23 de Octubre 2021
ASTURIAS
AL partir nuestro vuelo de Copenhagen a ls seis de la mañana del sábado 23 tuvimos que levantarnos de madrugada y tomar un taxi a la estación poco despues de las tres. No era posible hacer el check-in en linea debido a los controles de Covid, de modo que en el aeropuerto nos unimos a una larga cola y nos llevó una hora hacernos de las tarjetas de embarco. La partida del vuelo fue puntual, algo importante ya que en Amsterdam disponíamos de 50 minutos para el vuelo siguiente a Barcelona y en ese aspecto no hubo problemas. Distinto fue con las dos valijas despachadas, que sospechaba se podían atrasar y efectivamente ni bien aterrizamos en Barcelona recibí la notificación de que no habían logrado transferirlas a tiempo. Teníamos margen para solucionar el problema al faltar cuatro horas para tomar nuestro siguiente vuelo a Asturias, y nos tuvimos que dirigir al area de entregas de equipajes a hacer el reclamo. No había garantias que llegaran a tiempo antes de embarcar por lo que solicitamos que se entregaran al departamento de Pedro y Brenda (la hermana de Alicia) en Gijón y luego retornamos al area de embarque a comer nuestros sandwiches y esperar el vuelo final con Vueling. Era un trayecto corto de poco más de una hora y coincidió nuestra llegada con la de Pedro y Brenda que vinieron a buscarnos con su auto, con una cálida tarde de sol y desde luego el imponente paisaje de la cordillera Cantábrica. Antes de llegar al departamento pasamos por un bar en las afueras de Gijón a tomar la famosa sidra de Asturias con el tradicional metodo de servirla desde una buena distancia y tomarla de un trago. Nos acomodamos como siempre en la habitación extra contigua a la cocina de su departamento y ya no salimos más ese día, haciendo tertulia y cenando en la cocina. Propusieron salir a pasear el domingo a la comarca de Cangas de Onís y visitar el mercado dominical en el pueblo del mismo nombre. El conocido puente "romano" de la localidad era también muy conocido y visitado, a pesar de ser una construcción del medioevo. Los embutidos y los quesos de la región eran los principales atractivos del mercado, que no dejamos de comprar, siempre bajo la guia de Pedro y Brenda. Encontramos también un tranquilo y económico restaurante para almorzar antes de continuar por serpentantes caminos hasta el mirador de El Fitu en lo alto de la montaña. Siendo un día despejado la vista era fantástica, especialmente la de los Picos de Europa. Ya de regreso en Gijón salieron a relucir nuestras compras de la feria para la picada de la noche.
Lunes 25 de octubre. Pedro nos había sugerido hacer una caminata de montaña, pero estábamos esperando aun nuestro equipaje, en el que teníamos calzado apropriado, por lo que el lunes a la mañana salimos a caminar por el centro y hacer algunas compras. Temprano por la tarde llegaron finalmente las valijas, e hicimos luego un nuevo paseo, esta vez por la amplia rambla y la ciudad vieja. A pesar de que no soplaba mucho viento había rompían olas bastante grandes en la playa y vimos cantidad de surfistas ya que había una especie de competencia. Después de un buen desayuno y bien equipados con sendas mochilas prestadas partimos el martes de excursión con Pedro. Brenda no era afecta a ese tipo de salidas y se quedó en la casa. Con el auto llegamos nuevamente al mirador de El Fitu, a poco más de 600 metros de altura, ya que de allí partía el sendero de unos seis kilómetros hasta el pico del Pienzu, de 1160 metros. La mayor parte de la picada era casi horizontal y muy sencilla recorriendo las laderas de la cadena montañosa, rodeados del sonido de los cencerros de las vacas que pastaban por la zona, y recién comenzó el empinado ascenso hacia el final del recorrido. Como buen montañés, Pedro conocía la zona al dedillo y eligió una subida que no era la más utilizada pero si la más pintoresca. Tuvimos que reconocer que llegamos a la cima a pura fuerza de voluntad y con muchos descansos, pero lo logramos e hicimos una merienda al lado de la cruz que coronaba el pico. El descenso de la primer parte fue también dificultoso debido a la fuerte pendiente y agradecimos que nos hubiera prestado bastones para la aventura. Antes de llegar al auto noté que las suelas de mis zapatillas habían comenzado a despegarse, pero aguantaron hasta el final. En total nos llevó cinco horas el recorrido y tuvimos que apurarnos un poco ya que Aicia tenía turno para cortarse el cabello en Gijón en lo de un buen peluquero cubano que le había recomendado Brenda. Como resultado del esfuerzo se me hizo una ampolla en el dedo gordo del pie izquierdo, sin consecuencias, y estuve un par de días con intenso dolor de los músculos cuadriceps de los muslos. De todos modos quedamos encantados con el paseo sugerido. El plan del día siguiente era ir a Valles, la aldea donde estaba la casa en la que había nacido Pedro y que aun era de su propiedad. Quedaba a unos 40 kilómetros de Gijón entrando a la montaña y allí nos encontramos con su hermana que estaba refaccionando una casa contigua. La habíamos invitado a ir a almorzar al restaurante EL Rincón en la cercana aldea de Espinaredo. La particularidad del establecimiento era que había habilitado como salon comedor la base de un horreo.Los horreos eran construcciones destinadas a conservar alimentos alejados de la humedad y los animales, y abundaban en la zona. Estaban montados sobre cuatro columnas coronadas por discos de piedra que impedían la subida de roedores. Luego dejamos a la hermana de Pedro en Valles y de regreso a Gijón pasamos por las afueras de Oviedo, ya de noche, entrando a la tienda Decathlon para comprar zapatillas impermeables en vista de futuras excursiones. Para el jueves habíamos planeado un paseo costero, yendo primero al cercano puerto de Avilés, que no tenía mayor atractivo, pero en las cercanías encontramos una fonda de campo muy concurrida para almorzar y luego continuar hasta el pintoresco pueblo pesquero de Cudillero, encajonado entre dos montes y con un laberinto de callejuelas. Antes de regresar a Gijón alcanzamos a dar una vuelta ya al anochecer por la ciudad de Pravia, conocida por haber sido sede de la monarquía antes de que se trasladara a Oviedo. El viernes fue el primer día de lluvia de nuestra estadía y lo pasamos mayormente en el departamento, pero a la tarde mejoró y salimos a hacer varios kilómetros de caminata por la extensa rambla hacia el este siguiendo un sendero que bordeaba los acantilados. A la noche comimos un excelente guiso de conejo preparado por Brenda. Se acercaba el fin de nuestra estadía en Gijón, pero aun quedaba el sábado para hacer una última excursión. Antes de salir pasaron a saludar las hijas de Pedro, Sara y Sofía. Esta vez el paseo fue hacia el oeste al pueblo de Candás, otra localidad pesquera muy bonita que albergaba también el centro de esculturas Candás Museo Antón. Lo visitamos para apreciar las magníficas esculturas hechas por Antonio Rodriguez García "Anton", un genial artista que como decía su biografía murió encarcelado a los 24 años a causa de las irracionalidades de la guerra civil española. Brenda había reservado una mesa en una pulpería de Gijón, o sea especializada en pulpo y fue nuestra última cena con ellos. Poco antes del mediodía del domingo nos despedimos y tomamos un taxi a la terminal de ómnibus para ir al aeropuerto de Asturias y continuar a Palma de Mallorca, a cerca de una hora y media de vuelo.
MALLORCA
En el aeropuerto de Palma nos esperaban nuestros amigos Cecilia y Roberto con su auto para llevarnos a Inca, la ciudad en la que residían y que estaba a unos 25 km de distancia aproximadamente en el centro geográfico de la isla. Estábamos advertidos de que Paula, una de las hijas de Cecilia, estaba por tener el quinto bebé de su prole y en ese caso Cecilia se iba a quedar con los otros cuatro niños. La sorpresa fue enterarnos que el martes llegarían también Carlos y Mariche, otros amigos comunes que vendrían de Torrevieja. Antes de salir hacia Inca quisieron mostrarnos parte de la extensa y bonita rambla de Palma con el sol del atardecer y también nos sentamos a tomar algo en una confitería de la concurrida costa. La propiedad de Cecilia estaba ubicada muy cerca del centro de Inca y era una vivienda enorme con dos garages gigantescos en planta baja y tres pisos de departamentos independientes que ella había ido comprando sucesivamente. En el primer piso vivía ella con Roberto, en el segundo una nuera que había quedado viuda tras el fallecimiento por cancer de un hijo de Cecilia, y el tercer piso estaba disponible. Adjunto a un garage había un pequeño departamento adicional y nos dieron a elegir entre ese, el del tercer piso o una habitación en el de ellos. Optamos por el del tercer piso por su amplitud y terraza, además de preferir dejar habitaciones libres en el piso de Cecilia ante la eventualidad de que vinieran sus nietos. En el centro había un festival local muy concurrido y nos propusieron ir a dar una vuelta a verlo, terminando en un restaurante donde cenamos muy bien.
Lunes 01 de noviembre. Cecilia y Roberto tenían un amplio conocimiento de todos los rincones de la isla, y a la mesa del desayuno en su cocina nos propusieron una caminata a la cima de una macizo cercano que formaba parte de la sierra de Tramontana, la cadena montañosa que corría de sudoeste a noreste de la isla. Nos prestaron mochilas y bastones, y llevando fruta y agua partimos los cuatro en el auto hasta la cercana localidad de Alaró, desde el cual impresionaba el peñón con sus paredes verticales. El auto quedó estacionado en las afueras del pueblo y comenzamos la marcha por el camino vehicular que llevaba a un restaurante ubicado sobre una meseta a media altura. Solo alcanzamos a hacer algunos cientos de metros cuando Cecilia recibió un llamado de Paula quien le informó que estaba con contracciones y después de una corta deliberación decidimos que Cecilia regresara a Inca para estar lista a buscar a los nietos mientras que nosotros continuábamos el ascenso. Hasta las cercanias del restaurante se hacía por la sinuosa y angosta ruta. Al permitirse el tránsito en ambos sentidos, que era bastante intenso, fue interesante observar los malabarismos que tenían que hacer los vehículos para poder cruzarse en ciertos sectores. A la altura del restaurante arrancó el sendero, con un poco más de pendiente pero muy llevadero, y el último tramo fue por una cornisa pegada al paredón hasta llegar a la cima, de 820 metros de altura y las ruinas de un fuerte de antigua data, ocupado en su tiempo y a su turno por romanos, musulmanes y cristianos en eternas luchas de poder. Por su ubicación era inexpugnable, imposible de conquistar salvo por rendición sitiándolo. Además de estas ruinas había una iglesia, un refugio y una confitería, y la vista sobre la sierra de Tramontana y los valles era magnífica. Luego de un descanso y de comer fruta iniciamos el descenso y como aun no había ingresado Paula al hospital vino Cecilia a buscarnos al pie del cerro. Era un día soleado y cálido, pero en la cima corría un fuerte viento helado, lo que quizás fue la causa de que Roberto sufriera las consecuencias en días posteriores, con un fuerte resfriado. Al levantarnos al día siguiente hice un movimiento poco feliz que me provocó fuerte dolor de espalda, no obstante lo cual me anoté igual para el paseo a Palma que ibamos a hacer con Roberto. Salimos bastante tarde y caminamos a la estación de tren pues Cecilia se quedaba de guardia con su auto. Después de una hora y media de viaje llegamos a la estación final en la plaza España de Palma y en las inmediaciones de la misma tomamos el bus turístico para familiarizarnos con la ciudad. Así pudimos apreciar sus principales atracciones, una de las cuales era la imponente catedral cercana a la rambla. Allí nos bajamos despues de completar el circuito, y como ya estábamos con apetito nos sentamos a comer en un restaurante cercano eligiendo hacerlo afuera al ser tan favorable el clima. Era temporada baja, no obstante lo cual había bastante movimiento de gente y además de los lujosísimos yates amarrados en el puerto vimos un par de gigantescos cruceros. Cuando cruzamos hacia la explanada de la catedral nos encontramos con la sorpresa de que estaba cerrada, al tener horarios de visita acotados hasta el mediodía. Decidimos entonces recorrer la pintoresca ciudad vieja en dirección a la plaza España desde donde salian los buses al aeropuerto. Carlos y Mariche llegaban del continente y habíamos quedado en ir a buscarlos además de retirar un auto alquilado en el mismo aeropuerto. Todo salió redondo y con ellos regresamos al anochecer a Inca donde Cecilia ya se había hecho cargo de sus bulliciosos nietos. Carlos y Mariche optaron por ocupar el departamento en planta baja detrás de uno de los garages. A todo esto mi espalda seguía molestando pero era el dolor era llevadero. El día miércoles por la mañana nos enteramos que había nacido el quinto hijo de Paula y que todo había ido bien en el parto. Durante el tardío desayuno organizamos las excursiones del día, comenzando por una visita a la conocida cueva del Drach, aledaña a la ciudad costera de Puerto Cristo. Había que comprar las entradas por internet e hicimos una reserva para el grupo que ingresaba a las doce del mediodía. Siendo pequeña la isla las distancias eran cortas y la cueva no estaba a más de 40 km de Inca. Nos juntamos con una multitud de gente que tenía la misma intención y fuimos entrando en grupos siguiendo un sendero descendente rodeado de las más espectaculares formaciones de roca y estalactitas, todo muy bien iluminado. La senda finalizaba a 25 metros de profundidad en un amplio espacio que rodeaba un gran lago subterráneo y allí se había construido un anfiteatro con bancos para apreciar el bello espectáculo musical clásico con piano y violín desde una barca iluminada. Para dejar la cueva se continuaba avanzando, ya en ascenso, hasta la salida. Roberto nos esperó afuera ya que conocía la cueva de visitas anteriores. Desde ese lugar continuamos costeando hasta la conocida playa de Alcudia, muy frecuentada en verano pero casi vacía en noviembre. Encontramos un buen restaurante para calmar nuestro apetito antes de continuar viaje hacia el puerto de Pollensa y el cabo Formentor, un imponente peñón de gran altura sobre el mar al que se llegaba por un sinuoso camino. Mucho más no podíamos recorrer pues se venía la noche, pero aun alcanzamos a pasear por el casco histórico de Alcudia donde aun había restos de la muralla medieval con torres almenadas del siglo catorce. El jueves era nuestra última oportunidad de salir a pasear y lo dedicamos a recorrer en auto la zona aledaña a Inca, comenzando por el cercano cerro de Santa Magdalena con restaurante y monasterio en la cima y una buena vista a las ciudades del valle. El camino era muy sinuoso y Mariche comenzó a sentir el vértigo, haciendo peligrar el siguiente paseo a Lluc en el corazón de la sierra de la Tramontana. Roberto logró convencerla de que no había ningún peligro y que no se veía mucho de los precipicios al ser zona de mucho bosque, y para allá fuimos. Era sorprendente ver la cantidad de ciclistas con los que nos encontramos, y aquellos que bajaban lo hacían a una velocidad espeluznante. Roberto conducia con mucha precaución y aun cuando la cercanía al precipicio era igual que antes logró que Mariche superara su vértigo. Lluc es conocido por su monasterio y por albergar una Madonna de madera negra que es objeto de peregrinajes de devotos. Es el lugar que se considera el más sagrado de la isle. Como en los paseos anteriores tuvimos que dejar el resto del itinerario para otra vez al comenzar a oscurecer y regresamos a Inca a hacer una opípara cena con frutos de mar comprados por Cecilia y preparados por Roberto y Carlos. Dejamos ya preparadas las valijas para el día siguiente antes de acostarnos. Nuestro regreso a Barcelona era con un ferry que zarpaba a media mañana del puerto de Palma y Roberto nos llevó con el auto. Por suerte hubo lugar para las cuatro valijas nuestras y para Carlos y Mariche también pues ellos querían aprovechar su último día completo en Mallorca para pasear por Palma. Despues del check-in tuvimos que caminar varios cientos de metros con nuestras valijas por las pasarelas de embarco hasta llegar al buque y acomodarnos en sus cómodas butacas para hacer la travesía de siete horas. A medio camino nos encontramos con bastante mal tiempo y el ferry comenzó a bailar bastante, no obstante lo cual logramos sentarnos a almorzar en el casi vacío comedor. Al llegar a Barcelona, ya de noche, nos esperaba un omnibus para alcanzarnos hasta la salida del puerto y fue facil conseguir un taxi que nos llevara al departamento que habíamos alquilado con Pedro y Brenda. Ellos estaban allí desde la mañana, y Magela, Leo y Marcos estaban también instalados desde unas horas antes en el suyo que estaba a cierta distancia del nuestro. Teníamos planeado encontrarnos todos para cenar y así lo hicimos más tarde después de una cierta búsqueda ya que lugares de comida abundaban en la zona pero pocos de los que no estaban llenos tenían capacidad para acomodar a siete personas juntas.
BARCELONA
Durante nuestra estadía en Mallorca, Brenda había reservado lugares para una actividad el sábado a la mañana que consistía en una visita guiada a la ciudad vieja de Barcelona con pago a la gorra. Despues de desayunar tomamos el subterráneo desde las cercanías del departamento hasta el centro y nos encontramos con la guía y una media docena de participantes en la plaza Cataluña. Bajo un sol radiante recorrimos durante dos horas y media diversos lugares de interés donde la guia matizaba hechos históricos con anéctodas, mitos y leyendas en forma muy amena. Finalizado el paseo nos dirijimos al barrio del Raval en busca de un restaurante para almorzar y dimos con uno adecuado sentándonos a comer afuera en la rambla del Raval. De allí continuamos al conocido mercado de la Boquería y como Los chicos andaban también por allí nos juntamos a tomar café en un bar. Ellos habían hecho reservas en un restaurante de carnes uruguayas y argentinas del barrio de la Barceloneta y quedamos en vernos allí a la noche. En el regreso en subte al departamento cometimos una serie de errores en los cambios de lineas que nos hicieron dar una vuelta gigante bajo tierra y no nos quedó mucho margen para ir a cenar por lo que tomamos un taxi. Comimos muy bien en el restaurante elegido y luego caminamos un buen trecho antes de tomar un taxi de regreso. Brenda se había ocupado también de reservar entradas para un espectáculo de baile flamenco el día domingo y para él se anotaron los chicos también. Tenía lugar en el espectacular palacio de la musica catalana del barrio de la Ribera, y el espectáculo en sí fue también muy apreciado. De allí fuimos caminando por el barrio gótico buscando donde comer e hicimos un almuerzo todos juntos. Estábamos cerca de la plaza de la Ciudadela y aprovechamos la linda tarde para pasear por allí y ver también el imponente monumento de Neptuno con su cascada. La intención era cenar ese día con las tradicionales tapas españolas y encontraron un lugar apropiado donde se hicieron las reservas correspondientes. Solo quedaba aprontar el equipaje para la partida de regreso de todos el día siguiente.
Lunes 8 de noviembre. A Marcos ya no lo vimos pues partió muy temprano para Estocolmo. Por nuestra parte, y a pesar de que mi espalda estaba ya practicamente curada, decidimos ir al aeropuerto en taxi evitando la complicada tarea de transportar valijas en el subterraneo. Nos despedimos de Brenda y Pedro, quienes volaban más tarde de regreso a Gijón y dejamos la ciudad a media mañana. En el aeropuerto alcanzamos a reencontrarnos con Magela y Leo, ellos ya a punto de embarcar en su vuelo. Nosotros teníamos aun una buena espera y aprovechamos para almorzar. Como teníamos cambio de vuelo en Paris con una espera de cuatro horas hicimos allí otra comida, en uno de los pocos restaurantes disponibles en nuestra terminal, porciones minimalistas y a precio de oro. Poco antes de medianoche llegamos a Copenhaguen, y esta vez lo hicieron las valijas despachadas también. Una hora más tarde llegamos sin incidentes al departamento.