10 al 18 de julio 2024
Para tomar el vuelo a Bilbao, que despegaba a media mañana desde Copenhagen, nos levantamos bien temprano para ultimar los preparativos y partir luego en taxi a la estación de tren. Sin valijas para despachar y con el check-in hecho fuimos directamente a la puerta de embarque a esperar la salida. El vuelo con la empresa Vueling fue muy sereno y en tres horas aterrizamos en el aeropuerto de Bilbao donde tomamos un ómnibus hasta la terminal Intermodal del centro de la ciudad. Por comodidad habíamos reservado lugar en el hotel Ibis, cercano a la terminal, al que se llegaba facilmente caminando. Después de dejar nuestras cosas en la habitación partimos a pie hasta el museo Guggenheim, que era el objetivo principal de nuestra estadía en Bilbao. Eran casi dos kilómetros de caminata por la bella ciudad que hicimos con un sol radiante y agradable temperatura. La estructura exterior del museo era inconfundible y fuera de él dimos también con el perro y la araña, las dos esculturas que lo rodeaban.
Alicia había comprado las entradas en linea para cierto horario y llegamos exactamente en hora. La estructura interna era tan complicada como la de su exterior, y las salas eran gigantescas. Además de las exhibiciones permanentes había otras temporales , y en tren de elegir nos gustaron la dedicada al artista Yoshitomo Nara, temporaria ésta, y la permanente del artista Richard Serra llamada La Materia del Tiempo.
Varias salas estaban dedicadas al arte moderno, que no me atrajeron mayormente y que recorrimos rápidamente, ya cansados después de tanto caminar por el museo. No obstante, nos llamó mucho la atención la escultura representando un ramo de tulipanes que vimos en una de las salas. Dimos así por terminada la visita y buscamos un restaurante de las cercanías para hacer un almuerzo tardío y probar suerte luego en una heladería. Antes de regresar al hotel queríamos visitar el casco antíguo de la ciudad y con energías recuperadas emprendimos la caminata hasta allí bordeando la ría. La tarde era propicia para caminar y encontramos mucha gente en la calle, a ambas orillas del agua.
Varios puentes conectaban las dos orillas de la ría, incluyendo el polémico puente Zubizuri diseñado por Santiago Calatrava y nosotros cruzamos por aquel que conducía al casco viejo pasando por el frente del emblemático teatro Arriaga. A la hora que llegamos al casco viejo estaban colmados ya todos los bares y restaurantes que bordeaban las angostas calles del barrio y solo hicimos una pasada rápida para buscar luego una parada de bus y retornar al hotel. Fue invalorable la ayuda de un señor mayor que no solo nos indicó cuál tomar sino que, como coincidía con el suyo,estuvo atento todo el viaje para indicarnos dónde debíamos bajar. Nuestro hotel era bastante modesto pero además de tener la ventaja de estar cerca de la estación de ómnibus se encontraba en un barrio muy tranquilo, y el desayuno buffet que ofrecían era muy completo y de calidad.
Dejamos el hotel el jueves por la mañana yendo a pie a la estación de buses con buen margen, lo que fue una buena idea pues el ingreso a las dársenas era bastante caótico. Nos encontramos con una larga cola para embarcar en nuestro ómnibus y aún seguíamos en cola después de la hora de partida. Cuando comenzó el embarco nos encontramos además con que la unidad no era la que se suponía que debía ser y la numeración de los asientos era totalmente distinta por lo que era cuestión de encontrar algún lugar libre. Como remate, se produjo una discusión con un pasajero que no podía demostrar que había comprado pasaje y se negaba a bajar, aunque finalmente lo hizo y partimos con veinte minutos de atraso. Teníamos por delante un trayecto de cerca de 300 kilómetros por una muy pintoresca autopista que en partes se acercaba mucho a la costa del Cantábrico. Así pasamos por Laredo, Santander, Torrelavieja (Allí nos dieron la oportunidad de ir a los sanitarios por estar bloqueada la puerta del baño), Llanes y Oviedo. después de cuatro horas de viaje llegamos a la terminal de Gijón y estando a solo un kilómetro de distancia fuimos a pie hasta el departamento de Pedro y Brenda. Ellos ya habían almorzado pero nos esperaban con comida.
La rutina de la casa ayudaba a que uno se levantara tarde pues la cena era tarde y las tertulias de la noche largas. A Pedro no se lo veía antes de cerca del mediodía y los almuerzos eran a las dos de la tarde. En Gijón tenía lugar una feria de literatura negra en un predio que antiguamente había sido un astillero y nuestra actividad principal del viernes fue asistir a la feria, para lo cual tomamos un ómnibus que nos dejó cerca. La feria era muy grande, con amplia oferta de libros, charlas de autores y zona de comidas, y la asistencia de público era muy grande ya que además habían montado un parque de diversiones y no faltaban los puestos de venta de artículos diversos. Alicia aprovechó para comprarle a Brenda unos pendientes para su cumpleaños. El regreso al departamento fue a pie, con parada en un bar a tomar cerveza.
Como excepción, el desayuno del sábado fue temprano pues Pedro y Brenda nos habían propuesto visitar el Conjunto Etnográfico de Os Teixois, a unos 160 kilómetros al oeste de Gijón. En ese lugar ibamos a almorzar y habíamos hecho reservas tanto para la visita guiada como para la comida. Con el clásico apetito de Pedro por la velocidad partimos raudamente por la autopista del Cantábrico hacia La Coruña y cuando llegamos a Ribadeo nos internamos por la montaña pasando por la localidad de Taramundi y llegado un poco más adelante a la pintoresca aldea de Os Teixois, del siglo XVIII.
La aldea de Os Teixois
Este sorprendente lugar es un ejemplo vivo de cómo el ingenio humano había sabido aprovechar el agua construyendo un embalse que proveía fuerza hidráulica para hacer funcionar un molino, una rueda de afilar, un mazo, un batán, y también una central eléctrica cuando apareció esa tecnología. Un gúía nos llevó a recorrer el lugar y puso en marcha todos estos artefactos mediante la apertura y cierre de exclusas. La aldea no contaba ya con habitantes pero tenía en funcionamiento una fonda y un restaurante donde almorzamos opiparamente.
Concluido el almuerzo iniciamos el regreso y nos detuvimos frente al museo de los Molinos de Mazonovo, éste privado, al que no entramos aunque observamos las instalaciones desde afuera. Algunos de los antiguos molinos habían sido recuperados, mientras que otros habían sido recreados, y se podían ver sus distintos usos en acción. Una parada final fue la población de Taramundi donde paseamos un rato antes de enfilar ya hacia Gijón.
El museo de los Molinos de Mazonovo
El domingo 14 de agosto cumplía 66 años Brenda, y a su pedido almorzamos en la pulpería La Flor de Galicia II, que quedaba a la vuelta de su casa. Naturalmente pedimos pulpos a la gallega que resultaron deliciosos. La tarde era muy linda, con buen sol, y nos propusieron ir con el auto a la cercana sierra de Deva, muy popular como paseo de fin de semana. Por su elevación, ofrecía una linda vista de la ciudad de Gijón y sus alrededores. Había mucha gente haciendo picnic y mientras Brenda prefería quedarse sentada atendiendo a todas las llamadas y mensajes de felicitaciones, nosotros hicimos una larga caminata por el bosque bajo la experta guía de Pedro.
Regresando a la ciudad invitamos con helado, comprado desde luego en la heladería favorita de Brenda, y más tarde nos aprontamos para ver la final de la copa europea de futbol entre España e Inglaterra. Fue un buen partido y afortunadamente España se alzó con la copa.
El lunes fue un día tranquilo que dedicamos a recorrer por nuestra cuenta a la ciudad de Gijón. Comenzamos por ir a pie hasta una casa de tatuajes donde le hicieron a Alicia una nueva perforación en un lóbulo por estar dañado el existente. Más tarde bajamos hasta la muy concurrida playa, donde Alicia intentó entrar al agua pero la encontró muy fría. Dado que hacía bastante calor compramos nuevamente sendos helados y luego paseamos por el atractivo parque de Isabel la Católica. Llevábamos el equipo y nos sentamos un rato a matear en uno de los bancos. Finalmente regresamos al departamento por la magnífica rambla, paseo obligado de la gente.
La propuesta del martes era hacer un recorrido bastante amplio de la zona, comenzando por el valle minero del rio Nalón. La extracción del carbón estaba presente en Asturias desde el siglo XVI y la explotación industrial en gran escala había comenzado en la segunda mitad del siglo XVIII. En la actualidad la explotación era casi nula pero mientras recorríamos el valle tuvimos ocasión de apreciar las innumerables torres de extracción del producto además de pueblos tras pueblos construidos para dar alojamiento a los trabajadores. Continuando hacia el este pasamos por el pueblo de Tanes, a orillas del embalse del mismo nombre que había dado origen a un largo y estrecho lago.
Unos pocos kilómetros más adelante nos detuvimos para apreciar una curiosidad geológica muy particular llamada Cueva Devoyu. El río Nalón penetraba en la montaña de naturalez calcárea, facilmente erosionable, y reaparecía a los 200 metros para continuar y desembocar en el embalse. Reanudamos el paseo, ahora en marcado ascenso y con ruta muy sinuosa hasta alcanzar la altura máxima de 1490 metros en el puerto de Tarna. Allí se encontraba también la fuente de la Nalona, lugar donde nacía el rio Nalón. Brenda había hecho tarta de atún y paramos en un lugar de descanso cercano que contaba con mesas y bancos de piedra. El predio ´tenía también parrilleros pero se veía bastante descuidado. Contiguo al mismo estaba la Ermita de la Virgen de Riosol, construida en piedra en las primeras décadas del siglo XIV. A esta altura habíamos salido ya de Asturias y estábamos en Castilla y León.
Continuando camino llegamos a un nuevo lago, formado por el embalse de Riaño. Nos enteramos que este controvertido dique había generado mucha resistencia y conflictos, entre otros por sumergir nueve poblados. De hecho la ciudad de Riaño, donde paramos para tomar algo en un restaurante, había sido reconstruida de cero en 1987 al quedar la mitad de su parte antigua bajo agua.
La represa de Riaño
Regresando a Gijón y en lugar de hacer el camino inverso, continuamos hacia el norte para alcanzar la costa previa pasada por la hermosa localidad de Cangas de Onis, cuna del reinado de Asturias. Era muy turística y tuvimos que dejar el auto a cierta distancia del centro para llegar caminando al famoso romano sobre el río Sella. En realidad era un puente medieval construido sobre otro anterior que podía ser de origen romano ya que estaba situado sobre la calzada romana. Alicia aprovechó para comprar un trozo de queso Gamoneu, uno de los típicos de la zona, y antes de continuar viaje nos sentamos a tomar una sidra característica de Asturias tanto por su sabor como por la forma de escanciarla.
Nos quedaba aún un día completo en Gijón y aprovechamos la mañana para empacar todo lo posible. Después del almuerzo salimos Alicia y yo a caminar por la rambla y también por el cerro de Santa Catalina, con sus antiguas defensas y con la escultura "El Elogio al Horizonte" de Eduardo Chillida, instalada en 1990 en la cumbre. Con sus quinientas toneladas era una construcción de hormigón monumental que era famosas aunque personalmente no me parecía muy atractiva, y que además comenzaba a mostrar signos de deterioro por falta de conservación al estar tan expuesta al clima cantábrico.
El Elogio al Horizonte
A pesar del viento era una tarde muy linda y continuamos caminando por la ciudad hasta llegar a una tienda del Lidl donde compramos viandas para el viaje del día siguiente a Madrid. Habíamos invitado a Brenda y Pedro a una cena de despedida en el bonito restaurante y sidrería El Pedreru del centro de Gijón y desde luego tomamos varias botellas de sidra de Asturias.
El 18 de julio amaneció muy lindo y estaban dadas las condiciones para ir a pie a la terminal de ómnibus. Nos despedimos de Brenda y Pedro y partimos para tomar el bus de ALSA a Madrid. El embarque fue menos accidentado que el de Bilbao y salimos puntualmente a las nueve de la mañana en una unidad moderna y muy cómoda. El viaje demoraba seis horas y la primer parte, que era el cruce de la cordillera del Cantábrico fue muy pintoresco. Luego se convirtió en una planicie interminable solo interrumpida por el sistema Central ya en las cercanías de Madrid. La temperatura había trepado ya a 36 grados en la Capital pero poco notamos de ella pues el ómnibus llegó al intercambiador de Moncloa y desde allí partimos directamente con el subterraneo al aeropuerto. Faltaban aun cuatro horas para la partida del avión a Copenhague, tiempo de sobra para dar vueltas por la terminal y también para encontrar algún lugar adecuado para comer. Partimos con atraso de Madrid pero recuperamos bastante el tiempo perdido, llegando a Dinamarca sobre el filo de la medianoche. Poco después de la una de la mañana entramos a la casa.