9 de Abril 2019
A causa de los horarios de ómnibus tuvimos que tomar el de Copsa de las 23:50 y llegamos al aeropuerto el martes 9 cuatro horas antes de la partida, cuando Avianca aun no estaba habilitando el check-in. Abrieron una hora más tarde y fuimos casi los primeros en hacer los trámites de embarco.
Dando vueltas por la zona de embarco entramos a curiosear en un negocio de libros y souvenirs, y poco después de salir de allí nos percatamos que nos faltaba mi valija de cabina. Suponiendo que por cansancio y distracción había quedado en el negocio volvimos allí a buscarla y para nuestro espanto la encontramos con la persiana baja. A través de un teléfono nos comunicamos con la información del aeropuerto para explicar lo que había sucedido, y después de un rato de averiguaciones nos informaron que lamentablemente tendriamos que esperar a que abrieran nuevamente, no antes de las cinco de la mañana. A esa hora salía nuestro vuelo, y sin la valija yo no podía viajar asi que comenzamos a pensar que opciones nos quedaban, aunque la única viable parecía ser postergar el vuelo. Nos comunicamos también con Avianca y ellos dijeron que antes de las cuatro querían saber si viajábamos o no pues habíamos despachado nuestras valijas. Poco antes de que llegara esa hora se levantó como por milagro la persiana del negocio, apareciendo el empleado, quien simplemente se había ido a tomar un rato de descanso. Al subir la persiana, lo primero que vimos fue mi valija. Nos volvió el alma al cuerpo y pudimos avisar a Avianca que estaba todo solucionado, comenzando en forma por cierto accidentada nuestro viaje a Cuba.
El primer tramo era hasta Lima con un avión ya bien viejo y una tripulación bastante tosca. Durante las dos horas y tantas de espera en Lima nos fortalecimos con un desayuno en el aeropuerto y luego continuamos con el segundo vuelo, esta vez en un avión muy moderno y con una excelente tripulación. Habiamos partido del Uruguay con temperaturas bastante bajas, y en La Habana nos encontramos con treinta grados. El aeropuerto no era de los mejores, aunque por la enorme cantidad de personal no tuvimos ninguna espera para pasar migraciones. Luego debimos dejar a una empleada nuestra declaración jurada de salud, en la que por las dudas me había considerado totalmente sano a pesar de arrastrar un fuerte catarro y afonía ya desde mi estadía en Buenos Aires. Mucha más larga fue la espera en el area de retiro de equipajes donde el caos era total, aunque finalmente aparecieron intactas nuestras valijas. Vimos que había una larga cola de gente para pasar la aduana con enorme cantidad de bultos de todo tipo y tamaño pero luego nos percatamos que era la cola para aquellos que tenían algo para declarar. Muchos cubanos viajaban de compras al exterior y aprovechaban la franquicia para traer faltantes en Cuba. Nosotros tomamos la linea verde y salimos rapidamente sin ningún tipo de control.
Ana Luisa nos estaba esperando con un taxi, y antes de salir del aeropuerto cambiamos nuestros euros a la unidad convertible (CUC) para extranjeros en un cajero automático. No entendíamos el funcionamiento pero una funcionaria nos ayudó a manejar las máquina. En Cuba seguía existiendo la doble moneda, valiendo cada CUC 24 pesos cubanos. Todo el mundo podía utilizar cualquiera de ambas monedas en Cuba, pero en ciertos lugares solo se podía pagar con la moneda convertible. Ana Luisa había contratado el taxi de su vecino Margarito ya que el tenía un gigantesco Chevrolet de los años cincuenta en perfecto estado en el que cabía con creces nuestro equipaje. La casa de Ana Luisa estaba ubicada en la localidad de Cojimar, lindante con La Habana y a 35 km del aeropuerto. En ese trayecto tuvimos ya oportunidad de apreciar las carencias que aflijían a la sociedad cubana pasando barrios de mucha pobreza y viviendas deterioradas además de gran cantidad de basura. No ayudaba tampoco que el tiempo estuviera gris y lluvioso. Más adelante pudimos comprobar que salvo exepciones no había mayor preocupación por mantener la limpieza en la via pública.
La casa de Ana Luisa era muy amplia y acogedora, y contaba con un hermoso jardín lleno de plantas y árboles frutales, además de tres perros, dos de ellos de temible aspecto. Tuvo la gentileza de cedernos su dormitorio con baño propio mientras ella usaba uno de los dos dormitorios restantes. Ana Luisa conocía un buen restaurante en las cercanías y esa noche hicimos a pie las cinco cuadras que nos separaban del lugar, que se llamaba Ajiato. En Cojimar notamos bastante pobreza, pero no se sentía ninguna inseguridad caminando de noche por calles desiertas, una característica aplicable a toda Cuba donde el indice de criminalidad era muy bajo. Claro que a falta de libertad de expresión teníamos que guiarnos por la información que circulaba de boca en boca. Nos atendieron muy bien en el restaurante y todos los platos fueron realmente excelentes. Era un lugar muy popular al que era recomendable volver. Después de semejante ajetreo, esa noche caimos rendidos a la cama.
Bastante recuperados nos levantamos el miércoles a desayunar y planificar el día. Ana Luisa tenía que hacer un trámite en la companía telefónica y la acompañamos en colectivo (= guagua, para los cubanos) hasta allá aprovechando de paso para comprar unas recargas que permitian acceder a internet. Luego tomamos otro colectivo que nos llevó hasta la ciudad vieja pasando por el tunel de la entrada a la bahía.
El centro de la ciudad vieja tenía una magnífica arquitectura mayormente en buen estado, y las calles eran un caos de tránsito dominado por ómnibus de turismo y taxis de todo tipo. Caminamos hasta el Teatro Nacional Alicia Alonso donde compramos entradas para la función de ballet del sábado 20, haciendo luego una breve visita guiada al imponente edificio. Ana Luisa nos guió por las calles de la ciudad vieja hasta un hotel donde podíamos averiguar por excursiones pero allí no sacamos nada en limpio y lo postergamos para el día siguiente. Era hora de comer algo y nos sentamos en la vereda de un restaurante donde pedimos una picada y arroz. Ya cansados, caminamos hasta la parada de ómnibus y regresamos a la casa.
Jueves 11: A la mañana del jueves nos tropezamos con el inconveniente de falta de agua en la casa y Ana Luisa trató infructuosamente de contactar su plomero. Después del desayuno partimos hacia La Habana en un omnibus local y nos bajamos en el barrio del Vedado donde se encontraba el gigantesco hotel Habana Libre de arquitectura moderna construido después del triunfo de la revolución. En el lobby estaban las oficinas de Cubatur donde contratamos dos excursiones, la primera de ellas ya para el día siguiente para visitar la zona de Pinar del Rio a unos 170 km al oeste de La Habana. La segunda era para el sábado hacia Cienfuegos y Trinidad, que incluía pernocte, regresando el domingo. En la entrada del hotel vimos una de las clásicas motos con carrocería de fibra de vidrio color amarillo con forma de huevo, en realidad un triciclo, y como tenía tres asientos la contratamos para que nos llevara a la ciudad vieja a la pintoresca calle de los peluqueros.
Tanto Alicia como Ana Luisa habían reservado turno en la peluquería Artecorte de un amigo de ella y famoso peluquero, conocido como Papito. Como teníamos un buen rato de espera almorzamos en la acera de un restaurante en la misma calle, nuevamente excelente comida, y luego subimos las interminables escaleras de una antigua casa hasta el primer piso donde el peluquero tenía su salón. No era una peluquería cualquiera sino una fascinante exhibición de utensilios antiguos, sillones de peluquero, cuadros y objetos diversos que nos dejó maravillados. Le hizo un muy buen corte a Alicia por poco dinero y ella quedó encantada. De allí emprendimos el regreso a la casa y Ana Luisa logró que viniera el plomero quien constató que el problema era el filtro de la bomba, que se había tapado con arenilla de modo que la cuestión quedó rápidamente solucionada. Dadas las escasas zonas wi-fi de la empresa estatal aun no habíamos logrado activar nuestras tarjetas de internet por lo que seguíamos totalmente desconectados del mundo, pero caminando bajamos a la zona wifi del malecón de Cojimar y allí si pudimos ponerlas en marcha.
Viernes 12. Ana Luisa le había pedido a su conocido Ismael que viniera a buscarnos con su taxi trucho a las siete menos cuarto y apareció puntualmente con su minúsculo Fiat 500 en el que su corpulencia apenas cabía. Nos llevó hasta la entrada del hotel Inglaterra en el centro, donde abordamos junto con otros turistas el confortable ómnibus de la excursión. Aun hubo que levantar más gente en otros hoteles antes de salir de La Habana hacia el oeste por la autopista a Pinar del Rio. La guía que nos había tocado era muy profesional y muy agradable. Como había algunos turistas de habla alemana, daba las explicaciones en ambos idiomas y quedamos pasmados por la perfección de su alemán. Nos dijo que lo había aprendido en Cuba. A la hora de viaje hicimos una parada en un descanso que contaba con baños deplorables, pese a lo cual se suponía que había que dejar algo de dinero. Fue nuestro primer encuentro con la industria de la propina y del comercio turístico ya que en el tour dimos con músicos, "indios" haciendo su show, tiendas de recuerdos, bares, etc..todos tratando de hacer negocio. Antes de llegar a la ciudad de Pinar del Rio nos desviamos hacia las sierras, cubiertas con tupida vegetación tropical, entrando a la zona tabacalera donde vimos muchos secaderos de tabaco. Paramos nuevamente en lo de un campesino donde pudimos ver por dentro su galpón de secado repleto de hojas colgando de ganchos. El mismo nos hizo luego una demostración de la fabricación de un habano, enrollando diestramente las hojas humedecidas. A la espera de continuar viaje me puse a conversar con un hombre mayor que vendía bananitas y me contó un poco de su dura vida como jubilado, con escasos ingresos. Nos vino bien comprar sus bananas pues no habíamos desayunado. Pasamos luego por el pintoresco pueblo de Viñales, muy turístico, antes de entrar a un valle a visitar el llamado Mural de la Prehistoria, que no eran pinturas rupestres sino una gigantesca pintura multicolor hecha en la pared de la montaña representando la evolución biológica de los seres vivos hasta el presente. No tenía un gran valor artístico pero no dejaba de ser espectacular. Al pie del paredón había un bar especializado en piña colada, mezcla de leche de coco y jugo de ananá, con ron a voluntad. Pedimos sendos vasos y aun sin el ron nos resultó exquisito.
El almuerzo estaba incluido en la excursión y para ello paramos en un restaurante de las cercanías. Las mesas estaban al aire libre, con techos de paja de forma circular y compartimos la nuestra con 7 turistas más que incluian un muchacho argentino venido de Buenos Aires, que viajaba solo. El almuerzo fue bastante sencillo y frugal, pero bueno. En esta zona montañosa había innumerables cuevas y la excursión incluía una visita a la cueva llamada "Cueva del Indio", a poca distancia del restaurante. Entramos en fila india recorriendo unos 300 metros entre monstruosas estalactitas y salas de grandes dimensiónes hasta llegar a una laguna subterránea. Alli tocaba embarcar en una lancha que nos llevó unos 500 metros más adentro llegando hasta donde estaba iluminada, pues era mucho más larga pero aún estaban instalando luz artificial.
Al regreso la lancha tomó un desvío y donde terminaba la laguna terminaba emergimos a un embalse al aire libre donde desembarcamos. La última parada fue en un mirador que ofrecía una magnífica vista del valle de Viñales donde todo el mundo tomó fotos. Regresando a la Habana entramos a la ciudad por otro camino y vimos la lujosa zona de las embajadas y la gente adinerada, antes de repartir a los turistas en sus respectivos hoteles. Desde el hotel Inglaterra del centro negociamos un taxi para que nos llevara a la casa. Ana Luisa nos esperaba con dos noticias; la buena era que había llevado uno de sus perros que hacía días estaba enfermo a la clínica veterinaria y lo habían encontrado en plena mejoría. La mala era que habían llamado para avisar que por motivos que no estaban muy claros se había suspendido la excursión que habíamos contratado a Cienfuegos y Topes de Collantes para el día siguiente.
Sábado 13: Alicia llamó temprano a la empleada que nos había cancelado la excursión y quedamos en hacerla el martes siguiente, aunque no nos dío ninguna garantía que no se cancelara también. En el interín, Ana Luisa llamó a una conocida que trabajaba en el mismo rubro y que atendía en el hotel Copacabana, para donde partimos después del desayuno. Resultó que ella nos podía vender la misma excursión, partiendo el día siguiente, y además a un costo bastante menor.
No solo le compramos esa excursión sino que también compramos un paquete para ir el miercoles siguiente a las playas de Varadero. Intentamos comunicarnos con la otra agencia pero ya se había retirado la empleada, por lo que Ana Luisa quedó en llamarla al día siguiente para avisar que ya no estábamos interesados y que iríamos el martes a recuperar el dinero. Esquinado con el hotel Copacabana encontramos un restaurante italiano para hacer un almuerzo liviano y luego regresamos al barrio Habana Vieja a ver una exposición de arte de unos conocidos de Ana Luisa. La vivienda era antigua y se encontraba en una zona bien humilde, y hubo que subir una interminable escalera hasta un cuarto piso altísimo para ver la interesante exposición de varios artistas, uno de ellos argentino.
Formaba parte de la bienal de arte que ya había comenzado en La Habana. El propietario del piso y del siguiente, que era arquitecto, estaba renovando ambos para ponerlo en alquiler turístico, algo cada vez más popular en Cuba. Previendo que podríamos tener mucho sol y calor en la excursión del día siguiente, fuimos a una calle peatonal Obispo, llena de negocios para turistas y de restaurantes donde encontramos sendos sombreros. El taxi con el que nos trasladamos era de tipo compartido, y efectivamente levantó dos personas más a mitad de camino. Quisimos comprar agua mineral también y entramos a un mercado que además de no tener agua tenía la mayoría de las estanterias bastante vacías. Ya estábamos bien cansados y decidimos dar por terminados los paseos del día y regresar a la casa a cenar.
Domingo 14: Ismael apareció con su minúsculo Fiat a las cinco y cuarto y como a esa hora no había tráfico llegamos aun de noche y con amplio margen al hotel Inglaterra donde nos iban a recoger para iniciar la excursíon. Mientras esperábamos regresó nuevamente Ismael quien tuvo la gentileza de traerme el sueter que me había dejado olvidado en el coche. Nos pasó a buscar una combi para doce personas con chofer y guía y un coctail de turistas: una pareja mayor vietnamita, dos franceses asentados en Canadá, una mujer estadounidense y una chica australiana. Asi partimos en dirección este tomando la autopista A1, la única que había en Cuba.
Evidentemente tenía también un fin estratégico ya que contaba con tres carriles en cada dirección y podía ser utilizada como pista de aterrizaje, aunque en muchas partes estaba ya en mal estado de conservación. Tal como habíamos visto antes, por la falta o poca frecuencia de los medios regulares de transporte, mucha gente hacía dedo en la ruta, algunos agitando incluso dinero para demostrar que querían pagar. Esta vez la guia era muy joven y menos experimentada, dando las explicaciones en español e inglés. Después de hacer unos 150 kilómetros, nos detuvimos en el parador de un pueblo llamado Australia para ir al baño y eventualmente tomar un desayuno. No eramos los únicos por lo que tuvimos que hacer una buena cola para conseguir un sandwich y jugo de ananá.
Este pueblo tenía mucha historia por estar próximo a la bahía de Cochinos donde en 1961 los Estados Unidos fracasaron en su intento de invadir la isla. Continuando con el tour nos dirijimos al pueblo de Santa Clara con el específico propósito de visitar el imponente memorial al Che Guevara. Pasar por su mausoleo era un procedimiento muy solemne, callados y nada de fotos. Luego pasamos a un salón contiguo donde estaba el museo con cantidad de fotos y objetos, sin faltar su mate. La siguiente parada era en la ciudad de Cienfuegos, sobre la costa sur. Se consideraba la ciudad más limpia de Cuba y se veia ciertamente muy pulcra. El bus se detuvo luego en la plaza principal, llamada Parque Central José Martí, rodeada de hermosos edificios como la Catedral, el legislativo y el teatro Tomás Terry. Este último estaba siendo renovado pero pudimos entrar a mirar el bellísimo auditorio. La comarca de Cienfuegos era la zona de cultivo de caña de azucar y de allí la riqueza de la construcción colonial. Nos detuvimos luego junto a un magnífico edificio que había sido en época de Batista el club náutico, reservado para personas blancas y pudientes. Desde luego estaba abierto ahora para todo el mundo y allí nos sirvieron el almuerzo en un salón pegado a las cristalinas aguas color esmeralda del mar Caribe.
Otra perla era la ciudad de Trinidad que visitamos a continuación y que nos hizo recordar de inmediato a Colonia. El centro histórico de un kilómetro cuadrado estaba cerrado al tránsito y después de llevarnos caminando a un bar a tomar un coctail de una bebida a base de caña y miel con aguardiente, y donde estaba la infaltable banda musical a la gorra más el enrollador de habanos Nos dieron un rato libre para pasear por sus calles empedradas.
El punto final del recorrido era los Topes de Collanes en la montaña, a unos 800 metros de altura. Era una carretera muy sinuosa y empinada que estaba en buen estado y que ofrecía vistas muy bonitas de la tupida selva. Así arribamos a destino y nos alojamos en el enorme hotel Los Helechos junto con una cantidad de grupos de otros ómnibus. Ya se acercaba la puesta del sol y poco después de nuestra llegada abrió el comedor para la cena en un edificio contiguo. El hotel contaba con zona wi-fi y asi nos enteramos que Ana Luisa necesitaba la foto de nuestros pasaportes y del voucher para hacer los trámites de devolución del dinero de la excursión cancelada del sábado anterior, lo que logramos enviar.
Lunes 15. A las siete y cuarto abría el comedor para desayunar y las instrucciones eran que una hora después teníamos que estar listos para hacer un paseo por la montaña. Todos cumplimos al pie de la letra, y a esa hora nos subieron a la caja con asientos de lata de un camión ruso camuflado de los años setenta que nos llevó unos cuantos kilómetros por una carretera en pobre estado y con pronunciadas pendientes en subida y bajada hasta el parque Guanayara.
El camión os dejó junto con un guía local en el punto de inicio de un sendero de cuatro kilómetros de longitud, llamado Centinelas del Rio Melodioso e iniciamos la caminata por la selva. El guía dominaba también el inglés y el francés, además de ser muy conocedor de la fauna y la flora cubana. Nos tranquilizó con el dato que las serpientes cubanas no eran venenosas. Era zona de cafetales, que estaban plantados en claros de la selva. Tuvimos que cruzar cantidad de arroyos por puentes construidos con troncos tallados y barandillas de madera, pasar por una cascada con una laguna donde hicimos una parada y algunos se bañaron, y continuar orillando el arroyo hasta llegar a la posada "La Gallega" en un idílico paraje, donde nos esperaban con un trago de bienvenida y el almuerzo.
Pensamos que regresaríamos por la misma picada pero allí estaban los camiones para llevarnos de regreso al hotel. El camión llevaba también gente local a modo de colectivo, y paramos en un kiosquito cooperativo del camino donde compramos algo muy similar al mantecol y una barra de dulce de guayaba, parecido al membrillo.
En el hotel nos esperaba nuestra combi y así emprendimos el regreso a La Habana, a 300 km de distancia. En el sinuoso tramo de bajada de la montaña paramos en un mirador desde el cual se podían ver los picos de los cerros que nos rodeaban además de la llanura que se extendía hacia el sur hasta el mar Caribe. Nos pudimos bajar fuera del hotel Panamericano, muy cerca de lo de Ana Luisa, y allí negociamos el traslado hasta la casa con un destartalado taxi Fiat 1500. Por segunda vez fuimos esa noche a cenar al restaurante Ajiato del barrio.
Martes 16: debido a las intensas temperaturas y el trajín de los días anteriores nos quedamos en la casa de Ana Luisa hasta la tarde, cuando comenzó a aplacar un poco el calor, antes de ir a la Habana a caminar por el malecón y observar diversas obras de arte que formaban parte de la Bienal. Cuando ya se había puesto el sol caminamos por las calles menos turísticas de la Habana vieja donde vivía la gente común hacinada en decrépitas viviendas al estilo de los conventillos de la Boca y San Telmo. Siendo una noche muy cálida, mucha gente prefería estar afuera. Nuestra caminata fue bien larga, de hecho varios kilómetros, y llegamos a una zona donde había cantidad de restaurantes de moda, la mayoría llenos. Finalmente dimos con uno donde había lugar y después de subir la interminable escalera de una antigua vivienda llegamos al bullicioso salón, donde no era facil hacerse entender por el volumen de la música. No era barato, pero comimos muy bien y de paso pudimos comprobar que además de turistas había en la sociedad cubana una clase pudiente que no parecía sufrir carencias.
Miercoles 17: Nuestro tour a Varadero no nos obligaba esta vez a madrugar. Ismael pasó a buscarnos a la mañana y nos dejó poco antes de las diez en la Villa Panamericana, hora prevista para que nos pasara a recoger el ómnibus. Había bastante gente esperando, y eran varios los ómnibus. No había modo de equivocarse pues cada uno de ellos tenía un guía con la lista de pasajeros. El nuestro llegó cerca de las once y pidieron disculpas alegando que les había llevado tiempo buscar pasajeros en diversos hoteles. Así partimos hacia Varadero, que quedaba en la costa norte y a unos 130 km hacia el este de La Habana.
Costeando en parte el mar nos detuvimos a medio camino en el Mirador de Bacunayagua a tomar fotos e ir al baño, y aprovechamos para pedir una piña colada bien fría que servían dentro de un ananá ahuecado.
Pasamos luego la localidad de Matanzas con sus tres antiguos puentes y llegamos a Varadero, una localidad ubicada sobre una estrecha y larga península de unos 17 km de longitud, que aparte de sus viviendas contaba con algo asi como cincuenta hoteles. Habíamos contratado el hotel Barlovento, que no admitía niños, y que era uno de los primeros de la península. Era muy grande pero se extendía por un enorme terreno con edificios de solo dos pisos con mucha vegetación tropical y dos grandes piletas de agua dulce. El "all inclusive" le hacía honor a su nombre, ya que después del check-in dejamos todo en la habitación y fuimos al restaurante tipo buffet a almorzar, con bebida libre también. Nos dieron toallas playeras, y como tenía playa propia cruzamos las instalaciones hasta llegar a una pasarela que desembocaba en la más espectacular linea de costa que había visto, con mar color esmeralda profundo. Para sombra había sombrillas de madera con techo de hojas de palmera y abundaban las reposeras de modo que nos acomodamos y nos fuimos a bañar al calido y transparente mar, tan salado que nos hacía picar mucho los ojos. No había olas grandes pero asi y todo quedamos bien cansados. Luego nos quedamos un rato en una de las pulcras piletas de agua dulce, y antes de cenar salimos a desafiar el calor y caminar unas pocas cuadras por la avenida central hasta un gran mercado artesanal. Después de la cena había un show "romántico" y armados de sendos tragos del bar, sin costo, nos sentamos a mirar a un grupo de bailarines que actuaron con mucha profesionalidad. El jueves amanecimos a un nuevo día muy lindo, soleado y caluroso. Teníamos que entregar la habitación a las doce por lo que tratamos de desayunar temprano para dar otra vuelta por la playa. Allí vimos que todas las reposeras tenían ya toallas, pero rapidamente descubrimos también que un pícaro lo hacía para aparentar que estaban ocupadas y nos ofreció la que quisiéramos con la esperanza de recibir alguna moneda, versión cubana del "trapito".
De regreso a la habitación nos encontramos con que no había agua debido a una reparación, pero nos dieron el tiempo necesario hasta que volviera el agua. Cuando entregamos la llave descubrimos que seguiamos teniendo acceso a todas las facilidades, excepto la habitación, hasta la hora en que nos iba a recoger el ómnibus, a las cuatro de la tarde. Aprovechamos entonces para almorzar en el restaurante y luego dimos otra vuelta por el mercado artesanal donde Alicia me regaló una carterita de cuero muy linda. El calor nos terminó acobardando y regresamos al hotel a esperar el transporte, y como eramos casi los últimos en ser recogidos apareció recién a las cinco de la tarde. Para nuestra sorpresa, la guía era la misma que nos había acompañado en la primer excursión a Viñales. Siendo el 18 de abril cumplía años Ana Luisa por la que a nuestro regreso le regalamos un juego de aros, pulsera y collar comprados en Varadero y la invitamos a cenar al restaurante Ajiato.
Viernes 19: Durante nuestras ausencias Ana Luisa había hecho gestiones para la devolución del dinero pagado por la excursión cancelada, y el viernes teníamos que ir a las oficinas de Cubatour en el hotel Habana Libre a hacer el trámite. Amenazaba lluvia y efectivamente comenzó a gotear cuando salimos de la casa por la mañana, pero no pasó de allí. Con un omnibus atestado de gente fuimos hasta el barrio del Vedado, donde se encontraba el hotel, y recuperamos finalmente el dinero. Mientras mi catarro estaba finalmente en vías de extinción, Alicia comenzó a tener sintomas de gripe.
Aparentemente estaba afectando a mucha gente y no era de extrañar que fuera posible contagiarse de algo en el constante hacinamiento. Asi y todo continuamos el paseo tomando nuevamente una de los triciclos a motor que nos llevó por el malecón hasta la hermosa plaza de la Catedral con los edificios que la rodeaban ya en su mayoría restaurados. Como parte de la bienal había exposiciones y talleres de arte muy interesantes para visitar. Almorzamos también en las cercanías de la plaza para continuar luego con las exposiciones, y antes del regreso tomamos unos tragos en el bar y restaurante La Vitrola, sobre la Plaza Vieja, con excelente atención. No faltó la banda tocando a la gorra, cosa habitual en Cuba donde hasta en los omnibus urbanos atronaban con la música. Loa tres estábamos ya bastante agotados, especialmente Alicia que se fue derecho a la cama en cuanto llegamos de regreso a la casa.
Sábado 20: Era el día en que teníamos programado ir al teatro. La gripe de Alicia estaba en pleno desarrollo y además tenía mucha tos por lo que decidió no levantarse a la mañana para tener fuerzas a la noche. Ana Luisa salió a aprovisionarse con la invalorable ayuda de Ismael y su vehículo, ya que eran las compras del mes y para ello tenía que recorrer una gran cantidad de mercados tratando de encontrar lo que buscaba. El esquema centralizado cubano de distribución de productos era muy complejo y nunca se sabía que había y qué no había.
De allí que parecía florecer también el mercado informal en el que particulares se hacían de una u otra manera de mercadería para revenderla. Además seguía existiendo la cartilla de racionamiento que garantizaba a cada persona una cantidad mensual de productos básicos, aunque no siempre fuera suficiente. Desde luego que este complicado sistema corría el riesgo de dar lugar al amiguismo y la corrupción. Ana Luisa regresó después de un par de horas de ausencia con lo que había encontrado, y me soprendió ver que pocos de los productos eran de origen cubano. Habia desde mermeladas chilenas a queso fresco danés, además de dentífrico, pasta, salsa de tomates y hasta papel de cocina italianos. La miel y el aceite de soya eran de origen local. Parecía que además del turismo, la principal fuente de divisas seguía siendo el ron y los habanos. Pasamos una tarde tranquila en la casa y recién salimos pasadas las siete con un taxi ruinoso que más parecía un bólido, y ni hablar de cinturones de seguridad, que solo habíamos encontrado en los ómnibus de turismo.
Nos dejó a un par de cuadras del teatro para evitar la posibilidad de que lo multaran ya que al igual que Ismael su taxi era trucho. Las últimas entradas que habíamos conseguido nos sentaban practicamente frente a la fosa de la orquesta, que no era la mejor ubicación, pero Ana Luisa hizo una mágica negociación con la acomodadora y subitamente nos encontramos sentados en el medio del teatro. Mejor quedarse callado y no preguntar...La función fue magnífica con fragmentos de diversos compositores clásicos y contemporáneos, excelente coreografía y muy buenos bailarines. Fueron dos horas de puro deleite. Alicia había tomado paracetamol y tenía pastillas para la tos de modo que logró mantener a raya su gripe, ya que contra mis recomendaciones no tuvo la menor intención de perderse la función.
Domingo 21: Dado que Alicia se sentía aun bastante mal, no estaba en condiciones de salir el domingo. Para estar seguros y tener un diagnóstico, Ana Luisa llamó a un doctor amigo que en ese momento estaba pescando en el malecón pero que igual vino al rato a revisarla y confirmó que tenía gripe. Dijo que con medicamentos se curaría en siete días y sin ellos en una semana, por lo que solo le recetó Dipirona que se suponía que iba a aliviar los síntomas. Opinó que el martes ya se sentiría mejor para emprender el viaje de regreso a Suecia. En cuanto a los honorarios se negó rotundamente a cobrarnos. Pasamos el resto del día en la casa y a la sombra del patio y solo hice una salida a la zona wi-fi del malecón para conectarme a internet y entre otras cosas avisar a Magela que no vinieran a recogernos en Malmö para evitar contagios, especialmente en los niños.
Lunes 22: Nuestro último día completo en Cuba, y como Alicia se sentía mejor llamamos a Ismael para que nos llevara a la plaza central de La Habana donde pensábamos hacer el tour en el bus turístico junto con Ana Luisa. Nuevamente con un día de mucho sol dimos una vuelta de casi dos horas por distintos barrios y lugares icónicos, aunque muy poco explicaba la guia por unos parlantes de mala calidad. De regreso en la plaza central cruzamos hasta el hotel Inglaterra para hacer un almuerzo liviano, y luego volvimos a subirnos al bus para ir hasta al gigantesco mercado de artesanos en la zona portuaria, lleno de puestos con todo tipo de artesanías, pinturas y recuerdos que no entendía bien cómo podían sobrevivir ya que muchos turistas no había. Aun podríamos haber continuado días recorriendo La Habana, pero por esta vez pusimos fin a la visita y regresamos a la casa para comenzar a empacar. Ana Luisa llamó al restaurante Ajiato para reservar lugar para una cena de despedida, y a Margarito lo apalabramos para que nos recogiera el martes a las cuatro y media de la mañana. Cuando aplacó un poco el calor bajé al malecón a hacer una última conexión de internet para ver si había algún cambio en nuestro vuelo, que no lo había. Al regreso a la casa me encontré con que Alicia estaba con náuseas y cancelamos la cena en el restaurante. Mientras Ana Luisa preparaba una cena para ella y para mi armamos las maletas y llegamos justo a los 23 kilogramos permitidos. Yo comencé a sentir los mismos síntomas de gripe que tenía Alicia, con mucha tos, y me desperté innumerables veces esa corta noche. Las fotos que elegí publicar muestran dos vistas del Malecón, el adusto edificio de la embajada rusa, la plaza de la revolución, el hotel Habana Libre, la Universidad, nuestra alegría, dos vistas del centro y el imponente edificio del congreso.
Martes 23: Nos levantamos poco antes de la cuatro de la mañana y media hora más tarde cargamos nuestro equipaje en el Chevrolet modelo 1955 de Margarito, despidiendonos de Ana Luisa y partiendo hacia el aeropuerto. Poco le quedaba a su veterano automovil de lo que había salido de fábrica ya que tenía otro motor, frenos a disco, dirección hidráulica, levantavidrios eléctricos y aire acondicionado, entre otras cosas. Los tramites de embarco en el aeropuerto fueron muy rápidos y sin espera, y siguiendo las reglas cambiamos por euros los pocos CUC que nos quedaban y que no tenían ningún valor fuera de Cuba. Bastante deplorables eran los baños y bien triste era la terminal de embarco en general. Con toda puntualidad despegó el vuelo de Air Canada a las siete de la mañana justo cuando salía el sol en el horizonte. De Cuba nos llevamos ambos una monumental gripe, el recuerdo de su buena comida, de sus bonitos paisajes y el de todas las personas que habíamos conocido y con quienes habíamos compartido experiencias. Nos quedó la sensación de que los ideales socialistas de la revolución habían quedado reducidos a meros slogans vacios, con militares aferrados al poder y crecientes diferencias sociales en una sociedad que se suponía igualitaria. Eso si, era admirable que en un continente tan propenso al delito callejero, ese flagelo fuera casi inexistente en la isla. Una cualidad invalorable, lo mismo que la ausencia de analfabetismo y de desnutrición infantil. Desde luego que a falta de una prensa independiente teníamos que aceptar como cierto lo que nos contaban. A causa de nuestras gripes desistimos del plan original de hacer una paseo a la ciudad de Toronto durante las siete horas de espera, y por otra parte era un día gris y lluvioso poco apropiado para hacer turismo.