24 de Junio 2017
Logramos salir el sábado 24 a las seis de la mañana, como lo habíamos planeado. Casi sin tráfico cruzamos el puente y mate en mano tomamos la ruta por el puente hacia Rödby. Llegamos a la terminal del ferry justo a tiempo para embarcar de modo que no tuvimos casi espera para cruzar a Alemania. Tratamos de combinar autopistas con carreteras vecinales para apreciar los pueblos y el paisaje, y al mismo tiempo no llegar demasiado tarde a Goslar. Habíamos reservado alojamiento en una pensión que estaba a pocas cuadras del casco viejo de esa ciudad, declarado patrimonio de la humanidad. Después de acomodarnos en la primorosa habitación, que requirió subir las valijas por escaleras al tercer piso de la casa, salimos a recorrer las calles de la hermosa ciudad. Ya anocheciendo encontramos un restaurante muy acogedor en uno de los tantos antiguos edificios y cenamos muy bien allí. A la dueña de la pensión le pedimos si podía servir el desayuno a las siete, pero se mostró espantada y lo negociamos para las ocho de la mañana del domingo.
La meta final del domingo era llegar a Karlsruhe, a 460 km al sur, previo paso por Hatzenbühl y Jockgrim. Una parte la hicimos por los pintorescos caminos de la región del Hartz y luego salimos a la autopista hasta el desvio a Hatzenbühl. El pueblo no era nada espectacular, pero tenía buena cantidad de casas antiguas bastante bien cuidadas, y entramos a visitar la iglesia también. Desde luego nos hicimos fotografías con los carteles y me defraudó un poco que uno de ellos proclamara con orgullo que los habitantes del pueblo habian impulsado el uso del tabaco en Alemania. No lo esperaba de mis antepasados. De Hatzenbühl tomamos la carretera a Jockgrim, que al convertirse en calle era nada menos que la "Hatzenbühler Strasse" lo que documentamos ampliamente. Jockgrim no tenía ningún encanto y seguimos hacia Karlsruhe, a escasos 10 kilómetros llegando al hotel Am Karlstor, que estaba ubicado muy cerca del centro. Por suerte había una cochera en el subsuelo para dejar el auto. Desde allí caminamos unas pocas cuadras hasta el centro y encontramos un restaurante donde me di el gusto de comer las primeras salchichas alemanas.
El hotel ofrecía un desayuno buffet muy abundante que no desaprovechamos, y con un hermoso día de sol partimos el lunes hacia Baden Baden. Había visto que allí se podía subir por un camino vehicular al cercano cerro Fremersberg, y una vez que llegamos a la cima dejamos el auto e hicimos una corta caminata por el bosque. También había visto que en las cercanías se encontraba represa Schwarzenbach con un sendero que rodeaba el lago y hacia allá fuimos. El nivel del lago era muy bajo, e iniciamos el paseo por la orilla. Había varios arroyos que desembocaban en el lado pero era facil sortearlos saltando entre la piedras. La caminata era de varios kilómetros, en parte por el bosque y en parte al rayo del sol. Llevábamos un picnic que consumimos a la sombra de un árbol y cuando llegamos al imponente paredón de la represa elegimos la opción de cruzarlo por la cañada ya que el agua era desviada por tuberías a un punto mucho más abajo. Cuando llegamos al otro lado encontramos un muy oportuno kiosko con bebidas frías y helados. La carretera continuaba hacia el pueblo de Forbach donde hicimos un alto para ver la iglesia y también un antiguo puente de madera sobre el rio. Completamos el circuito bajando hacia la paqueta ciudad de Baden Baden donde conseguimos estacionar en el centro para cenar antes de regresar a Karlsruhe con las últimas luces.
El martes desayunamos temprano pues teníamos 600 kilómetros de carretera hasta Vichy. Para cruzar el Rhin elegimos el camino que nos llevaba a un transbordador, que en pocos minutos y por 3 euros nos dejó del otro lado. A poca distancia cruzamos la frontera a Francia, y al quedar de paso, quisimos parar en Colmar para conocer esa famosa ciudad. Providencialmente conseguímos estacionar al costado de la impresionante catedral, y después de visitarla paseamos por el pintoresco casco viejo, repleto de turistas. Retomando la ruta, seguimos hacia el sur en dirección a Mulhouse, y en uno de los intrincados cruces de autopistas cometí un error y terminamos yendo por la ruta en dirección opuesta. Subitamente nos encontramos cruzando nuevamente el Rhin y nos vimos obligados a hacer un corto tramo por Alemania antes de regresar a Francia y retomar la ruta correcta. El tiempo fue desmejorando y a medida que nos ibamos acercando a Vichy nos fuimos encontrando con fuertes chaparrones. Ya cerca del destino nos topamos con un violento temporal de lluvia y viento, por suerte sin granizo. Nuestro hotel se llamaba California y era un antiguo edificio con habitaciones que también tenían muebles muy antiguos. Nos pareció muy agradable, y allí solo hubo que subir un piso por escalera. En la recepción nos recomendaron donde cenar en las cercanias, ya que estaba lloviendo bastante fuerte además de soplar mucho viento.
A la mañana del miércoles Alicia descubrió que tenía una garrapata en la ingle derecha, probablemente importada de Alemania, y quisimos extraerla con poco éxito pues estaba muy prendida y parte del insecto quedó enterrado. Después de desayunar en el hotel cargamos nuestros bártulos en el auto y decidimos ir a una policlínica en las cercanías. Nos recibieron en la sala de primeros auxilios, y después de una corta espera nos atendió una doctora que tuvo que escarbar bastante para quitar los restos del bicho. La doctora nos dió una receta para comprar un antibiótico además de desinfectante, gasas y apósitos para hacer curaciones diarias. Después de pasar por la farmacia tomamos la ruta hacia Bayonne, y en vista de que Alicia tenía que cuidar su herida y que el tiempo seguía muy malo, consideramos prudente no hacer el camino de Santiago de los Pirineos. Como opción, Alicia reservó una noche en una casa rural en las afueras de San Sebastián para el jueves 29. Desde allí podiamos seguir el viernes 30 a Roncesvalles, que hubiera sido el final de la caminata y donde teníamos reservado el hotel. Durante el trayecto final a Bayonne volvimos a encontrar mucha lluvia y viento. El Hotel Cote Basque se encontraba cerca del río L´Adour, sobre la orilla opuesta y a poca distancia del casco viejo de Bayonne. El auto quedó en el estacionamiento cubierto de la estación del tren a metros del hotel, y con pleno temporal averiguamos que había un restaurante a dos cuadras donde nos atendieron muy bien y nos sirvieron muy buena comida. La crema catalana que pedí como postre era una delicia.
Para el desayuno del jueves decidimos ir al casco viejo de la ciudad y de paso visitamos la catedral de Santa María, otra imponente construcción. De Bayonne a San Sebastián eran escasos 60 km que hicimos con lluvia intermitente. La casa rural Artola estaba en un pequeño poblado llamado Astigarraga, ya en la falda de los Pirineos y a 10 km de San Sebastián. El último tramo para llegar a la casa era muy empinado y angosto, con curvas bien cerradas, y por suerte no encontramos ningún auto de frente. La casa era de piedra y tenía una planta baja que era una sidrería. Subiendo una escalera exterior a una terraza nos encontramos con la entrada al hospedaje. Había una pequeña caja fuerte al costado de la puerta y un teléfono para llamar. Asi nos comunicamos con la dueña, quien nos dió el código para abrir la caja fuerte y sacar la llave de la puerta. Entrando nos encontramos con un gran salón y una cocina completa, además de una escalera para subir un piso más a las habitaciones. Todo estaba muy ordenado y limpio, y la vista desde el lugar era fantástica. La dueña dijo que nos pusiéramos cómodos y que pasaría hacia las ocho de la noche. Dejamos todo acomodado en nuestra habitación y bajamos con el auto a San Sebastián (Donostia en idioma vasco) donde lo dejamos en un estacionamiento cubierto bajo la avenida República Argentina a orillas del rio Urumea . La ciudad nos impresionó de inmediato por su hermosura, y al rato de caminar por la avenida vimos que se podía tomar un bus turístico que decidimos aprovechar. Fue providencial pues no solo vimos lo más interesante de la ciudad sino que nos salvamos de la lluvia que comenzó a caer al rato. Estábamos a la búsqueda de un vino espumante de modo que al finalizar el tour dimos unas vueltas por el centro restreando una bodega. Tuvimos que pedir ayuda y nos indicaron el lugar perfecto, con tanta variedad que terminamos comprando una caja de vino Federico y dos espumantes. Imposible acarrear la carga al auto de modo que pasamos más tarde a buscar nuestro botín. Ya de regreso en la casa rural nos encontramos con la dueña, quien nos indicó cómo encontrar en la cocina todo lo necesario para el desayuno del día siguiente. También nos recomendó ir a cenar al restaurante Kako del pueblo, lo que fue muy acertado. Solo lamentamos que se nos olvidó allí el paraguas. Nuevamente fue providencial no cruzarnos con ningún auto al regreso ya que se había hecho noche cerrada. Quisimos esperar a medianoche para hacer un primer brindis de cumpleaños pero nos venció el cansancio y nos quedamos dormidos.
Viernes 30 y cumpleaños número 70. Alicia se las había ingeniado para encargar a la dueña una riquísima torta de chocolate que apareció en el desayuno. Decidimos dejar el espumante para la noche y en su lugar tomamos un muy buen jugo de manzana comprado en Baden Baden en Alemania. El tiempo continuaba malo, con lluvia intermitente que en el camino a Roncesvalles se convirtió en continua. Ya subiendo los Pirineos y a solo cinco kilómetros de Roncesvalles paramos en el pintoresco pueblo de Burguete, con una sola calle que era la ruta. Entre otras cosas nos enteramos que este era el pueblo favorito de Hemingway cuando andaba por la zona y vimos el hospedaje donde paraba. Siendo ya más del mediodía encontramos un hermoso restaurante para almorzar y luego hicimos los cinco kilómetros finales hasta Roncesvalles. El lugar contaba con el hotel, un albergue para peregrinos, una iglesia, un par de restaurantes y punto. El hotel era muy lindo y la habitación en el tercer piso era imponente con tremendas vigas de madera para sostener el techo. Salimos a dar una vuelta bajo la lluvia y nos encontramos con cantidad de peregrinos que hacían la caminata bajo la lluvia. Muchos iban al albergue y unos pocos al hotel. Como tenía restaurante cenamos allí mismo y luego liquidamos el champagne con la torta en la habitación.
Sabado 1 julio y cumpleaños de Viktoria. Ella lo estaba festejando en Bariloche, donde había ido con Matias en viaje de bodas. Nosotros desayunamos en el hotel y luego partimos hacia St. Jean Pie de Port, o sea que completamos con el auto y en forma inversa la caminata planeada. A pesar de la lluvia fue espectacular el cruce de los Pirineos por el sinuoso camino de montaña. St. Jean Pie de Port, ya del lado francés, era un pueblo idílico y con mucha historia pues ya desde la edad media era la entrada obligatoria para pasar los Pirineos tanto para los peregrinos como para los comerciantes, sin hablar de Carlomagno y sus tropas. Aprovechamos para hacer un almuerzo liviano antes de seguir para Bayonne donde teníamos reservado el mismo hotel del día miércoles anterior. Antes de cenar fuimos con el auto hasta una playa cercana para ver el mar. Aun había mucho viento y las olas eran imponentes aunque la playa era muy poco atractiva.
Pensábamos salir el domingo bien temprano hacia Albi (ciudad de la que no había oido nada antes), ya que el museo de Toulouse-Loutrec cerraba a las 18:00. El plan falló pues nos despertamos a las ocho y entre el desayuno y el empaque salimos a las diez de la mañana. Eran solo 400 kilómetros de ruta, pero quisimos hacer buena parte por caminos rurales por lo que llegamos demasiado tarde a Albi. Después de instalarnos en el hotel salimos a caminar hacia el rio Tarn y la ciudad vieja, que con su característica medieval nos pareció fantástica. La catedral-fortaleza de Santa Cecilia fue de todas las iglesias vistas la que más nos impresionó por su tamaño y su contenido. Entramos justo al final de una misa, aun con los últimos majestuosos acordes del organo. A poca distancia entramos a cenar a uno de los pocos restaurantes abiertos el domingo.
Deapués de un buen desayuno en el hotel, partimos el lunes a pie hasta el museo de Tolouse-Loutrec que estaba a poco más de un kilómetro en el palaciego edificio utilizado siglos otrás por un obispo. La colección de cuadros era muy completa y estaba bien presentada. Luego de la visita al museo compramos tres reproducciones y salimos a pasear por los magníficos jardines del palacio. Teníamos previsto ir a Carcassone, a unos 110 km al sur de Albi y partimos para allá poco después del mediodía. El camino cruzaba por el macizo llamado montaña negra, muy bella y boscosa, y en esa parte era bien sinuoso. Ya en Carcassone estacionamos el auto frente a la ciudadela medieval, que era el objetivo de la visita. Estaba totalmente amurallada, y rodeada por una segunda muralla de protección. Entramos por la puerta principal y como vimos que ofrecían un tour con un carro tirado por dos caballos decidimos anotarnos. El paseo fue corto y solo recorria el espacio entre las dos murallas, pero recibimos interesantes explicaciones del histórico lugar. Luego iniciamos un paseo por las angostas callejuelas de la ciudadela, saturadas de bares, restaurantes y negocios, una verdadera trampa para turistas que lamentablemente le quitaba todo el encanto medieval a ese fantástico sitio. Al rato salimos de allí y fuimos a tomar algo a un bar cercano atendido por una señora brasilera, antes de regresar al auto para retornar a Albi antes del oscurecer. En el cruce de la montaña negra hicimos un pequeño desvio para entrar a la aldea de Hatpoul, colgada de la montaña y con ruinas medievales por doquier. Estaba totalmente despejado y la vista de la montaña al atardecer era magnífica. Llegamos de regreso al hotel con las últimas luces del día y luego fuimos nuevamente a pie al centro a cenar.
El martes tratamos de salir temprano pues teníamos 600 kilómetros por delante hasta Albertville. La primer mitad del camino la hicimos por carreteras secundarias, pasando por innumerables pueblos en la campiña y sorteando innumerables rotondas también. Luego dimos con una autopista ya entrando a los Alpes y llegamos de tarde a destino. Encontramos con facilidad el hospedaje, que era en una casa de familia habitada por una señora sola muy simpática. Cuando llegamos estaba en estado de pánico pues había corte de electricidad y solo tenía entrada por un portón eléctrico que estaba bloqueado. Nos pasó una llave que permitía mover un poco el portón deste el exterior y asi entramos. Para agradecer nuestra ayuda y disculparse nos invitó a tomar un trago con picada. Al rato volvió la electricidad y pudimos entrar el auto también que estacionamos en el enorme jardín de la casa. Tenía una sola habitación para huéspedes, con baño privado. La señora nos indicó un restaurante para ir a cenar y partimos a pie para allá. Albertville había sido sede de los juegos olímpicos de invierno en 1992 y aun quedaban vestigios del hecho, incluido un estadio y el mastil donde se hicieron las ceremonias. La ciudad estaba en un valle, rodeado de bellas montañas, el soleado atardecer las hacía aun más hermosas. Cuando llegamos al restaurante nos encontramos con que no había lugar, y otros lugares para comer en la cercanía no había, asi que esa noche hicimos dieta. Mal no nos venía pues habíamos hecho un buen almuerzo en una posada de la ruta. La infructuosa busqueda de lugar para cenar hizo que camináramos no menos de cuatro kilómetros esa noche.
Habíamos acordado desayunar a las siete de la mañana del miércoles y la dueña nos tuvo todo primorosamente preparado a esa hora de la mañana, cuando el sol ya comenzaba a iluminar las montañas. Partimos con rumbo a Chamonix, y a los pocos kilómetros nos encontramos con que el camino principal por el cañadón estaba cerrado, y que había que tomar un sinuoso desvio por la montaña, con un paisaje espléndido. Fue providencial el desvio pues cuando paramos a tomar algunas fotos observé que se había formado un charco grande de agua de refrigeración bajo el auto. Habia controlado el nivel antes de partir y me había olvidado de colocar la tapa del tanque. Afortunadamente la tapa estaba aun metida en el motor al alcance de la mano, de modo que rellenamos, tapamos y seguimos viaje. Poco antes de Chamonix se nos apareció el Monte Blanco en todo su esplendor contra un fondo azul, y decidimos hacer una corta parada en esa bonita ciudad. Luego continuamos a Martigny, ya en Suiza y tomamos el camino que nos llevaba al paso de Furka con una altura máxima de 2450 metros. Laa curvas eran innumerables, pero el paisaje imponente. Para llegar a Triberg teníamos que pasar por las afueras de Zurich y alli nos demoramos un poco debido al intenso tránsito. En la frontera con Alemania había control aduanero pero no hubo problemas en pasar con nuestras 11 botellas de vino, aunque declaré solo seis. Logramos llegar al bonito pueblo de Triberg aun de día y encontramos facilmente nuestro hotel sobre la calle principal. El hotel estaba en el tercer piso de un edificio pero tenía ascensor. Nuestra habitación daba a la calle principal y tenía un balcón con sombrilla. Teníamos el campanario de la iglesia a corta distancia y tocaba cada quince minutos pero por suerte vimos luego que se suspendía durante la noche. Casi frente al hotel encontramos un restaurante que estaba a punto de cerrar por ser las nueve de la noche, pero aun nos dieron de cenar, y luego dimos una vuelta por el pueblo encontrando un muy acogedor restaurante donde tomamos unos tragos con la promesa de venir a cenar al día siguiente ya que además nos informaron que iba a haber música en vivo en la terraza.
El jueves desayunamos sin apuro y luego fuimos al auto a buscar nuestros bastones y sombreros. El pueblo tenía fama por tener a poca distancia la cascada más alta de Alemania y fuimos a visitarla. La entrada al parque de la cascada estaba a pasos del hotel, donde mos habían dado un pase para poder entrar gratuitamente. La cascada consistía de varios saltos y se podía ver desde todos los ángulos posibles gracias a los senderos y pasarelas del parque. Había cantidad de turistas de todos los continentes. Además de pasear por el parque hicimos una caminata bastante más larga por algunos de los innumerables senderos del bosque y luego terminamos en un restaurante al pie del cerro donde comimos unas buenas salchichas. También entramos a la hermosísima iglesia de Santa María in der Tanne y visitamos contigua a ella el lugar donde supuestamente se le había aparecido la virgen a una niña en el año 1644. Entramos también al museo de la selva negra, que tenía una fantástica colección de todo típo de articulos reflejando la vida, costumbres y tradiciones de los habitantes de la zona. Teníamos ganas de equipar la casa de Miramar con un reloj cucu, que vendían en feroz competencia en varios negocios del pueblo. Finalmente nos decidimos por uno de ellos que nos entregaron bien embalado. En las cercanías se anunciaba la existencia del reloj cucu más grande del mundo y fuimos caminando a verlo, pero llegamos quince minutos tarde pues el negocio ya haia cerrado. Después de refrescarnos fuimos a la terraza del restaurante Zur Lilie, donde la banda ya estaba en plena acción, y cenamos opiparamente al sonido de la música.
Para el viernes teníamos previsto hacer unos 640 kilómetros, la etapa más larga del viaje, para llegar a Fuhrberg. Fuimos los primeros en ir a desayunar y ya antes teníamos todo el equipaje casi listo. Apenas salimos paramos a tomar unas últimas fotos de otro negocio de venta de cucus al final del pueblo, y luego tomamos pintorescos caminos secundarios por la Selva Negra para enganchar la autopista A7 hacia el norte. En el camino fuimos escuchando noticias inquietantes de los disturbios en Hamburgo, y también de caos en el tráfico en la zona de Kassel. En un par de ocasiones tuvimos que avanzar a paso de tortuga y hasta una larga caravana de vehículos policiales que probablemente iban para Hamburgo quedó trabada en la ruta, por lo que decidimos desviarnos en la primer ocasión posible y terminamos haciendo un amplio rodeo antes de retomar la autopista a la altura de Gottingen. Allí nos encontramos con un tráfico más fluido y apenas pasamos Hannover tomamos un camino secundario hacia la derecha que a los seis kilómetros pasaba por Fuhrberg. Encontramos fácilmente nuestro alojamiento en el pequeño pueblo. Era una gigantesca casa de campo con galpones y amplio parque, y tal como en Albertville había una entrada independiente para huéspedes. Lo que ofrecían era un departamento completo, muy bien arreglado y con todas las comodidades. Tenía un amplio salón y en una esquina una mesa en la que a la mañana siguiente pusieron a nuestra disposición un opiparo desayuno. A poca distancia estaba el Heide hotel Klutz con restaurante donde fuimos caminando a cenar, y donde comimos una de las mejores y más baratas comidas del viaje en un hermoso salón comedor. Solo había otra mesa ocupada casualmente por suecos, y en un sector separado se estaba festejando un casamiento con bombos y platillos.
Nos habíamos alojado en Fuhrberg por su cercanía a Celle, que estaba a 18 kilómetros de distancia. A las ocho nos trajeron el muy completo desayuno, y luego partimos hacia Celle donde dejamos el auto en un estacionamiento cubierto para dar un paseo por esa hermosa y antigua ciudad. Luego continuamos por la ruta que empalmaba con la autopista al norte de Hamburgo y sin mayores complicaciones de trásito llegamos a tomar el ferry en Puttgarden a las cinco de la tarde. Tres horas más tarde llegamos a Malmö y como nos había avisado Ana Maria que se habían juntado algunos amigos en el departamento de los consuegros de Alicia, vaciamos el auto y fuimos de tertulia para allá. Asi terminó el exitoso viaje que nos dió tantas vivencias y buenos recuerdos.