19 de Noviembre 2024
El taxista que habíamos apalabrado la noche anterior se presentó en el hotel con puntualidad cronométrica y nos llevó a la terminal de ómnibus previo paso por una farmacia a comprar remedios para Alicia. La partida fue un poco caótica pues mi asiento estaba ocupado ya por otro pasajero pero de alguna manera lo solucionaron. Curiosamente, los ómnibus peruanos tenían cortinas entre los asientos dobles para mayor privacidad. Antes de llegar a la frontera con Bolivia y con el lago Titicaca siempre a la vista, paramos en un lugar donde se podía ir al baño e incluso cambiar dinero así que nos deshicimos de nuestros soles comprando pesos bolivianos. El cruce de frontera era en la localidad de Kasani, e hicimos los trámites migratorios a ambos lados de la barrera continuando luego a la cercana ciudad de Copacabana donde había bastante afluencia de turistas atraídos por las playas del lago. Era el destino final del primer ómnibus y después de una hora de espera continuamos viaje con el segundo de ellos. La zona era montañosa y el camino muy sinuoso, y nuestro chofer nos llevó por esa peligrosa carretera a una velocidad vertiginosa. Seguramente conocía de memoria la ruta con sus curvas y contracurvas, y afortunadamente llegamos sanos y salvos al estrecho de Tiquina del lago Titicaca, de unos 1000 metros de ancho, que los vehículos cruzaban en balsa y los pasajeros en lancha.
Las balsas del estrecho de Tiquina en el lago Titicaca
Por las calles de La Paz circulaba un sinnumero de minibuses blancos de transporte de pasajeros, generando gigantescos atascamientos acompañados del interminable coro de bocinas. Nuestra intención era comenzar por ir a conocer el tradicional Mercado de las Brujas, en la calle Linares del antiguo barrio de San Sebastián, cuya continuación era la calle de nuestro hotel, de modo que iniciamos la caminata a paso lento puesto que era cuesta arriba. Encontramos una sucesión de tiendas de textiles, artesanías, joyería y souvenirs entre otros productos, además de restaurantes y el museo de la coca, privado este, que no dejamos de visitar. Al final de la calle dimos con el mercado propiamente dicho con sus negocios de venta de artículos rituales, algunos bastante repulsivos y decidimos pasarlos por alto regresando por la misma calle hacia el hotel. En el camino encontramos un pub que ofrecía comida también y aprovechamos para llenar el estómago. Habíamos comprobado ya que ibamos a necesitar una maleta más para el regreso, y en medio de un sorpresivo diluvio nos refugiamos en un negocio que justamente vendía valijas de todo tipo y color. Como la dueña no aceptaba tarjetas como forma de pago no pudimos hacer la compra en ese momento. Después de un merecido descanso para recuperar fuerzas y esperar a que dejara de llover, salimos al atardecer en dirección al restaurante Ciclik que Alicia había encontrado como lugar recomendado. Fue fácil caminar hasta allí pues era cuesta abajo, y ya en el restaurante nos encontramos con que el simpático mozo tenía a toda su familia viviendo en Beccar. Comimos muy bien, y desde luego el regreso a pie al hotel nos llevó una eternidad.
El día anterior habíamos escuchado ya el estruendo de petardos que acompañaban las demostraciones de protesta del sindicato de pequeños comerciantes por la situación económica de Bolivia y el segundo día de nuestra estadía en La Paz tuvimos oportunidad de ver nuevas marchas. Queríamos visitar el museo nacional de arqueología y para ello tomamos un taxi frente al hotel, que después de hacer un trayecto esquivando las demostraciones llegó a un punto donde no podía continuar y nos bajamos para terminar el recorrido a pie. La concurrida marcha que vimos era muy pacífica y no infundía ningún tipo de temor. Así llegamos al museo y como la entrada incluía una visita guiada fue una experiencia muy interesante e instructiva para nosotros. Decidimos volver a pie al hotel y en el camino nos encontramos con un simpático restaurante japonés para el almuerzo. La Paz contaba con un ingenioso sistema de teleféricos con nada menos que once líneas identificadas por colores, o sea una red de transporte por cable que conectaba los diversos barrios, con estaciones intermedias. No queríamos dejar de utilizarlo y por la tarde nos dirigimos a la estación más cercana, subiendo en ascensor a la plataforma de las góndolas. Estas no se detenían nunca pero pasaban a muy baja velocidad por las estaciónes, y así partimos hacia El Alto donde dimos con un inmenso e interminable mercado donde lo único que no encontramos fueron maletas. Al regreso tomamos un par de líneas más para disfrutar de esta experiencia única y ya en tierra firme decidí cambiar dinero para comprar la valija que habíamos elegido el día anterior. Era nuestro último día completo en La Paz de modo que a la noche comenzamos a ordenar nuestro equipaje y cenamos en el mismo hotel aun cuando el restaurante no era de lo más recomendable y la comida fue pésima.
No queríamos dejar de visitar el museo nacional de etnografía y folklore, y lo hicimos el día de nuestra partida de La Paz. Habíamos solicitado en el hotel un taxi para que nos trasladara por la tarde al aeropuerto y dejando nuestro equipaje en custodia en el hotel iniciamos la caminata al museo, que obviamente era cuesta arriba. Con los últimos restos de energía llegamos al edificio del museo y se nos vino el alma a los pies cuando encontramos las puertas cerradas. Afortunadamente descubrimos que la entrada estaba a la vuelta de la esquina y pudimos hacer la visita a ese enorme e interesante museo. Buscando luego un lugar para almorzar nos dirigimos a la cercana plaza Murillo, sede del gobierno de Bolivia, donde encontramos un sencillo restaurante con buena comida.
Había gran cantidad de balsas, bastante precarias, y eran propulsadas por pequeños motores fuera de borda. El sistema parecía muy primitivo, con empleados retirando las balsas de la orilla con rudimentarios palos. Entendimos porqué hacían cruzar a los pasajeros en lanchas.
A partir de Tiquina el camino ya no era tan sinuoso, y entrando a los suburbios de La Paz tomamos contacto con el intenso y caótico tráfico de esa ciudad, demorando bastante en llegar a la terminal de ómnibus. Se pasaba por El Alto, la ciudad adyacente a la Paz, que formaba parte del área metropolitana. Como lo indicaba su nombre, se encontraba a mayor altura, a casi 4100 metros, y en el trayecto final pudimos observar a la ciudad de la Paz en toda su extensión antes de descender a la terminal. Un taxi nos llevó al cercano hotel Altus Express, frente a la Plaza Sucre, y esquinado con el sombrío penal de San Pedro. La habitación que nos dieron en el quinto piso era amplia y cómoda, y desde el balcón pudimos ver el espectacular volcán Illimani cubierto de nieve. Como el hotel tenía restaurante decidimos cenar allí y esperar al día siguiente para comenzar a explorar la ciudad. El bife de llama que probé esa noche resultó muy apetitoso.
Mercado de las brujas
El telesférico de La Paz
La plaza de Murillo
Alicia logró aún hacer una salida de compras cerca del hotel antes de que llegara el taxi, que nos dejó en el aeropuerto del Alto para iniciar el largo recorrido de regreso a Montevideo. Con la compañía Boliviana de Aviación partimos ya de noche hacia Santa Cruz de la Sierra, donde tuvimos tiempo de sobra para cenar a la espera del vuelo de Aerolíneas Argentinas a Aeroparque que despegaba a las dos de la mañana del día siguiente. Estando Santa Cruz a solo 400 metros de altura recuperé nuevamente el aire y las fuerzas que me habían abandonado los diez días anteriores. En Aeroparque tuvimos aún una corta espera, y doce horas después de la partida de La Paz llegamos finalmente al aeropuerto de Carrasco donde llamamos a la gente del estacionamiento para que nos vinieran a buscar. Se suponía que nuestro auto había quedado resguardado bajo techo pero lo encontramos extremadamente sucio. Sin ganas de discutir cargamos los bártulos en el auto y partimos hacia Piriápolis. Un pollo al spiedo de nuestro pollero sirvió de almuerzo y con una buena siesta compensamos el sueño perdido la noche anterior.