22 de Marzo 2024
El día 22 comenzamos nuestro postergado viaje al norte, que comenzaba con una visita a Tito, el hermano de Alicia. Antes de partir nos llamó para decirnos que a causa de las inundaciones era probable que la ruta que debiamos utilizar después de visitarlo a él estuviera cortada. Decidimos ir de todos modos ya que nos esperaba con un asado y llegamos poco después del mediodía a su casa en 18 de Julio. Si no estaba cortada la ruta queríamos llegar de día a nuestro siguiente destino que era el paraje de La Charqueada, donde habíamos reservado una cabaña para pasar la noche. Nos despedimos entonces y partimos con la incognita. Encontramos efectivamente agua sobre la ruta, pero era solo un trasvase de agua de un campo inundado a otro que pasamos sin problemas, y después de cruzar el recientemente construido puente sobre el rio Cebollatí llegamos a destino y nos instalamos en la modesta cabaña municipal. Aun era de día y salimos a caminar y tomar fotos por la costa del río, que estaba muy crecido. Encontramos también un restaurante abierto donde cenamos muy bien. Con un muy lindo amanecer desayunamos el sábado afuera de la cabaña y levantamos luego campamento para continuar viaje hacia hacia Tranqueras, nuestro siguiente destino. Ya cerca de la ciudad de Treinta y Tres nos desviamos de la ruta entrando a un camino vecinal de tierra que Alicia recordaba que pasaba por la casa de campo que sus padres habían arrendado cuando ella era niña. Hicimos un poco más de seis kilómetros hasta llegar a una casa que reconoció como la suya, aunque estaba en estado de abandono y sin ocupantes. Luego continuamos a Treinta y Tres a saludar a un primo que vivía allí. Fue una visita sorpresa pero lo encontramos allí con su familia y nos quedamos un buen rato, aunque tuvimos que interrumpir la charla pues nos quedaban aun muchos kilómetros para llegar a destino. La ruta 8 hacia el norte estaba en muy buen estado y era muy pintoresca, con sierras bajas, curvas y contracurvas. En la ciudad de Melo dejamos esa ruta y continuamos hacia el oeste por otra que conectaba con la ciudad de Tacuarembó y estaba bastante deteriorada. En Tacuarembó no entramos a la ciudad pues por la circunvalación empalmamos con la ruta 5 hacia el norte. Ésta estaba en excelente estado y siendo aun de día vimos los clásicos cerros chatos de la región a la luz del atardecer. Antes de llegar a Rivera, frontera con el Brasil, nos desviamos hacia el oeste por la ruta 30 y ya de noche hicimos los pocos kilómetros que faltaban para llegar a la ciudad de Tranqueras. Habíamos hecho reservas para quedarnos dos noches en las cabañas San Cono y la propietaria nos estaba esperando para entregarnos la llave de una de las cuatro del predio, además de darnos extensas instrucciones sobre el funcionamiento del alojamiento. La cabaña era muy pequeña pero estaba perfectamente bien equipada y muy limpia. Curzando la calle había un carrito de comidas con una terraza y por comodidad decidimos cenar allí. También habíamos reservado dos paseos guiados en el valle del Lunarejo, y para hacer el primero de ellos teníamos que presentarnos el domingo temprano en el establecimiento El Gavilán cercano a Tranqueras. El desayuno en las cabañas estaba incluido y lo servían en un contenedor convertido con muy buen gusto en salón comedor. La dueña lo abrió más temprano para que ese día pudieramos desayunar antes de salir. Desde Tranqueras partimos en dirección noroeste por la ruta 30, que estaba en reparación y poco antes de llegar a destino subimos la conocida Cuesta de Pena, uno de las pocas pendientes pronunciadas y sinuosas del Uruguay. El Gavilán era un establecimiento de campo a 20 kilómetros de Tranqueras, y era uno de los varios que organizaban excursiones en la zona. Nos unimos a un pequeño grupo que también hacia nuestro paseo y nos proveyeron de polainas para proteger las piernas durante el paseo antes de partir en caravana de autos hasta un campo cercano donde hubo que abrir y cerrar varias tranqueras antes de estacionar y continuar a pie. Caminamos a campo traviesa bajando a la quebrada en cuyo fondo corría el arroyo Rubio Chico. Antes de llegar al arroyo tomamos un corto sendero por el espeso monte nativo que terminaba en la Cueva del Indio con una cascada que creaba una cortina de agua frente a la cueva. El pintoresco arroyo llevaba bastante agua y formaba un espejo donde era posible bañarse, lo que hicieron varios integrantes de la excursión. Después de un largo descanso iniciamos la caminata de regreso al estacionamiento y volvimos directamente a Tranqueras. Como aun nos quedaban muchas horas de luz, después de un corto descanso volvimos a salir para visitar la localidad de Masoller sobre la ruta 30 a 30 kilómetros en dirección a Artigas. Ese pueblo había sido testigo de una batalla entre Blancos y Colorados el año 1904 con el triunfo de los últimos y marcando el fin de la guerra civil en Uruguay. Había un pequeño parque conmemorativo bastante descuidado en las afueras del pueblo con un monumento al jefe blanco Aparicio Saravia, quien fue herido de bala en la batalla y falleció dias después en Brasil. El pueblo en si era muy pobre y con calles desastrosas, y estando en la frontera aun en disputa con el Brasil, al recorrerlo nos encontramos varias veces en territorio brasilero. De regreso en Tranqueras estacionamos en el centro y fuimos a ver la deteriorada estación de tren. Todavía circulaba un tren de pasajeros de Tacuarembó a Rivera pero con muy poca frecuencia y no tuvimos oportunidad de verlo. La oferta gastronómica era muy pobre pero frente a la plaza descubrimos un restaurante que parecía promisorio y decidimos cenar allí. Era temprano aun de modo que volvimos a la cabaña a dejar el auto y más tarde fuimos a pie por la avenida principal.
Lunes 25. Era el día en haríamos la segunda y última excursión, además de dejar la cabaña para continuar viaje. Después del desayuno empacamos nuestra pertenencias, entregamos la cabaña y fuimos al centro a cargar nafta y hacer algunas compras en El Clon. Nos sobraba tiempo pues el paseo era a la tarde por lo que en la mitad de la Cuesta de Pena estacionamos en un claro para hacer un picnic. Vimos que el lugar era un basural asi que con una bolsa de plástico juntamos todo lo que pudimos antes de sacar nuestras sillas de camping. Para hacer la siguiente excursión salimos nuevamente en caravana del establecimiento El Gavilán en dirección a Masoller y poco antes de llegar al pueblo desviamos hacia un camino vecinal en estado lamentable por el que tuvimos que hacer 20 kilómetros a paso lento hasta llegar a destino. Después de caminar un kilómetro y medio por el monte llegamos a la cascada del Indio, llamada así porque una de las rocas de la cascada parecía una escultura que replicaba la cara de un indio. Siendo un dia caluroso y soleado, aquí se bañó mucha gente también. No era el final del paseo porque continuamos un kilómetro y medio más hasta la llamada cascada grande del mismo río Laureles. Como nos quedamos más tiempo del previsto en cada lugar, llegamos de regreso a los vehículos en el momento de la puesta del sol, y el camino vecinal de retorno lo hicimos tratando de esquivar pozos ya de noche. En Masoller retomamos la ruta 30 hacia el oeste rumbo a Artigas y ese tramo de 90 kilómetros estaba en excelente estado y muy bien demarcado. Nuestro hotel en Artigas era el Hotel del Norte y estaba ubicado en pleno centro. Además había un restaurante en un edificio contiguo y después de acomodarnos fuimos allí a cenar. El propósito principal de la visita a Artigas era participar del llamado safari minero, que habíamos contratado con anterioridad. Lo organizaba el hotel casino de Artigas y era el punto de encuentro donde fuimos después del desayuno del martes. Desde allí partimos en una combi y nos detuvimos después de pocas cuadras en un negocio artesano de venta de piedras preciosas donde exhibían cantidad de amatistas y agatas de todo tipo, tamaño y color. Luego salimos de la ciudad por la ruta 30 hacia el este y entramos a un establecimiento propiedad de una brasilera donde procesaban las rocas que contenían los cristales. Esta señora explotaba una mina que iba a ser la parada siguiente, después de visitar los talleres y el salón de ventas. Nos enteramos que los grandes compradores eran los chinos, los arabes y los estadounidenses. La mina estaba a unos 60 kilómetros por la ruta 30 en la zona del Catalán y era una de las tantas que se dedicaban a la explotación de piedras preciosas. Tuvimos que hacer un corto recorrido por un camino vecinal, siempre con la combi, hasta llegar a la mina donde nos proveyeron de casco y chaleco reflectante antes de entrar a los túneles de los cuales ya no se extraían las piedras. Nuestro guía era muy bueno y nos dió una charla muy instructiva sobre el tema. Habíamos contratado el almuerzo también y fue muy original pues el restaurante estaba metido en una de las cuevas. No supimos donde habían hecho el asado pero apareció junto con verduras y ensalada para servirse en modo tenedor libre. Fue un almuerzo comunitario compartido con los demás integrantes del zafari y al finalizar nos hizo notar el guia que al no haber señal en la cueva nos habíamos visto impulsados a compartir la charla con nuestros vecinos de mesa. Antes de emprender el regreso nos dejaron explorar los alrededores de la mina a la caza de amatistas y agatas entre las piedras que tapizaban el suelo. Evidentemente no tenían valor comercial pero eran de todos modos bastante atractivas y algunos participantes se llevaron buena cantidad de piedras. De regreso en Artigas fuimos por nuestra cuenta al negocio artesanal donde Alicia pudo encontrar productos de su agrado sin amontonamiento. Ya de noche cruzamos a Brasil por el puente de la Concordia sobre el río Quarai y dimos una vuelta por la plaza de la localidad brasilera, que también llevaba el nombre de Quarai. No había muchas opciones para cenar en Artigas y fuimos nuevamente al restaurante adyacente al hotel. Teníamos tada la intención de regresar a Piriápolis al día siguiente, a unos 700 kilómetros, pero primero volvimos a cruzar a Brasil para ver el rio de día después de desayunar en el hotel y empacar.