El 26 de agosto partieron mi padre y mi hermana en tren a Bariloche mientras yo me quedaba en Buenos Aires. Mis abuelos paternos tenían también una hija, Georgette, quién nunca se había casado, y vivían todos en un chalet alquilado en la calle Guido y Spano 30 en Acassuso, partido de San Isidro. Este sería mi hogar durante los cuatro años siguientes de mi vida. Me anotaron en el colegio Martín y Omar de San Isidro, una escuela privada de mucho renombre, donde continué con mi tercer grado. Estaba condenado al fracaso, ya que no era posible comparar el nivel de esa escuela con el de la escuelita de campo de Córdoba de donde yo venía, y la consecuencia inevitable fue que repetí de grado. Durante los primeros tiempos me pasaba a buscar un transporte escolar y cada día me sentaba en el enorme living de la casa, hecho una pila de nervios, esperando el toque de bocina que anunciaba la llegada del transporte. Después seguía un largo recorrido recogiendo otros niños, por lo que con frecuencia llegaba al colegio bastante descompuesto y con intenso dolor de cabeza.
Estuve en ese colegio hasta quinto grado, y el último año dejé de ir con el transporte escolar. Mi abuelo me acompañaba todos los días a pie, una buena caminata de unas diez cuadras. Tengo entendido que por razones económicas me cambiaron a la escuela estatal No. 4, sobre la avenida Santa Fe y en dirección a Martinez, y allí hice el sexto grado, último de la escuela primaria. Esa escuela existe todavía como tal. Yo quería continuar en el colegio industrial, pero alguien nos hizo algunos tests de aptitud y recomendaron que yo siguiera en el nacional. Así fue como comencé la escuela secundaria en el Colegio Nacional San Isidro.
El período de mi vida en Buenos Aires con mis abuelos y mi tía fue sumamente triste para mí. Mi abuelo quería seguramente todo lo mejor en cuanto a educación, pero era extremadamente rígido. Además de los deberes de la escuela me daba sus propias lecciones y deberes, e incluso comenzó a enseñarme el idioma inglés. El ya se había jubilado, pero iba una vez por semana a su antigua oficina en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Ese era un día de jolgorio para mí, cuando lograba convencer a mi tía y mi abuela que ya había terminado los deberes, aunque a veces no fuera totalmente cierto. También tenía como tarea atender el jardín de la casa, por lo que terminé detestando el pasto y el cerco vivo que había que cortar a mano con una tijera. Jugaba mucho solo, ya que no les convencía mucho que yo estuviera en la calle junto con los chicos del barrio. Además en esos casos tenía que estar siempre en nuestra cuadra, a la vista de la casa. Uno de mis amigos era el clásico rico del barrio y tenía televisor, y cuando me daban permiso iba a veces a mirar series, en blanco y negro claro está. También había de vez en cuando sesiones de cine los domingos en el salón de los bomberos a la vuelta de casa, nada menos que tres películas, y en la escuela se podían ganar entradas gratis de acuerdo a los resultados obtenidos. Muchas veces gané entradas de ese modo.
A mi tía le gustaba mucho ir al cine y después de haber visto una película nos la relataba a todos en casa. Algunas veces la acompañaba y como pasaban tres películas, generalmente terminaba con terribles dolores de cabeza. Había muchos libros en la casa de mis abuelos, lo que contribuyó a que me interesara la lectura. Ellos compraban libros para niños, de modo que pude leer la mayoría de los clásicos y también leí las novelas de Tolstoy y de otros autores rusos conocidos. Adopté a mi tía Georgette como madre postiza, y teníamos una relación bastante buena. Como mi abuela era francesa se había adoptado ese idioma en casa y lo tuve que aprender de oído, lo que por mi corta edad no me resultó difícil. En el balance, fue uno de los hechos positivos de ese período. También me hicieron ir a aprender natación en un colegio de Olivos, hasta donde podía ir solo con el tren. Me daban dinero para el pasaje y al finalizar el curso tuve que rendir cuentas donde saltó que había gastado de más. Así tuve que confesar que en alguna ocasión había comprado un sandwich en el kiosko del colegio, sin pedir permiso, y esto causó un gran revuelo en la familia. Mi abuelo me dijo incluso que no podía imaginar lo que diría mi padre al enterarse. Muy divertida la observación!
Durante las vacaciones de verano viajaba a Bariloche a visitar a mi padre y mi hermana, llegando por primera vez a Bariloche el 24 de diciembre del año 1955. Mis abuelos quisieron objetar alguna vez, pero finalmente tuvieron que aceptar que quisiera ver a mi padre y a mi hermana. Yo me pasaba el año soñando con el momento de viajar al sur. Lo hacía solo, en tren, y siempre me parecía muy excitante. Era muy doloroso tener que regresar a Buenos Aires, y en muchas oportunidades sentí una soledad espantosa durante los primeros días después del regreso. Cuantas veces no planee escaparme y caminar por las vías del ferrocarril Roca hasta llegar a Bariloche.
Una de las anécdotas de mi primer viaje al sur fue durante el regreso a Buenos Aires. Había llovido torrencialmente y el agua se había llevado un tramo del terraplén de la vía, que quedó colgando en el aire, en las cercanías de Carmen de Patagones. Unos cazadores que andaban por la zona vieron lo sucedido, y sabiendo que en unas horas pasaría nuestro tren se quedaron sobre las vías para señalar el peligro. Por suerte nuestro maquinista paró y así salvó el tren de una posible catástrofe. Recuerdo que hubo que esperar muchas horas para transferir al tren que venía de Buenos Aires, lo que hicimos en Patagones y el ferrocarril organizó un gran asado en uno de los galpones para todos los pasajeros. A todo esto no había ninguna información en Buenos Aires sobre la causa del retraso, lo que creó gran ansiedad a mi familia. Para mí, una gran aventura. Quiero aclarar que décadas más tarde, en el año 2020, mi hermana me mandó un artículo sobre este incidente pero con una versión diferente de lo sucedido. El artículo en cuestión decía así:
El niño que salvó el tren.
"Mientras Eduardo caminaba sobre las vías del tren, observó que las lluvias habían arrasado con una extensión de tierra de unos 10 metros aproximadamente. Cuando vió esto, se preocupó mucho porque sabía que el tren de pasajeros pasaría por ese lugar y se precipitaría por la pendiente, con las consiguientes pérdidas de muchas vidas humanas. Volvió a su casa corriendo y buscó un objeto de color rojo que pudiese servirle para llamar la atención. Lo único que pudo encontrar fue una vieja almohada. Llevándola en la mano, caminó resueltamente por las vías en dirección al tren que iba a pasar por allí.
El maquinista, desde su puesto en la locomotora, vió al chiquillo que mostraba un objeto rojo. Pensó que podría tratarse de una broma infantil, pero había algo en la manera en que el niño agitaba los brazos, que parecía decirle lo contrario. Aplicó los frenos y el tren detuvo su marcha pocos metros antes de llegar al lugar en que indefectivamente se hubiera producido un desastre.
Este hecho ocurrió hace algunos años en un pueblo del interior de la República Argentina, convirtiendo a Eduardo Gallo en el pequeño héroe que evitó el descarrilamiento de un tren de pasajeros."
Indudablemente esto merecía una investigación de mayor profundidad para verificar los hechos. Sería cierto que le debía mi vida a un niño y su inteligente iniciativa?
A mediados de agosto de 1958 vinieron papá y Elsa de visita y se quedaron en Buenos Aires dos semanas y media. Algún viaje más hice a Bariloche aunque no recuerdo en qué fecha. Llegó un momento en que se me hizo insoportable seguir viviendo con mis abuelos en Buenos Aires y cuando mi padre vino por alguna razón que no recuerdo a visitarnos con mi hermana a mediados del año 1960 lo conminé a que me llevara consigo. No pensaba quedarme más. No se cómo, pero lo convencí, de modo que allí mismo preparamos todo para mi mudanza. Mi abuelo no pudo entender que yo hiciera algo así, y no quiso ni siquiera despedirse de mí. Se encerró en su habitación y no me dirigió más la palabra. Nunca más lo vi con vida. No recuerdo porqué pero primero viajamos en tren a Cipolletti y luego tuvimos que regresar a Patagones para seguir a Bariloche. Del frío si me acuerdo. Sin embargo en ese momento yo era probablemente el niño más feliz de la tierra.