22 de Julio 2016
Nuestros respectivos celulares nos despertaron a las tres de la mañana del viernes. Tres cuartos de hora, y tres o cuatro mates más tarde, salimos hacia la estación del Triángulo con un amanecer hermoso. El tren al aeropuerto pasó puntualmente y tuvimos bastante margen antes de abordar el avión que tenía que salir a las seis y cuarenta para Munich pero que recién lo hizo a las siete. En Munich había poca visibilidad, lo que demoró un poco el aterrizaje, y observé que faltaban veinte minutos para la salida del vuelo de Lufthansa a Barcelona. Según mis cálculos no había manera de alcanzar ese vuelo, pero al pie de la escalerilla nos topamos con un alemán portando un cartel que decía "Barcelona". Nos estaba esperando y nos llevó en una camioneta a la puerta de embarque donde estaban ya subiendo los pasajeros del vuelo a España. El segundo milagro no se produjo, pues en Barcelona esperamos infructuosamente la valija que habíamos despachado. Cuando se detuvo la cinta fuimos a hacer el reclamo y efectivamente nos confirmaron que estaba aun en Munich y que llegaría a la tarde, por lo que dimos los datos del hotel y abordamos el moderno subterráneo L9, sin conductor humano, hasta la estación Zona Universitaria. De allí salía la linea L3 que nos dejó en el centro de Barcelona a un par de cuadras del hotel Peninsular. Más tarde nos enteramos de la terrible masacre de Munich, a causa de la cual estuvo cerrado el aeropuerto por unas horas después de nuestro paso por allí. A esa altura teníamos ya bastante apetito y después de acomodarnos en el hotel salimos a almorzar por la Rambla antes de continuar paseando por la ciudad, que hormigueaba de gente. Cuando ya nos sentíamos bastante cansados y después de comprar algunos libros en una librería gigante, regresamos al hotel a descansar un rato antes de salir nuevamente a cenar. La valija no había llegado aun pero confiábamos que lo haría más tarde. Esta vez salimos en dirección al mar, recorriendo parte de la pintoresca ciudad vieja, y cuando llegamos a la zona del puerto comenzó a gotear optando por sentamos en el primer restaurante que nos pareció adecuado. Estando allí se largó la lluvia junto con una fuerte tormenta eléctrica, y como estábamos al lado de un centro comercial entramos a comprar un paraguas en un negocio, rechazando a los vendedores ambulantes que pululaban ofreciendo paraguas a todo el mundo. Asi caminamos protegidos las pocas cuadras que nos separaban del hotel. El empleado nos informó que ya lo habían llamado avisando que la valija estaba en camino.
Sábado 23. El desayuno del hotel estaba incluido y se servía a partir de las ocho de la mañana. Bajé unos minutos antes desde nuestro cuarto piso y lo primero que divisé en la recepción fue la valija de Alicia. El desayuno que ofrecían era por suerte muy abundante y variado. Con Carlos y Elena habíamos quedado en que pasarían a buscarnos a las once de la mañana, por lo que tuvimos tiempo para hacer una escapada al famoso mercado de la Boquería que estaba a un par de cuadras del hotel. Aun no había llegado allí la multitud que habiamos visto laa tarde del sábado, y aprovechamos para comprar un poco de fruta para el viaje a los Pirineos. Carlos y Elena llegaron con toda puntualidad, y con ellos hicimos el camino inverso al aeropuerto. Siguiendo las instrucciones que me habían dado, caminamos fuera de la terminal T2 hasta un andén donde se suponía que nos venían a buscar con un micro de Goldcar para llevarnos al lugar donde estaban sus vehículos, y efectivamente apareció uno al rato. Había bastante gente haciendo sus trámites pero no demoramos mucho en hacernos del auto y partir hacia los Pirineos siguiendo al pie de la letra la información que nos daba nuestro GPS en el laberinto de rotondas y rutas que rodeaban a la ciudad de Barcelona. Pedimos al aparato que evitara rutas con peaje con la idea de ir por caminos secundarios, de modo que pasamos por cantidad de pueblos pequeños dejando a la ciudad de Lérida a nuestra izquierda. La ruta era la N-230 y de a poco fuimos entrando en las estribaciones de los Pirineos. Una aldea que nos pareció muy pintoresca fue Sopeira y paramos a sacar fotos y visitar una antigua iglesia. Había un restaurante, pero desgraciadamente estaba cerrada la cocina por lo que continuamos viaje alimentándonos con cerezas de la Boquería. Sopeira estaba al pie de un embalse entre dos laderas elevadas y la ruta continuaba un buen trecho orillando el lago y dando mil vueltas. Nuestro alojamiento era la Casa Enriu en el pueblo de Casós, y era Elena quien había hecho la reserva. Ella quedó espantada cuando vimos que habiendo llegado al pueblo de Vilaller teníamos que dejar la ruta y tomar un camino asfaltado pero muy angosto y sinuoso que subía unos dos kilómetros hasta llegar al pueblo. Para mi era un misterio cómo se podían cruzar dos autos, pero por suerte no encontramos a nadie de frente. Casós no eran más que tres o cuatro casas colgadas de la ladera de la montaña, y una de ellas era nuestro alojamiento. Dejamos el equipaje en la habitación y regresamos al valle buscando donde cenar en Vilaller pero era aun demasiado temprano, por lo que decidimos regresar unos kilómetros y tomar la ruta del valle de Boi hacia el norte hasta el pueblo de Barruera, de donde salía el camino a Durro. Elena había reservado alojamiento para ellos en ese pueblo y tampoco se había percatado que era una copia de Casós. En Barruera había un tumulto de gente a raiz de una maratón que se estaba corriendo, y nos costó encontrar estacionamiento, pero finalmente dimos con un restaurante para cenar. La maratón justificaba la dificultad que había tenido Elena para encontrar alojamiento para ambos. Ya se estaba poniendo el sol detrás de las montañas y encaramos la subida a Durro, aún más sinuosa y con curvas bien cerradas pero el camino era por suerte un poco más ancho pues nos cruzamos con unos cuantos vehículos. Allí nos despedimos de Carlos y Elena, que se iban a quedar unos días para hacer caminatas por senderos que unían los pueblitos de la zona. Nosotros regresamos a Casós ya de noche y nuevamente tuvimos la fortuna de no cruzarnos con ningún auto.
Casa Enriu era un lugar muy acogedor y el paisaje del lugar era magnífico sobre todo al ser el domingo un día de sol radiante. Habíamos decidido pagar por el desayuno también y nos dieron uno muy abundante con muchos productos de su propia elaboración. Hicimos buenas migas con la propietaria, mucho más simpática que su suegra que era como un moscardón, rezongando todo el tiempo por todo. Nos enteramos que había una ermita más arriba en la montaña, a la que se podía llegar por un sendero en el bosque y hacia allá fuimos después del desayuno. La caminata nos llevó cerca de una hora pues la picada era bastante empinada, pero valió la pena. La ermita de San Salvador de Casós era una pequeña construcción de piedra con un santo adentro y la vista desde allí era aun más espectacular debido a su altura. Al rato regresamos a Casós, cargamos el auto y bajamos de la montaña para tomar la ruta hacia Pamplona. Como habíamos optado por bordear los Pirineos fueron unos 270 kilómetros muy pintorescos con moles imponentes, angostos cañadones, embalses y extensos valles también. A media tarde llegamos a Pamplona para alojarnos en el Hostal Navarra, que habíamos reservado desde Suecia. El auto lo dejamos en un estacionamiento subterráneo cercano al hostal, que estaba muy cerca del casco antiguo de la ciudad, y que salimos a explorar en cuanto acomodamos todo en la habitación. Había muchos turistas en la ciudad, que nos pareció hermosa. Después de explorar un poco nos decidimos por un restaurante tranquilo y pedimos sendas paellas de pollo. La primer sorpresa fue que no era amarilla, pero la segunda fue que estaba terriblemente salada. Buscamos también infructuosamente los hongos y alcauciles prometidos. Cuando se acercó la moza a preguntarnos si todo estaba bien le comentamos todo lo que estaba mal y quedó muy afligida, al punto que dijo que nos iba a cobrar la comida. Como habíamos comido de todos modos, le sugerimos que solo cobrara uno de los platos y la bebida y así hicimos. Luego dimos una vuelta más por el centro y regresamos al hostal.
Lunes 25 de julio y día feriado en Pamplona por ser el día de Santiago. Nos enteramos de ello por la mañana y tuvimos que cancelar la proyectada compra de embutidos para llevarle a Brenda, la hermana de Alicia. Habíamos solicitado desayuno en el hostel y fue también muy abundante y variado. Poco antes de las diez continuamos nuestro viaje con destino final Gijón. Pasamos por las afueras de Bilbao y de Santander, y por recomendación de Brenda entramos a Santillana del Mar, un pueblo muy pintoresco con calles angostas, casas de piedra, abundantes flores en los balcones y ventanas, y al mismo tiempo una trampa turística abundando los restaurantes y negocios. Por suerte había un estacionamiento municipal para dejar el auto y poder recorrer el pueblo con tranquilidad. La siguiente parada fue en Comillas, un pueblo sobre el mar y también digno de recorrer, pero allí fue imposible encontrar estacionamiento asi que decidimos continuar viaje. A las siete de la tarde entramos a Gijón y nuevamente nos costó encontrar un estacionamiento pues Brenda y Pedro vivian en un departamento muy céntrico. Hacia la noche trasladamos el auto a un garage antes de cenar. Al hacerse tarde y estando cansados, decidimos esperar al día siguiente para recorrer la ciudad.
El martes fue un día fresco y desapacible, con alguno que otro chaparrón leve. Pedro fue por la mañana a la farmacia, mientras que Brenda se quedó para acompañarnos a nosotros a recorrer la ciudad. Comenzamos por la rambla sobre el mar, y caminamos hasta el final donde comenzaba el casco viejo. Encontramos edificios muy antiguos pero lamentablemente estaban mezclados con bloques de departamentos sin ninguna gracia, aparentemente el resultado de una absurda politica edilicia de los años 60. A las dos de la tarde llegamos a la farmacia, donde nos estaba esperando Pedro para salir con su auto a almorzar al restaurante La Carbayera en el pueblo de Granda, a pocos kilómetros de Gijón. El lugar era muy popular y con todo derecho, ya que los platos de pescado que pedimos eran excelentes. Al regreso a Gijón paramos para recorrer el imponente edificio de la Universidad Laboral y luego ya volvimos a la casa a cenar. La propuesta de Pedro y Brenda era salir al día siguiente a hacer un paseo en auto por la zona.
Pedro se tomó el miércoles libre de la farmacia y después del desayuno partimos en su auto en dirección a Oviedo. En Gijón estaba lluvioso pero a medida que fuimos subiendo por las montañas de Asturias fue aclarando y finalmente tuvimos sol radiante. Pedro nos llevó primero a tomar un café en Pola de Somiedo, un pequeño pueblo ya a bastante altura, y luego tomamos un sinuoso camino de montaña ascendiendo hasta un estacionamiento en el puerto (paso) de Farrapona a 1708 metros de altura. Allí se podía tomar un sendero que permitía llegar a los lagos de Somiedo, que eran pequeños espejos de agua encerrados entre picos y que habían quedado al final de la era glaciaria. Caminamos bastante por allí en medio de un magnífico paisaje, y luego de descender por el mismo camino regresamos a Pola de Somiedo para almorzar. Allí conocí la manera de servir sidra en Asturias, que consistía en elevar la botella lo más posible y tener el vaso lo más abajo posible para que al verterla la sidra perdiera bastante gas e hiciera mucha espuma. Luego había que tomarla de un trago. Ya en camino de regreso pasamos por el parque Las Ubiñas de la Mesa, también un paso de montaña muy vistoso. El paseo nos llevó todo el día y a la noche hicimos simplemente una picada en la casa antes de acostarnos.
El jueves ya no podía venir Pedro con nosotros pues tenía que atender la farmacia, por lo que salimos con nuestro auto en companía de Brenda para ir a Valles, un poblado donde estaba la casa del ya fallecido padre de Pedro. El último tramo del camino era muy angosto y sinuoso, pero eran solo un par de kilómetros. Era nuevamente un día de pleno sol en las montañas y la vista desde el pueblo era fantástica. Hubo que abrir la casa para ventilarla pues si bien la usaba la hija de Pedro, había estado cerrada un tiempo. En el pueblo había un restaurante y aprovechamos para almorzar allí antes de bajar a Cangas de Oniz, una pequeña ciudad que tenía la particularidad de que conservaba un puente medieval al que llamaban puente romano. La ciudad en si era muy pintoresca y turística, siendo el puente la principal atracción; allí encontramos también un bar y restaurante que había armado el comedor en una antigua cidrería, entre toneles y prensas. Para regresar a Gijón, Brenda nos propuso tomar el antiguo camino de la costa, con innumerables curvas, subidas y bajadas. Era nuestro último día en Gijón, por lo que a la noche fuimos a cenar a un restaurante argentino muy popular donde pasamos por alto las carnes para pedir productos de mar, además de la consabida cidra método cascada.
Nos habíamos propuesto salir a las siete de la mañana del viernes de Gijón y finalmente partimos a las ocho. Teníamos que llegar a Tarrega, que suponía hacer cerca de 800 kilómetros y habíamos elegido una ruta que pasaba por Pamplona, Huesca y Lérida, con un primer tramo por los Pirineos. Habíamos quedado en buscar a Magela, Leo y Elisa en Barcelona el sábado por la mañana y por eso habíamos elegido pernoctar en Tárrega, a 100 km del hotel en el que se iban a quedar ellos. El hotel Citat de Tarrega resultó ser muy bueno y económico. Tenía salón comedor y nos ofrecieron una cena muy rica. Después de comer caminamos unas pocas cuadras hasta el centro, que estaba bien concurrido. Ese día habían tenido 37 grados de temperatura y aun hacía mucho calor. En un restaurante con mesas al aire libre nos encontramos con un joven quinteto de violines y estuvimos escuchando un rato su música.
Después del desayuno continuamos nuestro viaje, calculando que por ser sábado por la mañana no habría mucho tráfico. Igualmente nos encontramos con bastantes vehículos al acercarnos a Barcelona, pero de todos modos llegamos antes de las once de la mañana al hotel cercano al aeropuerto donde estaban alojados los chicos. Ellos habían llegado a la una de la mañana desde Suecia. De Barcelona a Rosas había 180 kilómetros y a causa del intenso tráfico de turistas demoramos más de tres horas en llegar a destino. Nos enteramos que era el primer día de vacaciones en España, lo que explicaba que nos encontráramos con varios embotellamientos. La autopista principal estaba colapsada en partes, pero nosotros tomamos como siempre caminos secundarios. Carlos y Elena nos estaban esperando en Santa Margarita, que era el balneario pegado a Rosas y fuimos a dar a un amplio departamento frente a la concurrida playa. El mar estaba embravecido a causa del fuerte viento, no obstante lo cual fuimos un rato a la playa y Alicia se dió el consabido chapuzón. A la noche dimos la vuelta del perro, caminando como miles de otros turistas por la rambla de la bahía con cantidad de vendedores ambulantes como nuestros manteros. En una plaza había una orquesta tocando sardanas y buena cantidad de gente bailando esa tradicional danza. Durante el día habíamos tenido alrededor de 35 grados de temperatura y a la noche continuaba aun el tiempo caluroso pero con una oportuna brisa refrescante.
El domingo por la mañana apareció en la bahía un yate imponente que dió lugar a cantidad de comentarios y especulaciones desde nuestro balcón. Logramos averiguar que el propietario era un oligarca ruso, y como tenía un helicóptero en cubierta estuvimos muy atentos a que despegara, lo cual hizo a la tarde, con varios viajes que nuevamente despertaron nuestra imaginación. No fue nuestra única actividad del día, pues también fuimos caminando a la feria local y al mercado, donde compramos pollos al spiedo para nuestra comida principal del día que nos tocaba preparar a Alicia y a mi. Luego me quedé pelando papas mientras que Alicia hacía una escapada a la playa. A la noche salimos nuevamente a caminar, esta vez por nuestro barrio.
Lunes 1 de agosto. Con Alicia salí a caminar por la rambla poco después de las siete de la mañana, cuando aun estaba fresco y solo se veía el equipo de limpieza de la playa, los consabidos deportistas haciendo jogging, alguno que otro ciclista, y los buscadores de metal con sus detectores, tal vez esperanzados con encontrar joyas extraviadas en la arena. También compramos cuatro flautas variadas en la panadería para el desayuno. Una vez que estuvieron todos listos salimos hacia Cadaquez, a pocos kilómetros al norte de Rosas. Nos acompañaron Magela, Leo y Elisa en este paseo, en el que teníamos que recorrer un sinuoso camino de montaña muy transitado en ambos sentidos. Bastante antes de llegar a Cadaquez había cola de autos, y la policía no dejaba entrar al centro por lo que tuvimos que estacionar el auto en la periferia a cierta altura, pero relativamente cerca de la casa-museo de Salvador Dalí. Teníamos el cochecito para Elisa y con el fuimos bajando hasta la casa, que estaba ubicada en una magnífica bahía a poca distancia del mar. Solo hicimos la vista al olivar, el jardín de la casa, donde existía una buena muestra de las obras de este extravagante personaje. Para llegar al pintoresco centro de Cadaquez hubo que dar una vuelta grande pero llegamos sin problemas a la plaza frente al mar donde nos sentamos en un bar a comer algo. También encontramos una heladería que tenía unos helados artesanales exquisitos. Luego subí a buscar el auto y me encontré con el resto cerca de la salida del pueblo para emprender el regreso al departamento. Con Elena fuimos luego caminando hasta un supermercado cercano a comprar carbón ya que la cena del día era asado. Carlos fue el parrillero y utilizó la parrilla que teníamos en el amplio balcón donde puso chorizos parrilleros y carne variada, todo excelente.
Repetimos el martes la caminata del lunes pero esta vez llegamos hasta la punta de la bahía, a unos 3 km del departamento. Era una mañana muy linda, con el mar aun bien sereno. Al regreso fuimos nuevamente a la panaderia "pan y tradición" ya que nos gustaron mucho las flautas con cereal y las rústicas. Nadie del grupo nos quiso acompañar por lo que despues que Alicia se diera un baño en el mar, salimos ella y yo con el auto a recorrer la zona, haciendo una primer parada en el pueblo de Besalú, en los Pirineos y a 45 km al oeste de Rosas. Era un muy pintoresco pueblo medieval que se remontaba al siglo X, con un puente romano reconstruido después de haber sido dinamitado durante la guerra civil española. De paso comimos allí unos deliciosos helados. Abundaban las tiendas con souvenirs y cachivaches además de los restaurantes y bares ya que el pueblo era muy turístico. Continuamos 20 km más al oeste hasta la ciudad de Olot, ya que en esa región había muchos cráteres de volcanes extinguidos a los que se podía acceder por senderos. Subimos solo a uno, el volcán de Montsacopa, bajo un sol infernal, pero a la altura del crater estaba arbolado. El crater en si estaba cubierto de pasto, y en un extremo habían construido una antigua capilla. Dominaba la lava negra en el terreno alrededor del volcán. Decidimos regresar por otro camino y tomamos la carretera de Santa Pau, un hermoso camino de montaña muy sinuoso que nos llevó a la ciudad de Bañoles a orillas de un pintoresco lago. Llegamos de regreso cerca de las nueve de la noche, justo a tiempo para la cena en el departamento con el resto de la familia.
El miércoles era nuestro último día completo en Rosas y decidimos no hacer ninguna nueva excursión por la zona. En lugar de la caminata temprana por la playa, después del tardío desayuno fuimos hasta una peluquería del centro recomendada por Elena para que Alicia se cortara. Con la costumbre española de cerrar al mediodía llegamos tarde para el corte y la peluquera sugirió que volviéramos a las seis de la tarde. Así lo hicimos, y entre las dos caminatas del día completamos como ocho kilómetros a pleno sol. Leandro y Magela hicieron milanesas con puré para la cena y tuvieron mucho éxito. Antes de acostarnos tratamos de dejar nuestras valijas ya prestas para el regreso.
Nos habíamos propuesto salir a las ocho de la mañana del jueves y lo logramos, dejando la mateada matinal para el viaje. Con todo sigilo nos levantamos y aprontamos todo para el viaje. Carlos y Elena se levantaron para decir adios y del resto nos habíamos despedido la noche anterior. El vehículo había que devolverlo antes del mediodía y como elegimos rutas sin peaje quería tener buen margen. El tráfico era fluido y el cruce de la ciudad en Barcelona lo hicimos sin ningún error por lo que dejamos el auto antes de las once. El trámite de devolución fue muy rápido y enseguida nos subimos a un minibus que nos depositó en la terminal 1 del aeropuerto. El vuelo salía a las 14:45 y con tanto tiempo disponible nos sentamos a almorzar en uno de los tantos restaurantes. Nuestro vuelo era con la aerolínea polaca, via Varsovia, y fue muy sereno. En Varsovia teníamos un par de horas de espera y aprovechamos para cenar allí también. Al rato nos enteramos que el vuelo siguiente a Copenhagen tenía una hora y media de retraso por la llegada tarde del avión desde otro destino. Viktoria y Matias habían llegado a Malmö dos días antes y habían prometido ir a buscarnos con nuestro auto, y los puse al tanto del retraso. Esta vez llegó la valija sin problemas y nos encontramos con los chicos poco antes de la medianoche. A la entrada a Suecia por el puente había control de pasaportes y por suerte siguió Matias nuestro consejo y trajo el suyo.