Julio 1968 a Junio 1982
Un hecho que le daría un nuevo rumbo a mi vida fue la visita a Buenos Aires de mi tía Ellen, quien había venido con su hijo Andrés ya que él tenía algunos problemas neurológicos que iban a tratar en el hospital de niños de Buenos Aires. Cuando la fui a visitar al lugar donde se estaba hospedando en San Isidro me presentó a Mirta Reyna, quien trabajaba de secretaria en la sección del hospital donde atendían a Andrés y con la que Ellen había entablado amistad.
De inmediato hicimos buena conexión, comenzamos a salir juntos y luego iniciamos un noviazgo formal. Ella vivía con parientes adoptivos en San Isidro y yo como siempre con mi tía en Acassuso. A medida que fue pasando el tiempo comenzamos a discutir nuestro futuro y para Mirta resultaba inconcebible que nuestra vida en común se dividiera en seis meses a bordo y dos meses en casa, como era en ese entonces el régimen de liciencias para los oficiales de marina mercante, por lo que comenzó a germinar la idea de estudiar ingeniería electrónica, en parte influenciado por lo que había hecho Arturo Terrizzano. Cómo se iba a financiar esta aventura no estaba aún decidido. Mientras tanto completé mi carrera en la Escuela de Náutica con algunos embarcos cortos y me gradué como segundo oficial a fines del año 1968. Embarqué en el buque “Libertad”, gemelo con nuestro buque escuela “Argentina” como mencioné antes. Luego habían modificado el buque para acomodar 400 pasajeros y hacía la línea a Inglaterra. Alcancé a hacer un viaje a Londres, cuatro viajes de turismo a la Antártida y uno al carnaval de Río de Janeiro antes de renunciar a la empresa y comenzar el curso de ingreso a la facultad de ingeniería de la universidad de Buenos Aires. Recuerdo que al regreso del último embarco a Europa sentí una gran tristeza al desaparecer la costa en el horizonte, pensando que tal vez no volvería nunca más. Nada más equivocado en cuanto a lo que me esperaba en el futuro...
Los sueldos a bordo eran en esa época bastante buenos, de modo que para cubrir mis gastos alcanzaba con hacer embarques cortos durante las vacaciones de invierno y de verano. Había también escasez de oficiales, por lo que no era difícil conseguir trabajo a bordo cuando lo necesitaba.
En el ínterin nos mudamos mi tía y yo a un departamento pequeño que ella había comprado en Vicente López, cerca de Puente Saavedra, a través de un martillero conocido de Mirta. Me encargué del operativo mudanza y también de enviar una cantidad de muebles a Neuquén, donde mi papá se encontraba aun administrando la chacra. Los muebles los había comprado él para su propio matrimonio, y por alguna razón habían ido a dar al garaje de la casa de mis abuelos en Acassuso. Compré un sofá cama que instalé en el living, el que tuve que compartir con el carillón, pero a la larga uno se acostumbra al estruendo. Las relaciones con mi tía se habían enfriado mucho, había un salto generacional demasiado grande entre los dos, me sentí incomprendido y reconozco que muchas veces me porté mal con ella al mantenerla tan afuera de mi vida y rechazar sus intentos de acercamiento. Después de todo ella solo quería mi bien. Pero no tenía otro lugar donde vivir, de modo que había que aceptar la situación.
Como teníamos ya intenciones serias de casarnos, comenzamos Mirta y yo a estudiar el tema vivienda y finalmente nos decidimos por firmar contrato con una empresa constructora que estaba edificando en la Ciudad Jardín Lomas del Palomar. Nuestro futuro departamento no existía más que en los planos, pero confiamos en que se construiría y comenzamos a pagar las cuotas. Mientras tanto yo continuaba con mis estudios en la facultad, mis changas de invierno y verano en el mar, y Mirta, quien estaba haciendo la carrera de asistente social, seguía siendo secretaria en el hospital de niños. Así nos pudimos arreglar financieramente por mucho tiempo.
Nuestro departamento se fue demorando y en muchas oportunidades pusimos en duda nuestra inversión, convencidos de que nos habían estafado. Sin embargo finalmente se terminó de construir y nos entregaron el departamento a mediados del año 1971, con dos dormitorios amplios y un living con ventana balcón. Se encontraba en la calle Margaritas 358. Decidimos casarnos en septiembre de ese mismo año. Lo hicimos en la iglesia catedral de San Isidro y luego hubo una fiesta en la casa de los padres “postizos” de Mirta. Su padre biológico también asistió, lo mismo que toda mi familia. El padre de Mirta vivía solo en una casa precaria en las afueras de Buenos Aires y manteníamos contacto esporádico con él. Hasta ahora no he encontrado a nadie que superara los asados como los suyos, aunque mi hijo Agustín es otro maestro en el asunto. No era fácil llegar hasta allí sin vehículo. Hicimos un viaje de bodas a Colonia, Montevideo y Punta del Este, y al regreso nos instalamos en nuestro nuevo departamento de Palomar. Nuestro hijo Federico Gabriel nació el 6 de abril de 1972 y para llegar a tiempo al parto desembarqué de una de mis changas de verano en Valparaíso para regresar en avión a Buenos Aires. En esa época no era habitual que el padre estuviera presente en el parto en Argentina, y como se complicó los médicos optaron finalmente por hacer una cesárea. La elección del nombre no fue muy afortunada, ya que daba origen a confusión. Decidimos llamarlo Gabriel y es así como lo suelo nombrar en este relato.
Nosotros seguíamos manteniendo la chacra de manzanas de Cinco Saltos, pero mi padre no quiso seguir administrándola de modo que regresó a Bariloche y contratamos al Sr. Cuevas como nuevo administrador. Elsa se había casado en 1965 con Román (Cacho) Barría y ellos vivían en Neuquén con sus hijas Andrea y Laura. Yo iba de tanto en tanto a visitarlos y a tratar de controlar lo que hacía Cuevas, pero mayor interés en el tema no teníamos, por lo que finalmente decidimos poner en venta la chacra y el mismisimo Sr. Cuevas la compró al precio que pedíamos. Fueron unos cinco millones de pesos, si mal no recuerdo, pero el peso no valía gran cosa de modo que no era una gran fortuna. Después de repartir el dinero proporcionalmente entre mi padre, mi hermana y yo, nos quedó el dinero justo para comprar un auto nuevo, un Fiat 128. Fue una gran ayuda para nosotros ya que nos facilitó mucho la movilidad. A partir de entonces tuvimos siempre vehículo e hicimos muchos viajes tanto al norte como al sur del país.
El 23 de abril de 1974 nació nuestro segundo hijo, Alejandro Agustín, también por cesárea. A el decidimos llamarlo Agustín, siguiendo con las confusiones. Yo seguía estudiando en la facultad, pero además había comenzado a trabajar en la Escuela de Náutica como profesor de inglés técnico, unas pocas horas por semana. Dominaba suficiente el inglés como para defenderme y lo fui mejorando con el tiempo y la práctica. También se nos ocurrió que sería lindo mudarnos a una casa y encontramos un chalet en venta en Palomar mismo, en la calle Koehl 398. Nuestro departamento se vendió, lo que en parte cubrió la compra de la casa. Nos quedó sin embargo una deuda apreciable, a pagar en cuotas mensuales. La casa era un chalet con techo de tejas, tenía también dos dormitorios, living con hogar, escritorio y una cocina muy amplia. Había un jardincito adelante y otro atrás. Hicimos algunas reformas menores, convencidos de que íbamos a vivir allí mucho tiempo. Sin embargo no fue así. La Argentina es un país donde pasan muchas cosas imprevistas, y algunas son bastante dramáticas. A nosotros nos tocó el “Rodrigazo”, bautizado así por ser Rodrigo nuestro ministro de economía de turno. Fue un paquete de medidas económicas que incluyó la devaluación de la moneda y la consiguiente indexación de las deudas. A raíz de eso la cuota mensual de nuestro crédito aumentó tanto que ya no nos era posible pagarla, de modo que tuvimos que tomar una decisión heroica que consistió en vender la casa y comprar una más barata para saldar la deuda. Esto sucedió en el año 1974.
Salimos a mirar algunas casas más modestas y en zonas más alejadas de la Capital Federal, y finalmente optamos por comprar la casa de Antonio Propato, en la calle Echeverría 1047 en Bella Vista. Era una casa de techo plano y con un solo dormitorio, pero tenía garaje unido al resto de la propiedad, de modo que vimos la posibilidad de transformar el garaje en otra habitación. Fue fácil vender la casa de Palomar, de modo que todo salió como queríamos: saldamos la deuda con el banco y quedamos libres de hipoteca. Una consecuencia muy positiva del operativo es que hicimos amistad con Antonio y su familia, una familia de gran corazón, y la amistad se mantuvo inalterada con el tiempo.
Vivimos en total nueve años en Bella Vista. La casa tenía una cantidad de problemas y le hicimos innumerables cambios y refacciones. De alguna manera tenía su encanto. Además estaba construida al fondo de un terreno de 40 metros, por lo que teníamos un jardín muy grande que hicimos más privado levantando un muro a la calle. Mirta trabajaba como asistente social y yo había conseguido un trabajo de tiempo completo en la Escuela de Náutica, con buen sueldo, mientras seguía estudiando en la facultad. Fueron tiempos difíciles para todos, porque yo estaba ausente no solo durante la semana sino también muchas veces durante los fines de semana para estudiar con un compañero de la facultad. Los tiempos de viaje eran terribles, ir con el tren al centro demoraba más de una hora y peor aún si iba a estudiar con mi compañero en Lomas de Zamora.
Mi interés por los estudios fue decayendo, en parte porque había logrado lo que había ambicionado: no tener que navegar y tener un trabajo fijo en tierra. En realidad el trabajo en la Escuela incluía viajes como instructor con el buque escuela, cada dos años aproximadamente y en cada oportunidad llevé conmigo a alguien de la familia. Primero fue Mirta, luego Federico Gabriel y finalmente Alejandro Agustín. Eran siempre viajes al norte de Europa y cuando embarqué con Mirta, en enero del año 1978 los chicos se quedaron con Laura y María, los parientes postizos de Mirta.
Al año siguiente, durante el viaje en el que participó Federico Gabriel, Mirta tuvo un accidente grave con el auto y Alejandro Agustín, quien estaba con ella, sufrió una fractura de clavícula. Antes de nuestro regreso Mirta había comprado un auto usado, un Ford Taunus, a través de uno de sus hermanastros, para reemplazar nuestro auto que había quedado destruido. Mirta había reestablecido contacto con su madre biológica y su familia, quienes vivían en Ramos Mejía, después de una separación de muchos años.
Durante los años en que vivimos en Bella Vista hicimos muchos viajes de verano. A iniciativa de Mirta compramos una carpa e hicimos campamentos durante los viajes a las provincias del norte. También viajamos al sur, pero fue un período en que estuve distanciado de mi familia. Mirta no se llevaba muy bien con mi padre y mi hermana, y de alguna manera yo tenía que elegir. Mirta aceptó también un ofrecimiento de dictar clases en la universidad de San Juan, de modo que ella y los chicos se radicaron en la ciudad de San Juan por un año mientras que yo me quedé en Bella Vista ya que tenía mi trabajo en Buenos Aires. Luego comenzaron los campamentos de verano en el lago Steffen, al sur de Bariloche, donde me volví a reencontrar con mi hermana y su familia. Mirta nunca quiso venir, nuestra relación había comenzado a deteriorarse seriamente, de modo que yo llevaba a los chicos y nos instalábamos junto con mi hermana y su familia a orillas del lago con nuestras respectivas carpas por un mes o más. Creo que hicimos lo mismo durante al menos cinco veranos seguidos, incluso después de haberme separado y mudado de Bella Vista, y fueron algunas de las mejores vacaciones de las que tengo memoria. También hicimos algunos viajes al sur durante las vacaciones de invierno.
La Escuela de Náutica había adquirido un simulador radar y en el otoño del año 1982 me enviaron a mí junto con dos colegas al Japón para recibir instrucción en el uso del equipo. Fue el primero de mis innumerables viajes de larga distancia en avión y me gustó mucho. Estuvimos un mes en Yokohama, alojándonos en un hotel cercano a la fábrica JRC, y fue una extraordinaria experiencia. Quedé fascinado por el modo de vida japonés y por su cultura y disciplina. A mi regreso del Japón hice escala en Hawai por propia iniciativa, y me quedé tres días como turista. También muy interesante a pesar del extravagante estilo de vida norteamericano.
De regreso en la Argentina decidimos concretar la separación y pusimos en venta la casa. No fue difícil venderla, y propuse que con ese dinero Mirta comprara algo para ella y los chicos. Encontramos un lindo departamento de tres ambientes en el centro de San Isidro, a dos cuadras de la casa de Laura y María. Yo alquilé un departamento de dos ambientes que pertenecía a un colega de trabajo y me quedé con el auto y algunos pocos muebles. Así terminó mi vida en Bella Vista y también mi primer matrimonio.