En Bariloche existía un colegio nacional, de modo que con el pase del colegio de San Isidro me incorporé al primer año. Era todo bastante precario, con un edificio muy viejo de madera y algunas aulas prefabricadas alrededor, también de madera. Se debía asistir con saco y corbata, las chicas con guardapolvo blanco, aunque no uniforme. El primer año tuve que rendir dos materias en diciembre, matemáticas y botánica, y en esta última me fue mal, por lo que la tuve que rendir nuevamente en marzo. La familia Schramm, amigos nuestros de Cipolletti en el valle del Rio Negro, estaba de pasada por Bariloche y me invitó a pasar las vacaciones con ellos, lo que acepté con gusto. llevé mi libro de botánica, al que le presté muy poca atención, pero tuve suerte y aprobé el examen en marzo. El segundo año tuve que rendir cinco materias en diciembre, pero hice un gran esfuerzo y las aprobé todas. A partir de allí nunca más tuve materias pendientes y mi rendimiento mejoró al punto que terminé la secundaria entre los mejores alumnos.
Mi padre trabajaba como encargado en un criadero de pollos perteneciente a la familia Wesley, que se encontraba en el Km 15 del camino de Bariloche a Llao Llao. Él vivía junto con mi hermana en el mismo edificio del criadero, en una habitación arriba de la incubadora. Mi padre hizo un arreglo con mi tía Ellen, quien vivía en la ciudad, para que yo me alojara allí. Mi tía Ellen estaba casada y tenía una hija, Eleonor, de ocho años, y dos hijos, Gerardo de 7 y Andrés de 2. El departamento era pequeño, tenía un solo dormitorio y los niños, incluido yo, dormíamos en el living, que en realidad servía de dormitorio. Mi tía Ellen fue entonces mi segunda madre postiza, y con ella tuve una muy buena relación. Su marido, Andrés, era más reservado y mantuvo más distancia.
De los casi cinco años de mi vida que pasé en Bariloche tengo muy gratos recuerdos y pocos momentos tristes. Mientras vivía con mi tía y su familia acostumbraba pasar los fines de semana con mi padre y mi hermana en el criadero, tomando el ómnibus hasta allá. También tenía contacto con los tres hijos de la familia Wesley, aunque ellos hablaban casi siempre en inglés, que no era mi fuerte por cierto. Su padre había participado en combates en la India y tenía una impresionante cicatriz qut le cruzaba el pecho en diagonal, producto de una herida de sable.
Unas cuantas vacaciones de verano las pasé en el valle del Río Negro con las familias Schramm y Flade, quienes tenían chacra de manzanas vecina a la nuestra. Flade administraba también nuestra propia chacra de nueve hectáreas. La familia Schramm tenía casa y negocio en la ciudad de Cipolletti e hice buena amistad con el hijo varón de la familia, Carlos.
Mis compañeras, en el patio del colegio
Mi promoción
Mi promoción, con la celadora
Muchas veces trabajamos en la chacra como peones y también conocí otras familias chacareras que tenían hijas de mi edad; teniendo en cuenta mi incipiente interés por el sexo opuesto nacieron los primeros romances inocentes. Otra actividad favorita durante esas vacaciones fueron los baños en el río y en las acequias, ya que eran períodos de mucho calor. Era una vida muy feliz. Edith Schramm fue quien me impulsó a aprender a manejar, y con ella hice mis primeras armas al volante de su auto.
Cuando mi padre cambió de empleador y pasó a ser encargado del criadero de pollos del Sr. Febus mejoró notoriamente su situación de vivienda pues le dieron una casa, bastante precaria por cierto, pero con cocina y dos dormitorios, todo un lujo para nosotros. Seguía siendo en el Km 15, pero del otro lado de la ruta a Llao Llao, del lado del lago Nahuel Huapi. Yo me mudé también a esa casa y recuerdo el sufrimiento de cada mañana de invierno para ir al colegio. La casa carecía de calefacción, de modo que podía haber varios grados bajo cero en mi habitación al levantarme. Luego había que caminar hasta la ruta, alrededor de un kilómetro, para tomar el ómnibus. Mi padre me acompañaba, ya que él también se levantaba muy temprano para atender el criadero. En una oportunidad, de regreso a la casa, mi padre se perdió en el bosque a causa de la oscuridad y la nieve. Yo llegaba al colegio extremadamente temprano, pero siempre había un aula abierta con una estufa a leña a toda marcha, y allí aprovechaba a terminar mis deberes o estudiar las lecciones diarias.
La casa tenía una cocina económica a leña con tanque de agua, por lo que nos abastecía de agua caliente, otro lujo. Esa cocina estuvo a punto de causar la destrucción de la vivienda cuando un día se prendió fuego el techo donde lo atravesaba la chimenea. Por suerte pudimos extinguir el incendio antes de que se propagara. El baño era muy precario, pero con una manguera y una lata de conservas armé una ducha improvisada que cumplía su función. Mi hermana era la cocinera de la casa, aunque todos participábamos de una u otra manera en estos menesteres.
Mi padre, que siempre fue enamorado de las motos, tenía una de marca Guzzi, con la que hicimos muchas excursiones. Yo aprendí a manejar la moto, aunque nunca tuve licencia de conducir. En verano era un placer, pero en invierno era terrible viajar en moto en Bariloche. Siempre me gustó la vida de campo y explorar el bosque y la orilla del lago. Tenía pequeñas embarcaciones de juguete que hacía navegar en el lago cuando el tiempo lo permitía y estaba empeñado en que tuvieran motor y hélice.
A causa de los problemas de transporte al colegio, después de un tiempo volví a instalarme en la casa de la tía Ellen, con lo que me acerqué aun más a ella y su familia al mismo tiempo que de alguna manera me distanciaba de mi padre. Hice también algunos amigos y amigas en el colegio, y con uno de mis amigos, Miguel Schultz, salí muchas veces de caza por la zona. Él iba con su escopeta y yo con mi rifle calibre 22, y tratábamos de cazar liebres para alimentar los perros de Miguel. Creo que nunca logré meter una bala a una liebre. También hicimos en más de una oportunidad pesca furtiva, lo que me disgustaba mucho porque siempre tenía miedo de ser descubierto, pero no me negaba. Con otro de mis amigos y compañero de colegio, Reynardo Meckbach, hice en una oportunidad un alocado cruce en kayak hasta la isla “atómica”, donde había ruinas de un proyecto nuclear iniciado por el presidente Perón. Era prohibido visitar la isla, por lo que desembarcamos en forma furtiva, pero lo peor es que hicimos el cruce del lago sin chalecos salvavidas. Mi padre no estaba enterado y no le gustó nada cuando se enteró más tarde. Varios años más adelante volvería a tomar contacto con Miguel y otros compañeros de mi promoción.
Al finalizar mi cuarto año de estudios secundarios hice también un viaje a Buenos Aires a saludar a mi tía y mi abuela - mi abuelo había fallecido dos años antes- y en una oportunidad mi tía me llevó a visitar un buque de carga francés que se encontraba en el puerto de Buenos Aires. Ella mantenía aun contacto con el director que había sucedido a mi abuelo en la firma exportadora donde trabajaba. El impacto fue tan grande que fue decisivo para mi futuro: decidí que iba a ser oficial de la marina mercante. A todo esto, mi padre y mi hermana se habían mudado al valle del río Negro ya que mi padre había decidido administrar nuestra chacra de manzanas, y como estábamos ya muy apretados en la casa de mi tía Ellen me había instalado en una pensión donde estaba incluido el desayuno. Acostumbraba cenar en la casa de mi tía y alguna vez sucedió que se hiciera tan tarde que la pensión ya estaba cerrada a mi regreso y tuviera que ingresar a mi habitación por la ventana. Nunca me dieron una llave de la puerta de entrada.
Durante mi último año de estudios en Bariloche averigüé todo lo necesario sobre la carrera y me enteré que existía una sola escuela y estaba en Buenos Aires. Me inscribí y ni bien me recibí de bachiller a fines del año 1964 viajé nuevamente a Buenos Aires, donde me enteré que tenía que rendir exámenes de ingreso. Inexplicablemente lo había pasado por alto, de modo que me tuve que preparar frenéticamente en un par de semanas. Algunos aspirantes habían estudiado todo el año para tal fin, e incluso había academias que se especializaban en preparar el ingreso a la Escuela de Náutica. Como era de imaginar, no me fue muy bien con el ingreso, pero al menos lo aprobé, de modo que entré a la escuela como cadete de primer año. Esto sucedió a principios del año 1965 y marcó el comienzo de una nueva etapa de mi vida.