad en búsqueda de la tradición alemana, que tampoco encontramos allí. Se veían algunos edificios con esa arquitectura de tanto en tanto, rodeados de tristes monobloques sin gracia. Dejamos el auto en un estacionamiento y caminamos algunas cuadras recorriendo también la avenida costanera que tenía un tráfico infernal y que como tal costeaba el imponente rio Itajai-Acu desde una cierta altura. El rio era de color chocolate, arrastrando sedimentos de tierra colorada que abundaba por doquier. Defraudados con el caracter de la ciudad regresamos a nuestro barrio parando en un supermercado a comprar algunas provisiones y levantando luego un sushi para comerlo en nuestra posada.
El jueves era nuestro último día en Blumenau y decidimos ir a visitar Pomerode, una pequeña ciudad a 35 kilómetros de distancia, que tenía fama de ser la ciudad más alemana de Brasil. Hubo que cruzar toda la ciudad de Blumenau antes de salir al campo y continuar por el llamado valle europeo, que no tenía mucho aspecto de tal, excepto llegando ya a Pomerode. Continuaba el tiempo nublado, pero por suerte sin lluvia, y entrando ya a la zona urbana nos encontramos con un pueblo muy prolijo y cuidado, pero nuevamente sin poder conectarlo con una ciudad europea. Galdino nos había dicho que allí las casas no tenían rejas, que solo se hablaba alemán y que todos eran rubios, lo que resultó ser una fantasía. Siguiendo los carteles que indicaban la feria de pascua estacionamos el auto cerca del teatro, contiguo al predio de la feria, y nos encontramos con un mundo de decoración de pascua, con miles y miles de huevos coloreados además de la más increible colección de los adornos más diversos en venta en los negocios, y una multitud de turistas. Era indudablemente un paraiso para los niños mientras que nosotros quedabamos saturados de tanto amontonamiento. Nuevamente seguimos los consejos de Galdino y fuimos a almorzar al restaurante alemán Ziedlertal en las cercanías. Era muy acogedor, los mozos estaban desde luego disfrazados de tiroleses y ofrecían un buffet libre muy completo y sabroso, postre incluido. Luego paseamos por el pueblo, compramos chocolate, y nos convencimos de que hasta ahora nada se parecía ni de lejos a la insuperable Gramado. Rgresamos a nuestra posada en Blumenau y habiendo almorzado en forma tan abundante hicimos una cena de palta y papaya.
Tocaba continuar viaje a Dois Irmaos, nuestra siguiente parada, a 520 km al sur de Blumenau. Habíamos elegido la ruta más lenta, que iba por el interior del pais pasando por Lages, en lugar de dar la vuelta por la costa que eran más kilómetros pero más rápida por ser en buena parte autopista. Saliendo de la posada decidimos por una vez no hacer caso al gps y tomar una cortada para empalmar con la ruta principal hacia el sur. Fue un error pues si bien comenzó siendo un buen pavimento a los pocos kilómetros se convirtió en camino de tierra en mal estado y optamos por regresar, dando de nuevo toda la vuelta por la ciudad con varios kilómetros extra y por lo menos una hora de viaje adicional. La ruta elegida tenía también intenso tráfico de camiones pero en general avanzamos bien. El problema era que pasaba por innumerables pueblos donde había que reducir la velocidad. En un punto hicimos caso de la propaganda rutera y paramos en un outlet de ropa donde Alicia consiguió otras gangas. Era ya pasado el mediodía y aun no habíamos llegado a Lages, que ni siquiera estaba a medio camino. Cargando nafta en un pueblo minúsculo nos indicaron un lugar para comer y cedimos a la tentación del buffet libre, que era por otra parte la única opción. Era una fonda triste pero con comida excelente. La importante ciudad de Lages hubo que pasarla cerca del centro y nos dimos cuenta que ibamos a llegar a Dois Irmaos ya de noche. Comenzamos a tomar hermosas carreteras de montaña, muy sinuosas, con importantes subidas y bajadas. En muchas de las subidas había carril adicional donde se podían pasar vehículos lentos, pero en muchas también hubo que subir a paso de tortuga en caravana detrás de pesados camiones. Algunos desaforados tomaban serios riesgos pasandolos, pero por suerte no vimos niungún accidente. Cuando cayó el sol faltaban aun unos 100 kilómetros de montaña para llegar aunque por fortuna la ruta estaba muy bien demarcada, con tachuelas con reflex a ambos costados del carril. El tráfico disminuyó mucho también, y a las nueve de la noche llegamos sanos y salvos a nuestro hotel Klein Ville Dois Irmaos que estaba muy céntrico. Había mucha actividad a esa hora, con restaurantes y boliches llenos de gente además de autos alta gama y de los otros también con gente joven y música a todo volumen dando la vuelta del perro. Nosotros dejamos nuestras cosas en el hotel, el auto en el estacionamiento y fuimos a un restaurante cercano a cenar unas buenas hamburguesas. Nos ibamos a quedar un día en Dois Irmaos y buscando atractivos de la zona, comprobamos que no había mucha oferta. Según el mapa había un parque en las cercanías del hotel y fuimos caminando a explorarlo. Estaba muy bien cuidado y recorrimos el único sendero que había, cruzando un arroyo no muy limpio. Visitamos luego la iglesia, de estilo moderno y luego nos sentamos a almorzar en un típico restaurante alemán que era una de las pocas indicaciones de la influencia migratoria germánica. Vimos también que había un morro cercano con un mirador que parecía interesante y para allá fuimos con el auto cuando de pronto vinieron nubes bajas, terminando envueltos en la niebla en la cima. A partir de entonces comenzó la lluvia, por momentos muy intensa y regresamos al hotel. Cuando calmó un poco salimos con el paraguas y cenamos en el mismo restaurante de la noche anterior, donde había música en vivo muy agradable. Eran simpaticos también los mozos que nos atendieron, y ni hablar de la comida que era excelente, rociada con la cerveza producida localmente.
La etapa siguiente era el tramo de 320 km a la ciudad de Pelotas y partimos para allá después del desayuno en el hotel. Era domingo pero el tránsito era igualmente intenso por la autopista entre Dois Irmaos y la enorme Porto Alegre. A partir de allí no había más autopista ya que estaba aun en construcción. Alicia tomó el volante hasta llegar a un parador que vimos muy concurrido y siendo ya mediodía paramos también a almorzar. Era un comedor gigante que ofrecía un buffet libre y también el "espeto corrido" o sea asado tenedor libre. Optamos por el buffet, donde había enorme cantidad de opciones de comida y postre. Almorzamos muy bien y luego hicimos el tramo final llegando temprano por la tarde a nuestro hostel "Hello" en Pelotas, a un par de cuadras del estadio de futbol donde estaba por comenzar un partido. En la cuadra del alojamiento había un trapito indicando donde estacionar y nos indicó uno casi frente al hostel. Nosotros habíamos reservado una habitación pero no nos habíamos percatado que era con baño compartido. Por suerte solo apareció otra pareja para compartirlo, y lo teníamos frente a la habitación. La ciudad estaba a escasos diez kilómetros del extremo sur de la lagunda de los Patos, la laguna costera más grande del mundo, y no quisimos perder la oportunidad de conocerla. Nos encontramos con un balneario, con una rambla que bordeaba la playa, bastante gente paseando y haciendo picnic, y por supuesto con una laguna que parecía un mar, sin avistarse la orilla opuesta. El cielo se fue llenando de oscuros nubarrones y al rato comenzó a llover también. Regresando a la ciudad dimos una vuelta por el centro de la ciudad y quedamos sorprendidos ante la belleza de muchos edificios antiguos, resto de un pasado próspero de la época de los saladeros de la zona. Después del buen almuerzo del día, esa noche nos conformamos nuevamente con una cena de frutas de nuestras provisiones en la cocina del hostel.
Lunes 26 de marzo. El desayuno del hostel era aceptable pero definitivamente no de los mejores. El día amaneció con un sol radiante y como teníamos por delante un largo viaje de 520 km hasta Piriápolis tratamos de salir temprano de Pelotas. Pasando por la ciudad vimos innumerables edificaciones antiguas muy lindas, mezcladas con construcción moderna poco atractiva. Tomamos la autopista hacia Rio Grande y a los pocos kilómetros nos desviamos hacia el sur en dirección a Chui, por la misma monótona ruta que habiamos hecho dos semanas antes en sentido opuesto. Entramos a Victoria del Palmar a tratar de gastar el resto de moneda brasilera que nos quedaba y comenzamos por almorzar en una fonda. Desde la ciudad hasta la laguna Merin eran pocos kilómetros y quisimos conocer ese espejo de agua compartido con Uruguay. La ruta era pésima y el último kilómetro hasta llegar a la laguna era de tierra y estaba lleno de baches. A orillas de la laguna había una construcción grande que parecía haber sido un restaurante pero que estaba cerrada y muy venida a menos. Esta laguna era también gigantesca y no podíamos ver la orilla opuesta. Habia muchas embarcaciones de pescadores, muy humildes, y en la pradera que bordeaba la laguna vimos ganado y caballos arreados por los "gaúchos" brasileros. Aun compramos algo de fruta antes de seguir viaje y pocos kilómetros después cruzamos la frontera en forma tan ilegal como cuando entramos al Brasil pues no había ningún control. Teníamos la intención de saludar al hermano de Alicia en 18 de Julio por lo que tuvimos que cruzar el centro de Chui, abarrotado de gente haciendo compras. Avanzamos muy lentamente en medio del intenso tránsito y finalmente salimos de la ciudad e hicimos los diez kilómetros hasta la casa de Tito. Teníamos por delante el trayecto a Piriápolis por lo que no nos quedamos mucho tiempo con él. Asi y todo apenas alcanzamos a pasar Rocha y se nos vino la noche, pero con la ruta 9 bien demarcada no tuvimos mayores dificultades y antes de las nueve de la noche llegamos a la casa.