28 de Junio 2018
Lisboa y Sintra, 28 de junio.
Con buen margen y siempre desconfiando de los trenes, tomamos un taxi a la estación del Triángulo poco después del mediodía, llegando sin incidentes al aeropuerto de Copenhagen. Nuestro vuelo a Lisboa con Norwegian demoró mucho en aparecer en pantalla, y efectivamente partimos con cierto atraso que en parte recuperamos en el viaje. Habíamos reservado un hotel en el barrio Principe Real, no muy lejos del centro, y decidimos tomar un taxi hasta allí. De hecho, el hotel se llamaba también Principe Real y era una casa antigua muy bien remodelada. Nos recibieron con mucha amabilidad y se empeñaron en subir nuestras valijas hasta el segundo piso por la antigua escalera. Estaba cayendo ya la noche y después de acomodarnos preguntamos por restaurantes en la zona. De inmediato nos acompañó el encargado un par de cuadras para mostrarnos los que nos recomendaba, y elegimos el restaurante Tascardoso, una fonda muy concurrida donde tras un rato de espera nos acomodaron en una pequeña mesa y disfrutamos de un buen pescado y vino. Aun dimos una vuelta por el pintoresco barrio, situado en lo alto de una de las tantas colinas de la ciudad y buen ejercicio para las piernas. El día 29 vimos desde nuestro balcón un amanecer bastante gris. Bajamos a desayunar y nos encontramos con la peculariedad de que el salón comedor tenía una sola mesa grande ovalada para ocho personas de modo que entablamos conversación con una simpática pareja norteamericana. Luego recibimos una muy detallada información sobre Lisboa del encargado y provistos del mapa partimos de exploración hacia el centro. La ciudad nos conquistó de inmediato con su encanto, a pesar de sus muchos edificios pidiendo mantenimiento y un vago olor a aguas servidas. El arte del graffiti estaba muy extendido y algunos eran de maravilla. Bajando por la avenida Don Pedro V pasamos por una plaza con puestos de venta de comida y de artesanías, y un mirador hacia la Alfama, el barrio más antiguo de Lisboa ubicado sobre otra colina y con un fuerte en la cima. Pegado al mirador encontramos la calzada Da Gloria, un pasaje de mucha pendiente que terminaba en la plaza Restauradores. En ese pasaje había un antiquísimo vagón elevador pago para quién no quisiera hacerlo a pie. Nos acobardó el precio y bajamos caminando a comprar billetes para el ómnibus turístico, para poder hacernos de un panorama más completo de la ciudad. El recorrido del bus era muy grande y pasaba incluso por el barrio de Belem ya en la desembocadura del río Tajo. Allí nos bajamos y comenzamos por hacer un almuerzo liviano antes de ir a ver la icónica Torre de Belem. Comenzó la lluvia y en un providencial puesto de venta de recuerdos pudimos hacernos de un paraguas para continuar la vuelta subiendo nuevamente al bus turístico, que pasaba cada cuarto de hora. Resultó que el billete del bus incluía el elevador de modo que subimos la cuesta con él para hacer un descanso en el hotel. Ya de noche, y sin lluvia, regresamos a pie al centro buscando donde comer y finalmente nos decidimos por uno de los tantos restaurantes que colmaban la Calzada del Duque, un pasaje con escalones cercano a la estación de tren de Rossio. En la plaza del mirador había música y baile, y en un puesto pedimos sendas sangrías de excelente sabor. Asi llegamos al 30, día de mi cumpleaños. Esta vez nos encontramos con una pareja sueca y con otra de un escocés con una chica de Nueva Zelandia en el desayuno. El billete del bus turístico tenía una validez de 24 horas y ya con mucho mejor tiempo bajamos a tomarlo para bajarnos al pasar por la espectacular basílica Da Estrela, que nos había impactado al verla el día anterior desde el bus. Por una módica suma era posible subir por una escalera en espiral al techo de la basílica y entrar a la gigantesca cúpula redonda también. Observar el altar desde esa altura no dejó de causarme un cierto vértigo. En el hotel nos habían dicho que el tranvía 28 pasaba por la basílica y terminaba en el barrio de la Alfama, pasando por la mayoría de las colinas de Lisboa. Como también estaba incluido en el billete del bus nos subimos al antiguo vagón, ya atestado de gente, e hicimos todo el trayecto por angostas calles en subida y bajada y tomando curvas que solo ese pequeño vagón era capaz de doblar. Llegamos a las puertas del fuerte pero no entramos, prefiriendo recorrer el hermoso barrio, y nos sentamos a almorzar en un restaurante donde vimos de paso la eliminación del equipo argentino de futbol. Luego hicimos a pie el largo recorrido al hotel donde vimos el avance de Uruguay. Alicia me había invitado a cenar y para ello regresamos a la Calzada del Duque donde habíamos descubierto el Bar Buenos Aires. Los bifes que pedimos eran supuestamente importados de Argentina y resultaron sabrosos. habíamos comprado un vino espumante que tomamos a la noche en el balcón de la habitación. El 1 de julio era el día del cumpleaños de Viktoria y también nuestro último día de estadía en Lisboa y decidimos ir a visitar Sintra, muy conocida por su paisaje, por sus numerosos castillos y palacios, y por su histórico pasado. Se iba en tren desde la antigua estación de Rossio, declarada de interés nacional, y como tuvimos que esperar bastante antes de la partida aprovechamos para admirar los azulejos de pared decorativos representando diversas escenas históricas. El trayecto a Sintra fue de una hora y ya en la estación caimos en manos de los organizadores de excursiones, optando por un bus turístico que ofrecía dos circuitos, uno corto y uno largo. Comenzamos con el corto, desde el cual vimos el castillo de los Moros, el Palacio Nacional y otras construcciones fantásticas que databan del siglo 10, todo en un entorno de montaña muy pintoresco. Luego hicimos el circuito largo, que llegaba hasta el cabo Roca sobre el Atlántico. De regreso en la ciudad almorzamos en un restaurante del casco histórico y paseamos por sus calles antes de regresar a la estación. Dada la hora llegamos a la conclusión que Sintra merecía otra visita más larga para poder conocer algunos de sus castillos y pasear por la zona. Esa noche hicimos una picada en el hotel y nos preparamos para la partida del día siguiente a Oporto.
Oporto y rio Duero, 2 de julio.
Oporto se encuentra sobre la costa atlántica a unos 300 km al norte de Lisboa y pensábamos hacer la travesía en tren. Después del desayuno del 2 de julio dejamos nuestro hotel y nos trasladamos en taxi a la estación Santa Apolonia sobre la ribera del rio Tajo. Nos despedimos de Lisboa con cierta pena y muchas ganas de volver, y partimos con asombrosa puntualidad en un confortable tren que menos de cuatro horas más tarde cruzó el río Duero (Douro en portugués) y nos dejó en la estación Campanha. Allí tomamos otro taxi hasta nuestro alojamiento que llevaba el peculiar nombre de Charming House Marqués. Si bien nos convidaron con una copa de vino oporto como bienvenida, nos recibieron de manera muy formal y poco "charming" exigiendo además el pago total de la estadía antes de dar un paso más. Era una antigua construcción muy bien arreglada y nos dieron una habitación en planta baja con patio propio. Quisimos aprovechar el resto del día por lo que salimos a explorar la ciudad histórica para lo cual había que bajar desde la colina en la que nos encontrábamos, aproximandonos al rio. La primer impresión no fue de las mejores pues inevitablemente la comparamos con Lisboa, pero nos gustó el casco histórico en la zona cercana al Duero. En la ribera opuesta se veía la ciudad de Vila Nova do Gaia, muy conocida por ser allí donde en sus origenes se debía producir el vino oporto para que fuera considerado legítimo. De hecho podíamos ver los carteles de publicidad de las más conocidas marcas desde nuestra orilla, carteles que se iluminaban de noche. Había varios puentes conectando las orillas, uno de ellos de hierro de dos pisos y muy antiguo, y por su parte superior cruzamos a pie a Gaia quedando a considerable altura sobre el rio. Vimos que en la cabecera del puente había un funicular que bajaba hasta la costanera y lo tomamos para retornar caminando por la ribera y regresando a la otra orilla por la parte inferior del puente. En la costanera abundaban los restaurantes y bares, y encontramos uno donde pedimos tapas y tomamos una buena sangría. La ciudad tenía una red de subterraneos y una linea nos llevaba desde el centro a la plaza del Marques de Pombal, contigua al hotel, ahorrandonos la subida. Sin embargo fracasó nuestro intento de comprar billetes en el automático porque se había quedado sin papel, según nos explicaron. Entonces tomamos un taxi, que no nos salió mucho más caro. Al día siguiente tuvimos que madrugar pues ibamos a hacer una excursión que era el regalo sorpresa que me había hecho Alicia. No hubo posibilidad de tomar desayuno en el hotel, que recién comenzaba a las nueve, y bajamos caminando hasta la estación de tren Sao Bento en el centro donde antes de las ocho nos unimos a otros turistas que participarían de la excursión. Nos recibió un guia que repartió sendos pasajes de tren para ir hasta Régua, una ciudad que quedaba rio arriba a la orilla del Duero. Ese viaje duró unas dos horas ya que el tren paraba en inumerables estaciones intermedias, y cuando llegamos a destino nos informó el guia que se veian obligados a cambiar de plan. Originalmente regresaríamos a Oporto en lancha pero resultó que una exclusa a medio camino estaba fuera de funcionamiento, y por lo tanto ibamos a navegar río arriba hasta la localidad de Pinhao y regresar a Régua con la misma lancha. El cambio de plan nos favoreció porque asi pudimos apreciar el fantástico espectáculo de las plantaciones de vid en terrazas en las laderas de los elevados cerros a ambas orillas del río, en la zona llamada Alto Duero. A poco de zarpar nos invitaron con la consabida copa de oporto y enseguida llegamos a un embalse con una exclusa que elevó la lancha unos diez metros hasta el nivel superior. Completado el procedimiento nos pusimos nuevamente en marcha y nos sirvieron un excelente almuerzo rociado con vino del Duero. Era un día hermoso de mucho sol, y no por casualidad habíamos encontrado varios vendedores de sombreros en el muelle de Régua. Nosotros fuimos desde luego dos de sus clientes. Pasó la tarde en la travesía, y ya de regreso en el punto de partida nos volvieron a dar pasajes para el tren de vuelta a Oporto. Fue un magnífico regalo que me hizo Alicia y pensamos que una visita a Oporto no era completa si no se hacía una excursión de ese tipo. Esta vez tuvimos éxito con la compra de billetes de subte, y ya en nuestro barrio compramos sushi en un restaurante cercano del que dimos cuenta en nuestro patio del hotel. El 4 de julio era nuestro último día en Oporto y decidimos hacer el tour turístico en bus comenzando por el paseo corto por la ciudad y luego de un sencillo almuerzo en una fonda el paseo largo que llegaba hasta el océano. Había playa y gente bañandose también. La rambla era muy bonita y contaba con muchos edificios históricos, la mayoría relacionados con la producción y exportación del vino oporto que era una de las industrias más importantes de la región. Aun nos dió tiempo para caminar un poco por la ciudad, comprar el obligado vino oporto y enterarnos de su proceso de fabricación. El vino oporto había sido exportado en vastas cantidades a Inglaterra para abastecer la insaciable demanda de esa bebida. A la noche pedimos queso, jamón y sangría en uno de los bares de la muy concurrida rambla de la ciudad histórica. Ya habíamos caminado mucho por lo que nuevamente tomamos el subte de regreso al hotel.
Guimaraes, 5 de julio.
Nuestro siguiente destino era Guimaraes, a escasos 50 km al noreste de Oporto. Teníamos interés en conocer esta ciudad dado su significado histórico pues se consideraba la cuna del nacimiento de la identidad portuguesa y era patrimonio de la humanidad desde el año 2001. Se cree que allí nació Afonso Henriques, primer rey de Portugal, alrededor del año 1100. Había buena conexión de trenes entre Oporto y Guimaraes, que partían de la estación San Bento. El tren se detuvo en muchas estaciones intermedias durante el trayecto y vimos cantidad de plantación de vid entre pueblo y pueblo. Con toda puntualidad entramos a Guimaraes, que era la estación temrinal y esta vez solo tuvimos que cruzar la calle para llegar al hotel Dom Joao IV, sin mayores pretensiones y de módico precio, pero cómodo y limpio. Era aun temprano para ocupar la habitación asi que dejamos las valijas y salimos a explorar. Estábamos a poca distancia a pie del centro histórico y hacia allá nos dirigimos. Estaba amurallado en partes y cobijaba viviendas muy cuidadas con serpenteantes callejuelas medievales, además de edificios históricos de diversa indole. Dimos con una plaza donde había varios bares y restaurantes, y elegimos uno que tenía mesas en la calle para comer sendas ensaladas y tomar más sangría. Era importante asegurarse del transporte a la ciudad de Chaves, que era nuestro siguiente destino. No había via ferrea pero si omnibus, por lo que fuimos a la terminal de buses de la ciudad y compramos pasajes para el día 7 a las 14:40. También fuimos a una lavandería y dejamos ropa para lavar que podríamos recoger al día siguiente. A la noche incursionamos nuevamente por el centro histórico y encontramos el restaurante "Histórico" donde iba a haber un recital de Fado, la tradicional música portuguesa que Alicia estaba muy interesada en escuchar. Nos sentamos a cenar en el patio y escuchamos un largo recital con una buena cantante acompañada de acordeón y bajo. Una de las atracciones principales de Guimaraes era el palacio de los duques de Braganza, construido en el siglo XV, posteriormente abandonando y finalmente reconstruido con todo esplendor. Se encontraba en la parte norte de la ciudad histórica, y el viernes 6 decidimos ir a visitarlo. Nis llevó tiempo recorrer su interior, convertido en museo y con infinidad de magníficos objetos en exhibición. A poca distancia se encontraba el castillo de Guimaraes, una fortaleza medieval con muro almenado y una torre en su centro, construida en el siglo XI. Algunos historiadores afirmaban que allí había nacido el rey Afonso Henriques, y dentro de la torre nos encontramos con una muy didáctica descripción de aquellos turbulentos tiempos de disputas e intrigas entre los señores feudales junto con la forma en que se detuvo y rechazó la invasión de los moros. Retornando al centro histórico comimos nuevamente en la plaza mientras mirábamos en una pantalla el primer tiempo del partido de Uruguay contra Francia. Dimos por descontado que iba a ganar Francia y preferimos ir a explorar la cima del cercano cerro Penha, al que se podía subir con un funicular. Desde la base se veia una construcción similar a una torre y cuando llegamos hasta allí encontramos una gran iglesia que era el santuario de Nuestra Señora de Penha. Demás decir que desde allí teníamos una magnífica vista de la ciudad de Guimaraes y sus alrededores. El cerro era muy boscoso y con piedras gigantescas, y había diversos senderos para pasear por el parque además de restaurantes y kioskos de venta de recuerdos. Era mucho más que lo que nos habíamos imaginado y fue una suerte que nos decidieramos a subir. Podríamos haber descendido a pie pero ya estábamos bastante cansados y además teníamos que retirar nuestra ropa, que dejamos en el hotel antes de ir nuevamente al centro histórico a cenar. Esta vez lo hicimos en el restaurante "Santiago" donde nos sirvieron un riquísimo salmón. Antes de la partida a Chaves del sábado desayunamos y dejamos preparadas las valijas para dar una última vuelta por el tan pintoresco centro histórico de la ciudad.
Chaves, 7 de julio.
No había omnibus directo a Chaves y teníamos que hacer cambio con la misma compañia Rodonorte en Vila Real. Si bien partimos puntualmente de Guimaraes hicimos una larga parada en un pueblo esperando la llegada de pasajeros de otro micro, por lo que inevitablemente perderíamos la conexión. Sin embargo nos tranquilizó el conductor pues dijo que continuaríamos con el mismo vehículo hasta Chaves. Asi llegamos bien a destino después de un recorrido de unos 150 km por excelentes carreteras, y como parecía imposible conseguir un taxi hicimos a pie con las valijas las siete cuadras cuesta abajo que nos separaban del Hotel Katia. Dos atractivos importantes de Chaves eran el antiguo puente romano sobre el río Támega y las termas. Era una ciudad bastante pequeña y nuestro acogedor hotel estaba a un paso del puente y a otro de las instalaciones termales. Del centro histórico quedaba aun parte del muro y una antigua fortaleza y palacio. Aprovechamos el resto del día para dar una vuelta por el puente romano y el centro histórico dando finalmente con una bodega que contaba con mesas en la vereda y una de ellas libre para cenar. Karin nos avisó que había llegado a Miramar y había encontrado la casa y el auto en orden. Cerca del puente había esa noche un concierto con un cantante popular y aunque desistimos de ir escuchamos más tarde mucho escándalo juvenil en la calle desde nuestra habitación. Había comenzado a hacer bastante calor, lo que notamos cuando salimos a la calle al día siguiente después de un buen desayuno en el hotel. Caminamos hasta la zona del complejo de aguas termales de la ciudad, donde dimos primero con una fuente abierta donde salía el agua termal desde un caño a su temperatura de 73 grados. Contiguo a la fuente había un amplio pabellón circular cubierto con sillas dispuestas en semicírculo y un mostrador donde ofrecían vasos con esa misma agua en forma gratuita. Tenia un leve sabor a aguas estancadas, seguramente por su composición de sales, pero no era desagradable. Luego fuimos a hacer averiguaciones al complejo y nos dieron información sobre los diversos tratamientos disponibles. Era posible también hacer una simple inmersión en la pileta y quedamos en probar al día siguiente ya que por ser domingo no estaba habilitada. Ese día anunciaban un espectáculo audiovisual que iba a tener lugar a orillas del río donde lo cruzaba el puente romano de piedra. En un paseo que hicimos al mediodía al parque del castillo de Chaves se nos acercó un fulano que nos explicó el porqué del espectáculo de la noche. Resultó ser un monarquista empecinado que lamentaba profundamente la abolición de la monarquía en Portugal el año 1910. Dos años más tarde, un 8 de julio, tropas monárquicas venidas de España intentaron tomar por asalto a Chaves, siendo repelidas con pérdida de vidas de ambos bandos. Si bien la fiesta de la noche era una celebración del triunfo de la república, para este hombre no había razón para festejo cuando el hecho había enfrentado a familias del pueblo. Finalmente logramos deshacernos de él y continuamos nuestro paseo por la ciudad. En el centro había una construcción moderna que albergaba las ruinas de las termas construidas por los romanos, pero lamentablemente estaba cerrado por arreglos. Para la cena encontramos un pequeño restaurante familiar contiguo a nuestro hotel, muy económico y con excelente comida. Había que esperar hasta las once de la noche, hora en que comenzaba el espectáculo, y de a poco se fue juntando gente quedando finalmente colmadas ambas orillas del rio. Nosotros conseguimos ubicarnos en un lugar desde donde pudimos apreciar bastante bien el show de luces, música y acrobacia muy logrado. El puente era la estrella principal a la que proyectaron un hermoso juego de luces. La multitud se dispersó luego en orden y esa noche no hubo escándalo frente al hotel. El lunes de mañana nos abocamos a la tarea de buscar pasajes para el cruce del día siguiente a Zamora en España, lo que resultó más dificil de lo esperado. Fuimos primero a la terminal de ómnibus, pero ninguna de las empresas cubría ese trayecto. Nos dieron el dato de otra agencia donde encontraron una combinación pero ya sin asientos disponibles. En las oficinas de la empresa Rodonorte tampoco hubo suerte pero nos dieron la dirección de otra agencia en los suburbios de la ciudad, que por suerte no era muy lejos. Allí nos atendió una empleada muy servicial, quien aun con el "sistema" caido se puso a llamar por teléfono y dió con una empresa de omnibus que tenía servicio de Oporto a Francia pasando por Vila Real y Zamora. Conseguimos pasajes para las once de la mañana en Vila Real y a falta de "sistema" nos dió un papel escrito a mano como comprobante de pago y con todos los detalles necesarios. Con esto resuelto regresamos a las oficinas de Rodonorte y compramos pasajes hasta Vila Real para la mañana siguiente. Fue un alivio haber resuelto este tema ya que teníamos reservado el hotel en Zamora. A la tardecita fuimos al complejo termal y después de pasar el examen del enfermero nos condujeron hasta la zona de las piletas donde nos dieron impecables batas y toallas para hacer una sesión de media hora en la pileta. No era muy grande pero estábamos solos, y con una agradable temperatura del agua de 37 grados aprovechamos a pleno las bondades del agua termal. Siendo lunes el pueblo había quedado casi desierto, y muchos restaurantes estaban cerrados. Encontramos uno abierto que estaba pegado al puente romano y decidimos probar el bacalao tan popular en Portugal. No estaba mal pero tampoco fue uno de nuestros platos favoritos.
Zamora, 10 de julio.
Como nuestro omnibus partía de Chaves a las 08:50 fuimos los primeros en bajar a desayunar, un poco antes de la hora y ya con el equipaje listo. Esta vez el trayecto a la parada del ómnibus era cuesta arriba por lo que pedimos un taxi, y con el bus de Rodonorte hicimos el trayecto inverso al del día 7 hasta Vila Real llegando a la terminal con una hora de margen. Nos aseguraron que el ómnibus de IberoCoach proveniente de Oporto paraba en una plataforma del nivel superior de la terminal, aunque llegaron las once y continuaron pasando los minutos sin señales del vehículo. Con casi media hora de atraso llegó finalmente y presentando el papelito verificó uno de los conductores que efectivamente estábamos incluidos en la lista de pasajeros, con asientos asignados. El trayecto a Zamora era de 215 km, cruzando la frontera con España un poco más adelante de la ciudad de Braganza. Nuevamente tomamos magníficas autopistas y espectaculares viadúctos, y para nuestra sorpresa apareció el segundo conductor anunciando que pararíamos en Braganza a comer y repartiendo a todos sendos vales para el almuerzo. En Braganza hicimos todos los pasajeros en patota la caminata de tres cuadras a una fonda donde nos estaban esperando para servirnos entrada, principal y postre además de vino tinto canilla libre. Paga la companía, dijo el chofer en portugués, y lo entendimos a la perfección. Esto si que no lo esperábamos...Cruzamos luego la frontera sin ningún tipo de control y temprano por la tarde llegamos sin incidentes a Zamora. La terminal estaba afuera del casco histórico de la ciudad, y lejos de nuestro hotel que llevaba el nombre de Hostería Real de Zamora, por lo que aprovechamos para comprar en el momento los pasajes de omnibus a Gijón el día 12 antes de tomar un taxi al hotel. Este hotel era un edificio renacentista del siglo XVI construido sobre una casa judía después que estos fueran expulsados de España, conservaba aun el baño judio en su patio y estaba catalogado como monumento histórico. No era caro y era evidente que necesitaba un "lavado de cara", pero conservaba mucho de su esplendor y era muy acogedor. La ciudad de Zamora se encontraba a las orillas del ya familiar rio Duero, contando con un paseo costanero muy lindo. Ese día nos dió el tiempo aun para pasear por las sinuosas calles del centro histórico con sus subidas y sus bajadas, y en la plaza mayor elegimos uno de los tantos restaurantes con mesas a la calle para cenar. El miércoles 11 amaneció con torrencial lluvia y tormentas eléctricas. Habíamos visto que se ofrecía un paseo por la ciudad con un tren turístico, y cuando dejó de llover subimos hasta la plaza mayor a tomarlo. Era un vehículo disfrazado de locomotora que arrastraba dos vagones dando una vuelta de 45 minutos por la zona histórica con sus correspondientes explicaciones, y allí fuimos junto con unos pocos turistas más. Decidimos bajarnos al pasar por la afamada catedral, denominada "la perla del siglo XII". Era un esplendoroso edificio digno de una visita, y era depositario de incalculables tesoros junto con los expuestos en el museo contiguo. Con la entrada nos dieron un aparato con audífonos, algo imprescindible para enterarse de su historia. Cuando salimos de la catedral había pasado la tormenta y ya teníamos nuevamente mucho sol y calor por lo que pasamos por el hotel a dejar paraguas y ropa. Ya había vuelto el apetito y llegamos justo a un restaurante de la plaza mayor antes de que cerraran la cocina para comer un abundante almuerzo por muy módico precio. Nos quedaba aun por ver las Aceñas de Olivares, a poca distancia del hotel y sobre la misma orilla del rio (la palabra "aceña" provenía del vocablo árabe "as-saniya" que significa "lo que eleva"). Eran tres edificios construidos sobre el río Duero en el siglo X que albergaban tres tipos de maquinaria movida por fuerza hidráulica con ruedas de palas. Habían servido de molino harinero, martinete para trabajos de herrería, y mazo para compactar telas. Se podía entrar a los tres edificios y observar réplicas de las ingeniosas maquinarias originales, que habían tenido una gran influencia en la industria de la región. Era un hermoso atardecer y desde las Aceñas decidimos hacer una larga caminata por la orilla del rio, cruzando a la orilla opuesta por un puente de hierro y regresando luego por un puente de piedra de estilo romano. Esa noche vi en el hotel cómo quedaba eliminada Inglaterra del mundial de futbol.
Gijón y cordillera Cantábrica, 12 de julio.
Estábamos llegando al final de nuestro circuito terrestre ya que nos quedaba solo el trayecto a Gijón. Pedimos un taxi en el hotel para ir hasta la terminal de ómnibus y a las 10:50 dejamos la ciudad de Zamora en dirección a Gijón, 270 km al norte. Esta zona de Castilla y León era muy chata, con extensos sembradíos de granos. El paisaje cambió por completo al pasar la ciudad de León e internarnos en la cordillera del Cantábrico, donde comenzó el camino sinuoso con espectacular vista a las elevadas laderas boscosas con aldeas por doquier. Antes de las tres de la tarde llegamos a la terminal de Gijón y poco después nos estábamos instalando en la casa de Brenda y Pedro, donde ellos nos estaban esperando para almorzar. Más tarde dimos una vuelta a pie por la concurrida rambla y el puerto, y no dejamos de pasar frente a la confitería Punto Caramelo que era propiedad de unos argentinos y que tenía un éxito monumental con sus medialunas y sus alfajores de maizena entre otras delicias. A la noche hicimos una picada en la casa atacando los renombrados embutidos de Zalamanca que habíamos traido. Pedro tenía que trabajar el viernes en su farmacia pero tuvo la gentileza de cedernos el auto para hacer una salida con Brenda. A sugerencia de ella tomamos la ruta a Oviedo desviándonos luego a la derecha para entrar al cañadón del rio Trubia y estacionar en el pueblo de las Xanas. Nos habíamos internado en la cordillera cantábrica, y desde ese lugar arrancaba una picada cuesta arriba por un desfiladero. Allí nos encontramos con que el sendero estaba cerrado a causa de derrumbes provocados por el lluvioso invierno anterior, pero un operario nos sugirió continuar con el auto hasta el pueblo Pedroveya que era también el final del sendero de las Xanas y desde allí hacer el tramo del desfiladero aun habilitado. Asi lo hicimos, dejando el auto en el simpático poblado e internandonos en el fantástico desfiladero. La senda iba por el bosque, paralela al arroyo de las Xanas y pudimos llegar a un puente que lo cruzaba y desde donde estaba clausurado el sendero. Las Xanas eran seres mitológicos que según la creencia popular se presentaban como doncellas que vivían en el bosque. A pesar de no poder completar el sendero hicimos un hermoso paseo de montaña con Brenda. El dia había sido seminublado y a la noche llegó la lluvia a Gijón. Ai llegamos al sábado 14 de julio, día en que Brenda cumplía 60 años. Pedro se había tomado el día en la farmacia y después del desayuno partimos en dirección a los Picos de Europa en la cordillera cantábrica, que yo no conocía aun. Tomamos una ruta que costeaba hacia el este, hasta llegar al rio Sella, y por un camino que se internaba en la montaña continuamos hasta entrar en el estrecho desfiladero por donde corría el río. Fueron muchos kilómetros de sinuoso camino rodeados de elevados cerros, hasta llegar al puerto (paso) de Panderrueda, a unos 1400 metros de altura donde estacionamos para que Pedro nos guiara por un corto sendero al mirador de Piedrashitas. Nos había tocado un buen día de sol y desde este mirador la vista a los picos de más de 2500 metros de altura era espectacular. Como buen escalador, Pedro los conocía a todos. Continuando el paseo bajamos al valle siguiente y después de unos pocos kilómetros llegamos al pueblo de Valdeón donde encontramos un fonda que servía el muy económico menú del día con entrada, plato principal y postre, y que resultó excelente. Queríamos conocer aun la basílica de Covadonga, por lo que deshandamos buena parte del camino. Los picos de Europa comenzaron a desaparecer entre las nubes y Pedro pronosticó un desmejoramiento del tiempo tan cambiante de Asturias. Cuando llegamos a destino se había nublado por completo y amenazaba lluvia. La basílica era un monumental templo relativamente moderno, muy visitado por creyentes y turistas, y contiguo al mismo había una cueva en la montaña que albergaba la figura de la virgen María. Aparentemente El rey Alfonso III había atribuido a La virgen de Covadonga el milagro de haber provocado un derrumbe en la montaña que había diezmado al ejército arabe en la batalla de Covadonga del año 722. Sin embargo muchos historiadores afirmaban que todo era un mito, pues no había habido ni derrumbe ni batalla. De todos modos era un centro de peregrinación para los devotos y un atractivo turístico en una bellisima localidad. Teníamos cierto apuro en regresar a Gijón pues habíamos hecho reservas en un restaurante para celebrar el cumpleaños de Brenda con una cena. El lugar elegido estaba cerca del departamento y era también propiedad de argentinos, aunque luego nos enteramos que la carne provenía de Norteamérica. Aun nos quedaba un día más de estadía en Gijón y ese domingo hicimos una nueva excursión, esta vez a Arenas de Cabrales. Siendo Asturias, eran inevitables los caminos sinuosos de montaña muy pintorescos. De pasada paramos en el restaurante El Cerezo sobre la ruta para reservar mesa para el almuerzo, y luego continuamos por esta comarca muy conocida por sus quesos. En Arenas de Cabrales nos llevó Pedro a un negocio y bar donde vendían queso, aunque ninguno la convenció a Alicia para llevar. Al regreso, y antes de llegar al restaurante, Pedro paró en otro boliche de campo donde si compramos un par de quesos de la zona. El restaurante El Cerezo ofrecía también un muy buen menú del día, y al rato de sentarnos a comer comenzó una lluvia torrencial con tormenta eléctrica. Era el día en que se jugaba la final del campeonato de futbol, enfrentando a Francia y Croacia. Nosotros partimos del restaurante hacia la costa y llegamos a tiempo a la muy popular y pintoresca ciudad de Ribadesella para entrar a un bar a ver el partido y triunfo de Francia, mi favorito. Luego de regresar al departamento se largó un diluvio en Gijón con tremenda tormenta electríca.
El regreso, 16 de julio.
Como nos permitían despachar dos valijas en el vuelo de regreso a Copenhagen salimos a la mañana del lunes a comprar una pequeña valija para repartir mejor nuestras cosas después de algunas compras que habíamos hecho a lo largo del viaje. Teníamos que partir del aeropuerto de Asturias, que se encontraba en las afueras de Avilés, con un vuelo de Iberia a Londres, y como Pedro no nos podía llevar en el auto fuimos en taxi a la terminal para tomar un ómnibus. Tuvimos un vuelo muy sereno a Londres, donde llegamos aun de día. La etapa final era con British y ese vuelo salió con más de media hora de atraso, llegando a Copenhagen a la una de la mañana del día siguiente. Esperamos en vano la llegada de tres valijas pues además de las dos que habiamos pensado despachar Alicia habia aceptado la oferta de despachar su equipaje de cabina. El reclamo llevó su tiempo pues había un solo empleado atendiendo y recién pudimos tomar un tren a Malmö pasadas las dos llegando al departamento a las tres de la mañana.